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Giovanni Rojas ingresa sigilosamente en la habitación de sus dos hijas y planta un delicado beso en sus frentes. Se calza sus botas, se toma la mitad de su tinto, y se despide apresuradamente de su somnolienta esposa. Son apenas las 4:20 am, pero ya tiene cinco minutos de retraso,  su día es una carrera contra el reloj.

Al asomar su cabeza por la puerta, la sepulcral calma de la madrugada, y el refrescante viento que la envuelve, le hace añorar estar en su cama. Ni siquiera los pájaros han comenzado a trinar. Con apenas cuatro horas de sueño encima, Giovanni emprende hacia su cuartel, tal como lo ha hecho por los últimos 25 años. Su demora lo ha dejado con apenas cinco minutos para disponerse en su fatigante jornada de oficina: un armatoste verdiblanco de 12 toneladas de metal chirriante. Giovanni es un conductor de autobús que por un cuarto de siglo, ha transportado diariamente más de cuatro centenas de pasajeros a lo largo y ancho de la ciudad de Barranquilla.

En una ciudad notoria por su complejo tráfico, provocado por una evidente deficiencia en infraestructura vial y la total negligencia de sus conductores; Giovanni hace parte de un gremio desdeñado, y más específicamente, de una compañía de buses que para muchos suma todo lo malo del tránsito en la capital del Atlántico. Son tan repetidas, hasta el punto de convertirse en  historias de transeúntes atropellados por autobuses, de accidentes entre buses de la misma ruta, y de quejas sobre cómo los choferes alternan a placer la velocidad entre el más exasperante letargo y el apremio más vertiginoso, dependiendo de qué tan grave sea la falta de sincronía con los tiempos de su itinerario.

Incompetencia, tosquedad, chabacanería, ordinariez e incultura son vocablos que brotan en torno a los conductores de buses, y han sido repetidos hasta la saciedad, al punto de lograr encubrir lo extremadamente difícil y complejo que en realidad es dicho oficio.

A las 4:45 de la madrugada, el primero de los 60 buses de la ruta a la que pertenece Giovanni Rojas inicia su extenuante travesía. El conducirá el bus de la ruta C11 de Sobusa desde la Nevada en el municipio de Soledad (el acopio de buses), atravesando Barranquilla de sur a norte, por barrios como Simón Bolívar, Cevillar, Los Andes y el Silencio, hasta llegar al conjunto residencial Adelita de Char en el corregimiento La Playa en Puerto Colombia. Desde allí, el bus tomará prácticamente el mismo camino en sentido inverso hasta retornar a la Nevada. La duración total del periplo es de aproximadamente tres horas y cuarenta minutos; Giovanni sólo dispondrá de entre veinte y treinta minutos para descansar, antes de reiniciar el arduo recorrido.

Visto de esta forma quizás hasta pueda sonar simple. Obviando los  inconvenientes que exhibe el tráfico barranquillero, ¿qué tan difícil puede ser conducir un bus por la misma ruta todos los días? Realmente,  es más complejo de lo que parece.

A diferencia de las rutas de buses de otros países, los buses en Barranquilla no se detienen sólo en los paraderos de buses. Los pasajeros en potencia aguardan en cualquier esquina (incluso en semáforos en verde), y es labor del chofer estar atento y recogerlos, pues en esto consiste su subsistencia. Su pago dependerá de la producción realizada durante los trayectos. Sin ayudantes, Giovanni debe además interactuar con cada una de las personas que suben al bus, recibir su dinero, hacer el cálculo, y entregar el vuelto correspondiente, sin perder de vista la vía. Es común que mientras haga eso, le pidan indicaciones, y uno que otro pasajero desorientado se le siente detrás a machacarlo para que no olvide avisarle dónde se tiene que bajar.

Al mismo tiempo, así como se embarcan en el lugar de su antojo, los pasajeros piden la parada donde les place, mediante el uso de un timbre. Frecuentemente lo hacen en semáforos en verde, ó acosarán al chofer con el timbre si éste no acciona el botón que abre la puerta, y se pasa así sea un cuarto de cuadra. Además de esto, el conductor debe cumplir unos tiempos mandatorios para garantizar que no pierda el tiempo pescando pasajeros. Sumado a esto,  debe mantener entre cinco y ocho minutos de distancia con respecto a los demás buses de su ruta. Este impedimento es especialmente frustrante en trayectos en las que los pasajeros simplemente no aparecen, y la recaudación de la jornada se ve comprometida.

Giovanni no trabaja sobre sueldo fijo. Recibe el 15% de lo que produce su autobús al día, comisión acordada con el propietario del vehículo previamente y recibe sus prestaciones sobre el salario mínimo. Sobusa no posee autobús alguno; es una sociedad de transportadores, que se limita a aglomerar a los distintos dueños de buses disponiendo los vehículos en las seis rutas que maneja la empresa. El jefe de Giovanni ha sido benévolo; habitualmente los propietarios de buses ofrecen el 10%, e incrementan el porcentaje sólo si el recaudo es mayor al esperado, hasta llegar al 15 %.

Con esto en mente, el conductor, como  malabarista en un monociclo, debe balancear el tiempo y la velocidad para maximizar su recaudo. La empresa es estricta con sus políticas de tiempo, y si un bus se excede por un intervalo considerable en algún  punto de control, será “degollado”, es decir, no podrá realizar la siguiente ruta, ocasionando la pérdida de una gran parte de la colecta total del día. Esto ocasiona, como es de esperarse, que el conductor, en su esmero por llegar a tiempo, viole numerosas normas de tránsito, incomode e ignore a posibles  pasajeros y hasta incluso, cause terribles accidentes.

En casos en que varios buses de la misma ruta se aglutinen en la misma cuadra, producto de atascamientos de tráfico, la empresa no ofrece clemencia y procede a sancionarlos a todos. La guerra del centavo enardece como consecuencia de esto, con los buses de la misma ruta intentando superar a sus compañeros para agarrar los pasajeros primero y poder atenuar el golpe que significará la eventual sanción. Como última alternativa, siempre se podía recurrir a sobornar a la persona encargada de marcar el tiempo en uno de los puestos de control de la ruta, para que no quedara evidenciado su retraso. Esto cambió con la introducción de un sistema de monitoreo satelital, y la consecuente eliminación de los puestos de control, lo que agregó otra capa de complejidad al ya bastante engorroso trabajo.

Dejando entrever cierta bravura en su afirmación, Giovanni admite que conducir buses no es una profesión para todo el mundo y no cualquiera la domina, él la carga consigo en los genes. Su padre fue conductor de buses por casi 40 años, y de joven Giovanni solía acompañarlo en sus rutas hasta que tuvo la edad suficiente para heredar su puesto de piloto.

Por 18 años sin parar, Giovanni manejó el bus por las calles del área metropolitana de Barranquilla, hasta que un deseo de cambiar de aires pudo con él. Intentó su suerte en otros cometidos, pero como lo único que sabía hacer era conducir, terminó tras el volante de un camión, lo que le permitiría conocer otros pueblos y alejarse de la monotonía de la ciudad. Su aventura sólo duró nueve meses. El sueldo de camionero era escaso en comparación al conductor de bus; sumado a esto empezaba a causar desestabilidad en su hogar al apretar el presupuesto que antes consistía de casi 2.5 millones de pesos mensuales.

En Sobusa estuvieron felices de tenerle de vuelta. La experiencia con los conductores novatos para ellos siempre es un fastidio. Algunos tardan en memorizar sus rutas,  otros sucumben ante la presión de tener que hacer malabares con el tiempo y el dinero de 400 personas diariamente, de sol a sol. Tras la segunda oportunidad que le dio Sobusa, se dedicó más que nunca a su trabajo, y ni siquiera tras las extorsiones de las bandas criminales a la empresa de buses, que resultaron en atentados violentos en cuatro de sus compañeros (acabando en la muerte de uno de ellos), se propuso dejar su empleo.

A pesar de llegar a las 10 pm a su casa, de apenas ver a sus hijas, y de sólo poder dormir unas pocas horas entre las extenuantes jornadas de trabajo, Giovanni se muestra tan satisfecho como orgulloso de haber sido capaz de resistir tanto tiempo en este trabajo. Sin duda, no es nada fácil mantenerse más de dos décadas ejecutando una labor tan ardua, intrincada, atosigante y en ocasiones inhumana como conducir la ruta  C11 de Sobusa. Pero alguien tiene que hacerlo.

Obviando las  inconveniencias que exhibe el tráfico barranquillero, ¿qué tan difícil puede ser conducir un bus por la misma ruta todos los días? Realmente,  es más complejo de lo que parece. (Cuadro sobre la foto diagramado)

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