Por. Javier Franco Altamar (*)
Muy pocos, pero muy pocos comentarios respecto del partido de ayer, le dan alguna responsabilidad a la selección paraguaya en su empate a dos goles con la nuestra. Por lo menos, debería entrar a considerarse que Gustavo Alfaro, el estratega de Paraguay, ya tenía claras las debilidades colombianas y las explotó bien, sin perder la compostura ni la disposición de su equipo pese a los dos goles tempraneros que no estaban en sus cálculos.
Pero si nos vamos al otro lado, al nuestro, es también claro que Lorenzo no ha sido capaz de proponer variantes. Él cree que sí, pero la verdad es que no sorprende a nadie cuando da a conocer la nómina de inicialistas: uno ya sabe que si hay cambios, serán muy mínimos. Él siente que ya tiene su titular definida, y en esos jugadores está su confianza. Poco importa si comienzan a bajar su rendimiento. De alguna manera, él guarda la esperanza de que le respondan con una genialidad y eso refrende que él tiene la razón.
Yo creo que, en algún momento de máximo rendimiento, nuestra selección era muy equilibrada: sus líneas estaban sincronizadas y cada jugador brindaba lo mejor de su aporte. Se “sabía” y “se reconocía” que nuestro jugador estrella, nuestro referente máximo era Luis Díaz. Y que las demás líneas funcionaban en sus respectivas potencialidades. Incluso, el propio James Rodríguez, era una alternativa dentro de un grupo de mediocampistas entre los que había algunos más equilibrados, como Carrascal, por ejemplo. Y cuando entraba James, su respeto por Díaz era clave, y se notaba que entraba a apoyarlo.
Pero ocurrió lo que nunca debió ocurrir: la mirada mediática se posó de nuevo en James, y gracias a unos resultados en los que él jugó a sus anchas y los finalizadores de cabeza ayudaron, cada bostezo suyo empezó a ser visto como genialidad, y entonces todo el equipo comenzó a armarse en torno a su figura.
Cuando a nuestra selección le dan espacio para contragolpes y se generar cantidades enormes de jugadas de pelota quieta, James aporta mucho. Y por esa vía aparecieron goles notables y decisivos. Tal circunstancia volteó la estrategia hacia esos potenciales y descuidamos el balance. ¿Resultado? Cuando nos presionan, o los delanteros contrarios se mueve mucho, cuando los adversarios triangulan y son capaces de copar los espacios del centro de la cancha, esa “ventaja” desaparece y todo se vuelve en nuestra contra.
Y si, para peores males, James no está en condiciones (y ni siquiera se reemplaza por alguien que puede hacer lo mismo que sería entre los males, el menos malo), la angustia hace la aparición y ocurre lo que pasó ayer.
Si el sistema fuera distinto, si las decisiones fueran distintas, quizás el desarrollo del partido de ayer hubiese sido distinto. No sabemos qué tan distinto y si eso a Colombia le hubiese bastado para ganar. Esto es un juego, y no suelen existir razones suficientes o que por sí solas garanticen un resultado; pero por lo menos, se ponen sobre la mesa ese otro tipo de razones que son de control de los técnicos: las necesarias, es decir, esas que tienen que estar presentes para que un resultado deseado sea posible. Una de ellas es ubicar en la plantilla de inicialistas a los mejores del momento, o por lo menos, que se defina la estrategia más adecuada, y escoger a los jugadores más apropiados para cumplirla.
Aquí la pregunta sería si la estrategia adecuada en poner a girar a la Selección en torno a James, con todo lo que eso suena y luce genial y ha resultado en algunas ocasiones; pero que es previsible y a un buen técnico adversario le bastará con molestarlo y estar siempre pendiente de él.
*Nota: esta columna fue, inicialmente, un comentario suelto y espontáneo en mi cuenta de Facebook