Por: Hadil Ramos
“El Club” es una película chilena de 2015 dirigida por Pablo Larraín que aborda el tema del encubrimiento institucional de delitos cometidos por religiosos, en este caso sacerdotes. La trama se centra en un grupo de cuatro sacerdotes retirados que, por diversas faltas, entre ellas abusos a menores, vínculos con organismos de represión de la dictadura, participación en adopciones ilegales y apuestas, se encuentran confinados en una casa en un pequeño pueblo costero, bajo la supervisión de una monja. Dónde supuestamente están siendo “rehabilitados” para volver al camino del Señor, distanciados de la práctica sacerdotal y demás habitantes.
No obstante, la llegada de un nuevo religioso a la casa, de una generación más joven y con los ideales incorruptibles, quien tiene el trabajo de evaluar estas casas de retiro y clausurarlas, altera la rutina establecida, lo que desencadena una serie de eventos que obligan a los personajes a confrontar su pasado y las consecuencias de sus actos.
Para este largometraje, Larraín opta por un estilo visual sombrío y sobrio, utilizando la fotografía para destacar el aislamiento del entorno y la rutina diaria de los personajes. La puesta en escena se centra en recrear un ambiente de reclusión y orden, en el que la estructura narrativa se va desarrollando a medida que surgen interrogantes sobre la gestión interna, donde el encubrimiento se hace presente y la culpa de los personajes responde, permitiéndonos indagar en las almas de los curas.

Por otro lado, el guion, escrito en colaboración con Guillermo Calderón y Daniel Villalobos, se estructura en torno a diálogos que presentan de manera directa los conflictos internos y la rutina impuesta por la institución. La narrativa se desarrolla de forma pausada, permitiendo al espectador observar las tensiones y los dilemas éticos sin recurrir a un lenguaje sensacionalista.
La anterior nos presenta unos personajes objetivos de odio, la hermana que está en papel de carcelera y cómplice del encubrimiento, quien ha asumido esa labor en prolongación de su propia identidad y permanece con un carácter sumiso y sonrisa falsa, y este nuevo integrante que a los ojos del espectador entra a ponerle fin a la permisividad que se les otorgaba en vez de estar conscientes de sus pecados y cambiar genuinamente. Para la cual se creería que al ser religioso todo sería “llevado en paz” pero cuando menos se espera toma un gran giro que reafirma la fuerza de algunos personajes, para posteriormente dar otro gran giro al final inesperado, pero que a la par, una vez se ve, tiene todo el sentido.

En concordancia, el elenco, integrado por actores como Alfredo Castro, Roberto Farías y Antonia Zegers, ofrece interpretaciones que se centran en la representación de personajes marcados por una vida de sanciones y secretos, dónde los estrictos reglamentos de comportamiento religiosos y poder afectaron su cordura a lo largo del tiempo llevándolos a juicios inmorales que los enloquecen por el cargo de consciencia y los somete a más vicios. Perfil psiquiátrico que logran trasmitir los actores, sobre todo en la gesticulación a la hora de decir diálogos enfermizos, ya que se sabe que actuar correctamente escenas de personajes con crisis, sin ser muy insípida ni muy exagerada, que raye en la sátira, es difícil.
“El Club” expone una de las problemáticas y corrupciones dentro de instituciones de gran influencia, como es el caso de la Iglesia. A través de la historia, se examinan cuestiones relativas a la responsabilidad personal y colectiva, así como a los mecanismos internos de control y la posibilidad de redención en un sistema que prioriza la imagen institucional. Esta aproximación, sin miedo a presiones políticas, expone la sociedad, característica propia del director, haciendo una crítica social e invitando a reflexionar sobre ello.