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Por:Angie Palacio

El fundador del hogar de la salsa en Barranquilla habla sobre su vida, su trabajo y su próximo retiro.

Parecía como si llevase algún tiempo sentado en una silla afuera de su establecimiento. Después de presentarnos, entramos a La Troja, pero no era aquella llena de luces y música que todos conocemos. Esta estaba dormida, sólo se escuchaban las voces de los trabajadores entre interminables canastas de cerveza que llegaban hasta el techo y los pasos que llevaban hasta en corazón del lugar, la oficina de Edwin Madera.

A pesar de ser una oficina administrativa, se respira el ambiente salsero y tropical que caracteriza el lugar. Discos de vinilos, fotografías con personajes importantes y un escritorio lleno de documentos, eventos y carpetas, lo rodean. Parece no incomodarle, se le ve muy tranquilo y cómodo, como si tratase de su propia habitación. Momentos después, retomamos aquella conversación que se había visto interrumpida por asuntos laborales y empezamos la entrevista.

Madera narra con nostalgia como hace cincuenta años llegó junto con su madre y sus hermanos a Barranquilla buscando nuevas oportunidades. Un amigo de la familia contactó a la mujer que en ese tiempo se dedicaba a repartir almuerzos a trabajadores y le ofreció atender aquel pequeño lugar que inicialmente era un establecimiento de comidas. Pero, ¿Cómo nació este establecimiento? Madera los nombra “un grupo de bacanes de la sociedad Barranquillera, quienes se unieron para formar un sitio donde rumbear en carnavales”.

 Luego cierra los ojos y nombra sitios, que en aquella época eran importantes, pero que hoy en día no existen. “El palo de oro, La Charanga, El Molino Rojo, Carnaval, lugares importantes de los cuales ya no queda ninguno”. Continúa dando una imagen de la vieja Barranquilla, con los cinemas alrededor de la ciudad, “cuando uno llevaba a la novia a ver películas bajo las estrellas. Una época muy bonita”.

La Troja como la conocemos ahora, no era nada más que “un famoso kiosquito que no fue famoso”. Fue apodado como el kiosco ABC, donde servían comida y mecatos. Sin embargo, no todos los tiempos han sido buenos. Durante la Bonanza Marimbera, y tras la muerte de su madre, Edwin se vio obligado a cerrar aquel establecimiento que durante años había servido a los barranquilleros.

“Recordé lo que estaba escrito en aquel cemento, al lado del árbol, el día que bautizaron el lugar, “La Troja”. Como un acto en honor a su madre y a “los bacanes”, nació el nombre de uno de los sitios más emblemáticos de la cuidad. Aunque el mismo lo categorice como el mejor ambiente y no el mejor lugar, son miles de extranjeros los que visitan La Troja por año, porque “no has estado en Barranquilla si no has visitado la troja”.

El tiempo pasó y Edwin se fue empapando cada vez más de los ritmos antillanos, hasta que fue cayendo y se enamoró de este tipo de música. De ahí provienen los discos de vinilos que reposan en una gran estantería de su oficina; y aunque muchos fueron perdidos durante un incendio, se conserva una gran cantidad de ellos que puedes notar a simple vista.

La Troja es como se conoce hoy en día gracias al esfuerzo y la perseverancia de Madera, quien desde joven se preparó en lugares como este para “absorber todo como esponja” sobre la planeación de eventos y la música popular. Debido a su edad ya no puede estar despierto todas las noches, “pero hay que trabajar”, afirmó; aún le queda energía y espíritu tropical que lo acompañen durante varios años más.

“Ya estoy algo cansado, veo venir uno o dos años y me retiro” dijo mientras fruncía el ceño. Sin Edwin Madera, ¿quién será el responsable de La Troja? “Después de mi retiro, les cederé mi lugar a mis hijos. Quienes se dirigirán a mí cuando tengan dudas y para guiarlos”. Con total seguridad, Madera confía en que sus hijos serán capaces de llevar el negocio adelante.

De un momento a otro, Edwin empieza a entonar la reconocida canción Ni llanto, Ni velorio, “Cuando yo me muera no quiero llanto, ni tampoco velorio”. Para referirse a los sitios de Barranquilla que se han extinguido “sin pena, ni gloria”, con esto quiere hacer mención a aquellos sitios que cerraron porque sus siguientes encargados no encontraron la manera de adaptarse a la organización de antes, lo cual causa que los clientes pierdan el interés.

El mayor deseo de Madera es que su espíritu optimista y su dinámica, las cuales han sido claves para La Troja, sean adquiridos por sus hijos. Al fin y al cabo esto ha sido lo que ha llevado a este lugar a ser uno de los más importantes en la ciudad. Edwin se siente feliz, porque ha logrado cumplir su objetivo, “crear un lugar donde todos somos iguales y disfrutamos de la buena música”. Un lugar para tomar, bailar y gozar, aspectos propios de la cultura barranquillera.

Con unas fotos y un apretón de manos terminó su relato, mientras me guiaba hasta la salida, tarareaba la canción que minutos antes cantaba durante la entrevista. Antes de irme, recibí por su parte una invitación para volver algún día y mientras me alejaba, escuché como pedía a los trabajadores que mantuviesen la terraza del lugar limpia por la presentación del lugar. Edwin Madera es en definitiva el corazón de La Troja, un hombre dedicado a lo que hace.

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