Por: Daniela Pinto, Valery Serrano, Daniela Bustamante, Wendy Clavijo.
Oscuridad, pérdida de la libertad, agresión física y mental, pareciera ser las características del Centro de Rehabilitación Femenino El Buen Pastor de Barranquilla. Detrás de estos muros se encuentran las historias de mujeres que cometieron delitos varios, en su mayoría, tráfico de estupefacientes y concierto para delinquir. Sin embargo, en el sitio se destaca la frase “el encierro está en la mente, no en los muros. Sal de ahí, sé libre”.
Se encuentra en una pared, pintada con las huellas de manos de color amarillo, azul y rojo. Un concepto que pretendiera contradecir la realidad que viven las reclusas, pues se enfrentan al aislamiento físico y mental, mientras su anhelo es salir de esa prisión.
Día a día tienen una rutina ininterrumpida: comer, dormir y permanecer en lugares a horas específicas. En medio de su encierro, también tienen la posibilidad de elegir qué tipo de aprendizajes recibir desde distintos ámbitos y distraerse un poco con actividades recreativas. Aunque su salud mental y física se ve afectada, han encontrado un tiempo para reflexionar y encontrarse consigo mismas.
El Centro ha recibido la atención de entidades académicas como la Universidad del Norte, que en el año 2015 realizó un estudio con 66 internas. De estas el 61,1 % son madres. Tan solo el 27,8% mantiene el vínculo con su pareja y sus hijos están al cuidado de familiares, desconocidos o del ICBF. Diana Pérez, recluida desde hace dos años, es una muestra de esta situación; tiene 4 hijos menores de edad. De estos, sólo tiene contacto con tres, entre ellos, su niña de diez años, víctima de abuso sexual por parte de su abuelastro.
Como Diana, el 44% de las internas, según el estudio Uninorte, se encuentra detenidas por tráfico de estupefacientes. Ofelia Díaz Pedroza, Directora del Centro, asegura que otros delitos imputados son la extorsión y el concierto para delinquir. Afirma que son visitados por la Defensoría del Pueblo, la Personería Distrital y Jueces de Ejecución para realizar charlas con las internas condenadas y vigilar así, los diferentes procesos para evitar la reincidencia, de acuerdo, a lo que la misma ley establece.
“Trato que no sea monótona, pero siento que estoy perdiendo el tiempo”- Gladys Fuentes
Los cinco pabellones del CRF abren sus rejas al patio a las 5:30 am. Algunas mujeres están despiertas desde antes, pues el insomnio es su compañero. Cada una recoge sus escobas, traperos y demás utensilios para el cómputo, un recurso que permite rebajas de penas a cambio de trabajo de limpieza. Es acumulable por horas, al finalizar un año, las internas reciben una disminución de cinco meses.
El desayuno llega de afuera, al igual que el almuerzo y la cena. La alimentación está a cargo del Comité; según el archivo de licitación 2016 presentado por la Alcaldía de Barranquilla el dinero que se invierte en las comidas del CRM El Bosque y el CRF El Buen Pastor es de $1.500 millones de pesos anuales. Lo anterior, se debe a que el Centro es una entidad del orden territorial, adscrito a la Secretaría de Gobierno de la ciudad; por lo cual, El Buen Pastor no hace parte del INPEC.
A la hora de comer todas están en el patio. Sacan sus recipientes y vasos de plástico, forman una fila y esperan a que les entreguen la comida por una ventana enrejada, similar a la de una casa. Algunas, se quejan por ser el mismo menú; la señora que sirve, resignada, cree que deben bendecir el alimento en vez de menospreciarlo. Ella, con guantes plásticos y gorro, continúa sacando de la profunda olla el arroz.
Otras internas prefieren ir a la tienda y comprar el almuerzo de $5.000 a $6.000 pesos o lo hacen ellas mismas en la cocina, donde pagan $1.000 pesos de gas por hora. En el sitio, algunos enchapes blancos están caídos y los estantes de madera, con frutas pintadas, permanecen asegurados con candados. En general, se mantiene limpia, al igual que las demás instalaciones.
Cuando todas tienen el plato en la mano prefieren no utilizar el comedor y sentarse en los muros debajo de los árboles. Conversan, mientras las rejas, adjuntas a las paredes blancas y descascaradas, siguen abiertas. Los gatos que habitan el lugar, buscan algún trozo de alimento caído. Y Soledad Libertad de la Hoz, una perrita que “se metió” al Centro, espera que una interna le sirva su comida.
Los alimentos, utensilios de aseo personal, la ropa y el dinero, son llevados los “miércoles de paquete”. Al CRF llegan desde personas caminando hasta grandes camionetas para entregar bolsas, luego que el guardia revisa por posibles bebidas oscuras -ya que puede contener disuelto algún estupefaciente-, le hace un nudo y grapa un papel con el destinatario. Estas permanecen en una rueda de madera, a la sombra de un árbol de mango y finalmente, son entregadas. Para las carnes y demás refrigerados le piden el favor a la señora que administra la tienda, una civil, así no se daña y pueden cocinarlo días después.
El dinero es necesario semanalmente, algunas estiman que de $50.000 a $100.000 pesos, depende de los gastos que realicen. En la tienda, aseguran las internas, los precios son elevados, sobre todo en el arroz, verduras, mecatos y gaseosas. La mayoría no resisten estar incomunicadas por lo que llaman desde el SAI a $200 pesos el minuto. No se pueden exceder más de cinco, pues cuentan con sólo dos celulares.
La peluquería es otro lugar de convergencia. Allí se hacen la manicura, pedicura, corte, blower, plancha y tinte. Es prácticamente el lugar más cuidado del Centro, sus sillas de cuero y el lava cabezas son negros, al igual que el piso con un toque de estampado. Los espejos ovalados y de cuerpo entero, contrastan la pequeña miscelánea llena de carretes de lana, bolsos y pintauñas de diversos colores, todos bajo llave en una estantería de vidrio. La reclusa a cargo, de cabello rubio tinturado, es servicial y atenta con sus clientas, siempre tratándolas con respeto y dedicación respecto al servicio entregado.
“Lo positivo ha sido realizar cursos y aprender manualidades…lo negativo es estar separada de mi familia”-Mary Mundell
En este Centro, la reclusión no es necesariamente sinónimo de encierro. Son muchas las actividades para realizar día a día. A pesar que algunas mujeres deciden permanecer en su cuarto, tienen la posibilidad de elegir cursos formativos, desde la primaria y el bachillerato hasta programas con el SENA. De igual forma, pueden distraerse un poco con el folclor y deporte.
Semanalmente un profesor del Estado dicta clases, desde primaria hasta bachillerato, por ciclos para culminar más rápido. La directora del Buen Pastor afirma que durante el 2016 se graduó la primera promoción de bachilleres. Maribel Lugo, de 50 años, no sabía leer ni escribir y en el Centro lo aprendió. Extraña su tierra Sincelejo, Sucre, pero sonríe cuando dice que cursa tercero de primaria, que este proceso ha sido rápido y más fácil de lo que esperaba.
Por otro lado, en la Universidad de Monterrey cinco mujeres incluso tienen una beca, donde semanalmente asisten de manera virtual al curso de su elección. Ellas pertenecen a la Fundación Mujer Vida (FUNMUVI), que una vez a la semana se reúnen para apoyarlas y realizar actividades que beneficien a las demás internas.
De igual manera, el proyecto de reciclaje 3R, es otro ejemplo; con este tienen pensado cuidar el planeta, vender los desechos reutilizables y así, comprar puertas para los baños. Isaura Cantillo, Coordinadora de la Fundación, afirma que realizan un proceso de re-dignificación, “recordándole a las mujeres sus valores, su objetivo en la sociedad: que más de traer hijos al mundo, ser esposas y ser productiva económicamente, es ser ella misma”, concluye.
El CRF también ofrece cursos en convenio con el SENA como contabilidad, emprendimiento, coctelería, bisutería, foami, patronaje, zapatería, pintura en tela. Para la temporada navideña, ofrece el curso de muñequería en la sala de costura, realizando así, la Segunda Feria Artesanal “Libertad con Emprendimiento”, donde venden desde collares hasta muñecos de nieve. Posteriormente, en la Alcaldía Distrital, también estaban en exhibición y a la venta para todo público los productos realizados por las internas.
La recreación también está presente. El Grupo Folclórico Tompoyó, es un proyecto musical que según Lisandro Polo, docente y Rey Momo del Carnaval de Barranquilla 2016, se encarga de “enseñarles la música tradicional del Caribe colombiano a un grupo de reclusas con el fin de ocuparlas en algo creativo”. Las mujeres pertenecientes a este grupo realizan presentaciones en el Centro, como en la Feria Artesanal, todas vestidas con faldas rojas de cumbiambera y sombrero Vueltiao tocando instrumentos como el llamador, alegre y guache.
Asimismo, en la cancha también hacen deportes como la rumba terapia, y actividades auspiciadas por Coldeportes como juegos de fútbol y baloncesto. En el patio tienen un salón donde realizan las misas o reuniones, entre ellas, las religiones católica, evangélica y adventista. Las internas asisten a cualquiera, pues es el “mismo Dios”. Pueden además, participar de un discipulado o “retiro de Emaús” donde les dan biblias y proyectan películas.
También pueden utilizar la biblioteca, sentándose en las sillas de madera, similar a las de un colegio. En las paredes hay estantes del mismo material donde la pila de libros llega hasta un metro de altura. La mayoría son donados, con hojas amarillas o algún tipo de remiendo. Es un lugar pacífico, al encontrarse en el segundo piso, por la ventana se alcanza a ver el techo y los alrededores del Centro.
Por último, la sala de informática está adecuada con nueve computadores, allí se guardan los instrumentos de Tompoyó. El salón cuenta de igual forma con aire acondicionado y láminas de icopor, las faltantes, son sustituidas mientras tanto con un pedazo de cartón y papel periódico sostenidos con madera.
“Tengo un problema en la cadera, se agravó porque duermo en un colchón normal”- Gissell Altamiranda
Las internas tocan la puerta de metal que divide el área administrativa del patio, mientras la guardia abre la pequeña ventana. Varias preguntan si vino el médico, ella responde que “no, posiblemente mañana”. Este asiste una vez a la semana, las internas pueden ir a donde su compañera que realiza su cómputo como enfermera. Ella brinda los primeros auxilios y duerme en el área administrativa.
Según la Ex alcaldesa, Elsa Noguera, en el 2012 se invirtieron 250 millones de pesos en unidades médicas y odontológicas en CRM El Bosque y CRF El Buen Pastor. Por su parte, para Ana Liliana Ríos, Médico Especialista en Salud Familiar y Co-autora del estudio Uninorte, sostuvo: “no sé si de pronto no estaba en funcionamiento y la hubieran ubicado en otro lugar, pero en el espacio de enfermería yo no encontré unidad odontológica”. Ríos indica que desde los 50 años las mujeres deben realizarse la mamografía cada dos años, y algunas, no lo habían realizado a pesar de tener esa edad. Por último, expone que varias internas de menor edad tenían masas grandes en el seno y para ellas, no le parecían que fuera un signo de alarma.
Los medicamentos no son entregados en el Centro. En un caso grave, llaman al doctor o son llevadas de urgencias. Yesli Cantillo de 20 años manifiesta que su salud ha sido problemática; cuando ingresó creía que estaba embarazada, por lo que consultó al médico y este le envió un examen de sangre. Hasta la fecha no lo ha realizado por falta de dinero. Ella opta por una actitud de decepción y sarcasmo a las preguntas, dando respuestas cortas y en voz baja. No obstante, asegura que en Venezuela estuvo recluida y describe al CRF como un hotel comparado a la cárcel donde permaneció.
Según Edith Aristizábal, co autora del estudio y coordinadora Unidad de Salud Mental del Hospital Uninorte, se encontraron varios trastornos depresivos asociados “a sucesos anteriores de la internación, como: victimización por parte de las parejas, maltrato, abuso, violencia sexual y familias disfuncionales”. Agrega que encontró mujeres con buenos patrones de crianza que “por un error, una mala decisión, incluso, una mala compañía” ahora se encuentran en el CRF. Concluye, diciendo que con los guardias también realizó unas técnicas de entrenamiento en el manejo de la ansiedad, ira, y frustración.
“Lo primero que haría al salir es ir a la iglesia y buscar trabajo”- Nereida Fernández
Las visitas son los momentos más gratificantes de la semana. Los familiares pueden pasar un día con ellas, de 8:00 am a 4:00pm. Myriam Cafier lleva dos años y tres meses en el Centro, lejos de su añorado pueblo Candelaria, Atlántico. Ella maneja una actitud un poco agresiva al inicio, pero mucho más servicial al transcurrir la conversación. Espera la visita de su hija, se le aguan los ojos al recordar, no sólo a sus hijos sino a sus 16 nietos.
Por su parte, Cielo Guerrero de 53 años, es madre de siete. Tiene una mirada triste, juega con las manos y no participa mucho en el diálogo. Para poder ver a su primogénito ella debe asistir de 5:30 a 6:00 am cuando hacen el llamado, allí firman y aceptan el encuentro.
Si no se levanta, pierde la visita. Como Candelaria Sanabria, de 25 años. Tiene una voz fuerte y chistosa, al continuar la conversación intenta ocultar con su risa, su realidad. Ella cuenta que tenía una vida desordenada y no le hacía caso a su madre, pero ahora ha aprendido a valorarla, quererla, amarla. Ella es la encargada de su caso, y se reúnen los fines de semana, cuando Candelaria decide dejar de ver televisión y salir de la cama.
La conclusión a la que llegan las nueve internas protagonistas de este reportaje es destacable. Afirman que, en el Centro, han encontrado un espacio y tiempo para reflexionar. Cuando estaban afuera se les pasaba el día pendiente de sus familias. Ahora quieren comenzar de cero y sin rencor, como Cielo; terminar la primaria como Maribel; reunirse con sus hijos como Diana; volver a su tierra como Myriam, o pedir perdón como Candelaria.
El Buen Pastor de Barranquilla es el hogar de mujeres que anhelan salir, encontrar una sociedad que las acepte sin prejuicios y en la que puedan aportar algo de lo aprendido en su situación. Para ellas el encierro está en la mente, no en los muros que las aíslan día a día. En sus manos está la decisión de permanecer en el cuarto o aprender y participar de actividades recreativas mientras cumplen su condena, muchas afrontando problemas de salud, otras del alma. Por último, cabe destacar el tiempo que han encontrado para encontrarse consigo mismas y replantear los errores del pasado.
“Siempre soy libre, incluso en prisión. Mis pensamientos, mis sueños y mis aspiraciones no pueden ser destruidos materialmente”- Lech Wałęsa, Nobel de Paz 1983.