Por: Wilson Ganem. Foto tomada de AFP
Triste, horriblemente triste la tragedia y todo lo acontecido esa amarga noche del 28 de
noviembre cuando un avión que iba camino a la gloria, tuvo que hacer una parada eterna e
inesperada en el aeropuerto del cielo. Esposas, madres, hijos, compañeros e hinchas, lloran la
partida de sus héroes que también son nuestros. Héroes que de ahora en adelante están en una
liga sin corrupción, sin peleas, sin muertes, sin aquellos barristas que aún no tienen clara la
definición de respeto y tolerancia.
Triste es ver que la unión de todo el mundo se vea influenciada por un hecho de tal magnitud.
Triste es saber que en unas cuantas semanas, esta historia quedará en un funesto baúl de
recuerdos y volveremos a sumergirnos en la agonía y el peligro de ser hincha, de tener un
sentimiento por un escudo y por una camiseta. Volveremos a la tensión y la angustia que
sienten padres, parejas e hijos, cuando damos la noticia que vamos a un estadio.
¿Es eso lo que queremos? ¿Es ese el propósito del fútbol? ¿Es esa una forma de ganar?
Seguramente, todos responderemos con un rotundo no, pero no es solo decirlo, es aplicarlo.
Las palabras se las lleva el viento, los hechos permanecen. Por eso, esta tragedia nos debe
servir para que evaluemos nuestro actuar, no solo como hincha, también como persona.
Estamos ante la oportunidad máxima de darle un giro completo al rumbo de este deporte, que
empeora con el pasar de los días y de los partidos. Revivamos el fútbol, hagamos que de
ahora en adelante el llanto se convierta en alegría, no en desolación por la pérdida de un ser
querido.
Difícil caer en cuenta de la proporción de este acontecimiento, pero nos deja como enseñanza
que hay que vivir cada minuto como si fuese el último. Puede que sea una frase de cajón,
pero el significado es profundo y debe penetrar en cada uno de nuestros corazones. Despídete
bien, acuéstate tranquilo habiendo perdonado y libera los rencores. Hoy estamos aquí,
mañana no sabemos.