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Era el domingo después de la Lectura del Bando y hacía calor sobre la calle 99. El viento ya no soplaba con vehemencia como tanto lo había hecho en semanas anteriores. Barranquilla era de nuevo la de siempre. La del “tráfico insoportable” y la vida ajetreada.

Lejos del bullicio de los picós y las ollas del sancocho dominguero en los barrios más populares de ‘La Arenosa’, sobre el boulevard de Buena Vista, la ciudad daba otra cara.  Ese parque, que se extiende por toda la 99 entre las carreras 52 y 65, está enmarcado por grandes superficies y centros comerciales de diversas índoles, a donde los barranquilleros acuden a “pasar el rato”.

Entre los modernos edificios residenciales, elegantes hoteles y centros de convenciones construidos para recibir a miles de personas, el largo, pero angosto boulevard es casi el epicentro de la vida social en la zona y uno de los destinos predilectos de familias de todos los estratos en las tardes barranquilleras.

Sin embargo, las mañanas calurosas de domingo en este parque cuya arborización consta, mayormente, de palmeras,  no son para todo el mundo. Con una concurrencia significativamente menor, pero siempre populoso considerando la temperatura, el boulevard de Buenavista se vuelve el  gimnasio urbano de la gente fit.

Un grupo de unas 130 personas, todas ataviadas con indumentaria deportiva, disfrutaban de un rato de ejercitarse al aire libre. Bajo un sol cuyo resplandor no dejaba ni abrir los ojos, familias enteras montaban bicicletas, trotaban, y paseaban a sus miembros caninos.

La escena recordaba un poco al parque central neoyorquino. No porque hiciera frio, ni porque la vista estuviera adornada por un horizonte lleno de rascacielos,  sino porque el espacio, tal como se apreciaba, era el crisol que ayudaba a contrastar los estilos de vida de una ciudad que existe para todo tipo de personas. Aquel domingo, así como había quienes seguían durmiendo agotados por el trajín de la noche anterior —El bando, ni más ni menos—, también había gente dispuesta a comenzar su día  sudando por mero placer.

A las 11 de la mañana, las sombras sobre el pavimento se iban compactando bajo los pies de sus dueños y aunque la temperatura, según el Ideam,  ya era de 32 grados,  para los participantes de un torneo de Vóley-Playa que se disputaba en el lugar, era el momento perfecto para jugar un match de cuartos de final.

A mediodía el almuerzo ya apremiaba. Un grupo de amantes del jogging, se detenía para disfrutar de la variedad de jugos naturales que ofrecen los establecimientos ubicados sobre el parque. Resguardados bajo una carpa blanca y recién instalada, dejaban secar el sudor a la brisa, que aunque escasa, alcanzaba a refrescar.

Mientras  en el sur de la ciudad y parte del municipio de Soledad ya empezaba la suspensión del servicio de energía eléctrica, el zumbido de las torretas de alta tensión cercanas al parque era clara señal de que, por el lugar, el flujo eléctrico seguía alimentando a las viviendas.

Según vendedores del sector, entradas las 4:00 de la tarde, el panorama aportaría otras nuevas figuras: Enamorados caminando de la mano, niños corriendo atrás de sus mascotas y familias enteras compartiendo amenas  conversaciones sobre la grama.

En medio de las altas construcciones y de las luces de los apartamentos, la vida se concentraba en aquel pedacito de naturaleza entre la banal presencia de las tiendas de ropa y los hoteles. El boulevard del Buenavista se convertía entonces, en una versión, a escala Caribe, claro está, del concurrido Central Park, en esta energética y efervescente ciudad, que parece que nunca se “enguayaba”, por mucho que se vaya de fiesta.

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