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Por: María Camila Rodríguez, Daniel Zarache.

Dicen que si llegas antes de 7 a.m. no lo encontrarás y después de 10 a.m. ya habrá desaparecido. Desde temprano taxistas, mensajeros y extranjeros deambulan por el lugar buscando el olor de ese plato tradicional que todos deben desayunar. “Costeño que se respete desayuna con arroz de lisa”, así lo cree Sergio Gómez, uno de los fieles compradores del arroz que vende el señor Iván Calderón, hace más de 18 años  en la calle 70 con carrera 61b-24 frente al parque Bellavista.

 

el negocio está ubicado en la calle 70 con carrera 61b-24

 

El negocio no tiene puerta de entrada ni salida. Consiste en un carrito de lata de zinc ubicado en la terraza de una casa de dos pisos. No hay mesas ni sillas, se come de pie o sentado en el bordillo, entre amigos y desconocidos. Cada mañana Iván llega en un viejo Jeep rojo y acomoda el carrito con ayuda de Josué Julian, su único empleado. Su presencia es motivo de alegría entre los comensales que estaban a la espera.

Descargan dos ollas de arroz: uno de lisa y otro de pollo, además de dos tanques amarillos, uno para el jugo de tomate y otro para la chicha de arroz. El menú varía de acuerdo al gusto de los compradores y su precio oscila entre los 3 mil y los 5 mil pesos con bebida incluida. Se le puede añadir huevo cocido, salchichón, papa, queso, empanada, papas rellenas y variedad de salsas. “Si no le gusta no paga”, vacila Iván a sus clientes. El ambiente relajado más la atención personalizada que se le brinda al personal ha hecho que los que llegan a comprar “queden matriculados” en lo que ha llegado a ser un auténtico club del arroz de lisa.

Los comensales degustan con emoción el arroz de lisa cada mañana

 

El club nació en los años 70’s como creación de la mamá del suegro de Iván, el señor César Manotas. “Ella fue la que inició esta tradición y desde entonces se ha ido pasando la receta”, indicó Iván. En un principio estaban ubicados en la calle 74 con carrera 54 donde actualmente se encuentra Davivienda. Luego el negocio pasó a su hijo César, quien continuó en el mismo lugar un par de años hasta que decidió mudarse a las afueras del hotel El Prado. Fue en este lugar donde el negocio tomó auge. Tanto es así que hasta personajes reconocidos como el Joe Arroyo llegaban cada mañana a buscar su porción de arroz.

Sin embargo, muchos carnavales después, Iván decidió moverse al lugar donde esta actualmente. No fue fácil, en un principio estaba ubicado sobre la acera y los trabajadores de espacio público le exigieron que se quitara de la zona, pues el tráfico de gente que  llegaba a comprarle generaba trancones en la vía. Tras esta circunstancia, Antonio Osorio le ofreció la terraza de su casa por temor a perder semejante tradición. Gracias a esto personas como Carlos Nieto, quien viene y se devuelve desde Santa Marta a Barranquilla cada ocho días, siguen deleitándose con este plato típico, “pa’ mi a diferencia de otras comidas, el arroz de lisa es el más efectivo. Uno no queda fallo”, explica.

Iván Calderón, dueño del negocio

 

Según el señor Iván “todo radica en la preparación”. Además de las lisas, que se secan y salan previamente, el arroz lleva verduras como cebolla, ají dulce, pimentón, cebollín y condimentos como el comino, sal, pimienta. “El pescado completo es el que le da sabor al arroz, el agua del pescado le da el sabor, el arroz se cocina con la misma agua con la que se cocinaron las lisas”. Tradicionalmente se sirve en hoja de bijao con cebollín criollo finamente picado, sin embargo, el señor Iván se ha “modernizado” y prefiere utilizar platos desechables.

 “La cocina no es de misterio es de gusto, el ingrediente más importante del arroz es el amor con el que se hace”, precisa Iván tras beber agua helada.

 

 

Ya por fin sentado, toma un breve respiro pero observa más clientes en el horizonte, a los que antes de que pisen el lugar les hace seña de que la olla está vacía, incluso el cucayo se ha terminado. Rostros de decepción se asoman tras la ventana del carro o bajo el casco que vuelve a cerrarse, mientras el cliente promete llegar mañana temprano.

Así con el mismo misterio que llegó, se fue aquel negocio sin nombre que solo aparece por tres horas y se oculta antes de que el sol barranquillero empiece a calentar. Dicen que aquellos incrédulos que dudan o no conocen su sabor, están condenados a 24 horas de espera, la única esperanza es que amanezca y no les coja tarde, pues al que madruga el arroz de lisa lo ayuda.

 

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