Por: Laura Ballesteros, Maria Camila Gil y Sandy Millan
Las “escobitas” tiene la difícil tarea de dejar impecable la Vía 40, cuna de la Batalla de Flores y la Gran Parada de Tradición. Así es una jornada de trabajo con ellos.
Llega el crepúsculo y con él llega el fin del desfile que divirtió a miles de personas que entre risas, bailes y música lo disfrutaron. La alegría para algunos aún sigue intacta y están más que dispuestos a continuar con la fiesta, y así poder decir “¡Nojoda! me gocé el Carnaval de Barranquilla”. Para otros, tal vez, el tiempo de ir a descansar ha llegado. Lo cierto es que ahora, en el Cumbiódromo, donde horas antes había un mar de personas, hay soledad. El sonido de la brisa y las palas rastrillando es todo lo que queda.
Durante el día, la Vía 40 fue cuna de la Batalla de Flores y la Gran Parada de Tradición, adornada con los bailes y carrozas que por allí desfilaron. Ahora en la oscuridad del cielo, el único adorno que por ahí transita son las bolsas que bailan al compás de la brisa. Las latas de cerveza, mecatos, recipientes de icopor son los tradicionales vestidos de esta comparsa que desfila por cada esquina y rincón de la calle. A esta hora nos reciben los techos de las carpas desparramadas en el suelo, como si estos también estuvieran agotados tras la larga jornada, escondiendo los desechos, producto del consumismo.
Alrededor de las 9 se encuentran alineados los grandes bailarines de la única comparsa que va a presentarse en la noche. Una que se baila al ritmo de las escobas, palas y canecas. Más de 100 “escobitas” se alistan para lo que viene. La noche es de ellos y en esta son los protagonistas de una historia, que muchos veces ellos comparan con los “gatos”.
Los instrumentos están listos para despedir su melodía “a todo timbal”. Los camiones se encuentran llenos de canecas y demás herramientas que esperan a bordo que sus dueños salgan a recogerlos. Una indicación nunca está de más, por más experiencia que se tenga. Terminada estas, las “escobitas” dan inicio a su jornada, algunos con mucha más euforia que otros, unos cantan, se ríen, se molestan el uno al otro y hasta se empinan uno que otro vasito de aguardiente.
Pero lo cierto es que el tiempo es oro y deben aprovecharlo. Limpiar más de 8 kilómetros durante toda la noche es la tarea que deben cumplir en un tiempo récord. En grupos de cuatro comienzan a dividirse para trabajar, mientras unos van subiendo, otros van bajando a lo largo de toda la vía 40 y sus alrededores.
Entre uno de esos grupos se encuentra un joven con piel de color ébano, sonrisa perspicaz y un suave acento palenquero, aunque al preguntarle por su lugar de nacimiento responde sonriendo, “nacido y criado en Curramba la bella, parece que no, pero es así, soy barranquillero, para qué mentiría si al final no me sirve de nada” asegura Janer Cassian con sus ojos bien abiertos y una voz más aguda.
Tiene un poco más de 30 años, pero quien lo viera de lejos juraría que no sobrepasa los 25. Janer ha dedicado más de una década de su vida al trabajo de la Triple A. “Empecé desde que terminé la escuela”, comenta descomplicadamente. Hoy se ríe porque recuerda que lo que comenzó como un juego, hoy es la realidad, él no pensó durar tanto en este trabajo. Trece años de labor que no se reflejan en él, tal vez por su espíritu alegre y la jovialidad que emana.
Muchas veces se cree que el trabajo de la Triple A es exclusivo para hombres, pero la otra cara muestra la pujanza de las mujeres, quienes por el amor y la fuerza del trabajo también se miden a barrer día a día las calles de Barranquilla.
Para María Hernández el trabajo si parece dejarle huellas. “Los primeros días fueron duros, yo soy muy blanca y me he quemado full, yo me marchite mucho”. Hace seis años comenzó el reto de su vida, demostrar a su madre e hijos que ella podía sacar adelante su trabajo.
Ya con todos sus implementos en mano, camina hacia el lugar en el que le toca laborar esa noche. Siendo el mayor de sus cinco hermanos, aún vive con sus padres. Sabe que debe ayudarlos económicamente, aunque eso signifique sacrificar las fiestas de la temporada carnavalera. Mientras continúa caminando por la Vía 40, nos cuenta cómo muchos de sus amigos lo invitaban a los bailes populares de su barrio, las bien conocidas “verbenas”, “ellos me decían: ¡no vayas a trabajar, son carnavales, quédate con nosotros! pero yo tengo una responsabilidad que tengo que cumplir y aquí estoy gracias a Dios”. Su amor y disciplina por el trabajo son más importantes que la gozadera de estos días.
Los hijos y la familia son la fuerza de muchos de ellos para ellos continuar. La tarea parece sencilla, “la escoba pesa mucho y la pala más, los primeros días uno quiere renunciar, pero cuando uno tiene hijos uno sigue pa’lante y al son de hoy tengo cuatro años y me acostumbré, es el ejercicio de todos los días ” lo expresa Katia Cuello, mientras, exhala largamente observando todavía lo que le falta por limpiar.
El tiempo que lleva como escobita ha aprendido que su carnaval, es ese que comienza en la noche y no termina al llegar a casa. Su hijo y la otra escoba la esperan para cumpir su segunda labor.
Los hijos son el impulso de María para cada día levantarse, bañarse y ponerse su uniforme, sus botas y salir a trabajar. Su disfraz de carnaval dura los 365 días del año. Y quien la ve sabe que es mujer por el ritmo de sus caderas al caminar. El frío de la madrugada la calienta, como el abrazo y el beso que da cada día antes de salir a sus cuatro niños
En medio de la noche la fiesta continúa en el resto de la ciudad y mientras tanto, otros están ejercitando sus piernas y su hígado. Los “goleros” como también son conocidos van de un lado para otro barriendo, paleando y agrupando los desechos, como huella de aquellos asistentes a los desfiles, ya sean curramberos, personas de otros lugares del país o extranjeros, han dejado durante el transcurso del día. Es entonces cuando a nuestra mente viene la célebre frase ¡Quien lo vive es quien lo goza!, en este momento no puede haber frase más cierta y así lo expresa Janer diciendo: “ en las mañanas la gente está celebrando y en las noches a nosotros nos toca limpiar lo que quedó de las fiestas, pero así es la vida”.
Aun así Janer le hace honor al título de barranquillero, es todo un currambero que al hablar de carnaval se emociona y su rostro se torna pura sonrisa. El tiempo pasa y el cansancio no miente. Aunque la mente no tiene límite, el cuerpo sí. Tomar un respiro, mirar al cielo e implorar por fuerza, como el último suspiro de la vida.
Pero siempre que escucha hablar de carnaval su cuerpo lo siente, la pasión corre por sus venas como una herencia indiscutible. Son las 12 en punto de la madrugada, el compás del baile continúa y a pesar de ser tantos los desechos recogidos, la noche todavía es joven. Entre el frío de la oscuridad, el calor del corazón se hace presente. Sus ojos vuelven a brillar para responder qué significa carnaval para él, a lo que responde: “Carnaval es la fiesta más importante del país, la más popular, la más llamativa, todos los colombianos piensan en el carnaval. Como el barranquillero es alegre llama la atención, para mí el Carnaval es algo muy bonito y como no se ve todos los días es aún más especial”. Él más que nadie sabe cuánto hay que esperar para volver a vivir esa fiesta, aunque él la viva a un compás diferente.
Solo espera que sí tal vez Dios y la suerte están de su lado el otro año no le tocara trabajar sino que vivirá como otro espectador más de la fiesta, considerada de las más importantes del país. Asimismo se encomienda a Dios todas las mañanas y le pide que lo proteja a él y su familia. Nos cuenta de sus aspiraciones y sueños, mientras habla el brillo de su sonrisa se acentúa, lo que ilumina las tinieblas. No duda en responder que de sus más grandes anhelos en la vida es poder ascender de puesto. Sabe que tiene con qué, hizo un técnico que le puede permitir escalar un peldaño más en su vida, como las orugas que tejen y tejen y algún día se convierten en mariposas. Pero, el más grande sueño es sin duda alguna tener una familia.