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Por: Valesca Ricardo 

18 de abril del 2018.  Son las 11:30 p.m. en Barranquilla, el cielo está adornado de miles de estrellas, una de ellas se robaba todas las miradas: la luna, grande, llena y brillante. La mayoría de barranquilleros posiblemente estaban muy ocupados  para apreciarla, unos bebiendo en distintos bares, otros jugando billar, otros cumpliendo con su deber como trabajadores, algunos cometiendo delitos, muchos posiblemente degustando un buen plato de comida de algún exclusivo restaurante de la ciudad, muchos pensando en cómo generar una gran fortuna y otros muchos pensando en qué gastarla y  otros simplemente descansado de un largo día de trabajo y/o estudio. A diferencia de esos muchos barranquilleros, existen otros menos afortunados que quizás si tienen tiempo para apreciarla. Los habitantes de la calle, cada uno de ellos esconde tras unos ojos sucios y caídos un inimaginable mundo de historias tristes y alegres.

Al igual que ellos existe un grupo también de personas, no de la calle, pero sí con un enorme corazón y tiempo para apreciarla. Nosotros, seis mujeres y seis hombres, quienes a pesar del frío y sereno de la noche nos aventuramos a pasear las solitarias y peligrosas calles de Barranquilla, específicamente la calle 44 con 41, con enormes bolsas en los hombros, que contenían desechables con un delicioso y caliente arroz con pollo. Otras bolsas guardaban vasos desechables con mucha agua e´ panela caliente para mitigar el frío. Todo ello  destinado a personas que realmente lo necesitarán.

Nosotros, un grupo de 12 personas, nos aventuramos a pasear las solitarias calles de Barranquilla. 

En la esquina de la misma calle se encontraban dos personas, acostadas sobre el duro y sucio pavimento, sus cuerpos flácidos, sucios y golpeados por el trajín de los años  denotaban que no eran tan afortunados como nosotros.

Al parquearnos frente a ellos nuestra presencia no fue motivo de incomodidad, sin embargo, luego de descargar las bolsas y sacar los desechables con comida el inevitable olor de pollo, verduras y esencias  se esparció en aquella esquina y estas curiosas personas abrieron con pesadez sus ojos que ahora estaban muy rojos a causa quizás de levantarse de un profundo sueño o muy probablemente por el consumo de algunas sustancias alucinógenas que aportaban al hecho de sacarlos de su triste realidad. Esos mismos ojos rojos reflejaron un poco de confusión al ver a muchos extraños uniformados con camisas blancas, observándolos de forma curiosa. Nosotros al ver su reacción de inmediato nos encaminamos a hacer lo que debíamos, nos presentamos y les contamos que nuestra felicidad era hacer feliz a otros y que ojalá cumplamos la meta con ellos.

Saqué un desechable de una bolsa y un vaso de la otra y se lo entregué a la primera persona que para mi sorpresa era una mujer, su cabello corto y desaseado, su cara negra por el sucio acumulado y sus bastos gestos me hacían pensar que era un hombre. Ella, sin entender que estaba pasando, extendió sus manos y recibió lo mejor que habrían recibido hace mucho. Abrió la caja desechable y se encontró con una cantidad razonable de comida, comida que no duró mucho en las manos de aquella mujer. En menos de un minuto la comida había desaparecido y el rostro de satisfacción de aquella mujer lo decía todo. Jamás olvidaré el brillo de aquellos ojos rojos y la enorme sonrisa en aquel rostro sucio, fue mi motivación para continuar brindando felicidad a todo aquel que estuviera a mi alcance. Saqué otros desechables de las bolsas y se lo entregué a la otra persona que efectivamente era un hombre, su mirada de agradecimiento no tenía precio.

Al parecer habían muchas más personas en aquel solitario lugar además de las mujeres bastantes descubiertas que trabajaban a esa hora.  Luego de unos minutos 5 ó 6 personas sucias y malolientes llegaban arrastrando grandes sacos con botellas y cartones, indudablemente por alguna razón se habían enterado de nuestra labor social hicimos lo que nos tocaba y tiempo más tarde estábamos rodeados de decenas de estos maravillosos personajes, la comida como cosa de Dios se había multiplicado y todos y cada uno de ellos comieron, seguramente no arreglamos la vida de estas personas pero sí contribuimos al hecho de que pasen una noche menos desagradable al resto , o por lo menos eso nos demostraban sus rostros sucios pero agradecidos  y sus enormes sonrisas. Sentía la necesidad ahora de ver  más rostros así, de ver más sonrisas en la escasez.

 

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