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Por: Daniela Sedán, Anderson Algarin, Haiffa Rodriguez y Mateo Martinez

 

 

 

Jose Esefo es un hombre joven, no supera los 46 años y lleva más de 20 trabajando en el centro de Barranquilla. Empezó vendiendo sábanas en un local minúsculo y hoy tiene uno de electrodomésticos en el popular centro comercial Shopping Center. Se pasa los días esperando a que lleguen clientes, convenciéndolos de mirar sus ofertas y regateando precios.

Cuenta que algunas cosas han cambiado desde que llegó como es el caso de las estructuras y nuevas construcciones. Otras siguen igual como el olor y el ambiente particular del comercio. Y algunas otras han tenido un cambio significativo, ese es el caso del número de vendedores ambulantes que, según cuenta el comerciante, se han incrementado en un 40%.

Según José Esefo, todo lo que concierne al trabajo en la zona se ha transformado, y no necesariamente de la mejor manera. Dice que cuando comenzó a trabajar en el centro se inició en el mundo comercial vendiendo sábanas en un pequeño local, situado en lo que hoy conocemos como Paseo Bolivar.  “Era muy difícil comenzar en esto del comercio y más con una mercancía que no me generaba mucho ingreso en esos tiempos, pero era lo único con lo que podía empezar”.

Aunque José ha podido hacerse una vida a partir de su trabajo con distintos productos que comerciar, dice que el clima laboral  del Centro es muy distinto del existente cuando llegó, sobre todo por la concepción que se tiene de él. Porque aunque hace 20 años era más difícil hacerse un lugar y un nombre en el Centro, y no había tanta gente, y las relaciones no se conseguían tan cómodamente, el trabajo hecho allí era signo de prosperidad y de admiración. Hoy, sin embargo, el Centro es visto como un lugar de decadencia, donde se consigue “todo más barato”. La sobrepoblación de vendedores ambulantes, los carretilleros, la inseguridad y la falta de higiene en el espacio público son solo algunos de los problemas a los que se enfrenta.

Y es que Barranquilla tiene un Centro Histórico difícil, más bien precario. La razón principal: el creciente impacto de urbanización en el siglo XX que llevó a la ciudad a tener prioridad económica e industrial por encima del desarrollo cultural, para después entrar en periodo de crisis económica y desestabilizar la funcionalidad del Centro hasta el día de hoy.

Ahora, pero a qué se le denomina “Centro Histórico”. Según Jorge Villalón, historiador chileno, investigador y profesor de la Universidad del Norte  “se ha entendido como Centro Histórico aquellos lugares donde se originaron ciudades españolas, como Santa Marta o Cartagena, con su iglesia cuadrícula, ayuntamiento y cárcel”.  También resuelve la afirmación al título de este trabajo diciendo que  “si el Centro Histórico es eso, entonces Barranquilla no tiene Centro Histórico”.

Algunos investigadores como Villalón explican que a principios del siglo XIX, cuando Colombia estaba atravesando el proceso de Independencia, Barranquilla era un caserío con no más de 3 mil habitantes, la mayoría comerciantes y contrabandistas, emocionados con la idea de que se acabarían los controles de aduanas que hacían las autoridades españolas, a diferencia de la hermana Cartagena, que para la época tenía unos 20 mil habitantes.

Después de la Guerra de la Independencia, las políticas de comercio exterior comenzaron a favorecer a Barranquilla. En poco tiempo, la ciudad se convirtió en un puerto cosmopolita que atrajo a comerciantes ingleses, alemanes, franceses, norteamericanos, judíos, etc. A mediados de siglo, Barranquilla se convirtió en el puerto fluvial de paso obligatorio para las exportaciones de tabaco a los mercados de Europa, sin duda un nombramiento que la puso en la mira y en la gloria. En la mitad de la década de 1880, el aumento de demanda por las exportaciones hizo necesaria la construcción del muelle de Puerto Colombia inaugurado en 1893 y posteriormente del ferrocarril. Es en este momento cuando el  Centro Histórico empieza a vivir su época dorada. Surgieron las primeras fábricas y la vida cultural también tuvo interesantes expresiones, especialmente en la literatura. A partir de 1920 comenzaron a construirse instalaciones urbanas dignas de cualquier ciudad del mundo industrializado, como un tranvía, un acueducto, carreteras, teléfono, cine mundo y una compañía aérea.

La felicidad duró menos de medio siglo. La apertura del Canal de Panamá y del Puerto de Buenaventura llevó al abandono del puerto, del muelle, del ferrocarril y, por supuesto, del Centro Histórico de Barranquilla hasta el día de hoy. El fracaso industrial hizo que el Centro decayera de manera dramática, sumado a esto, las migraciones campesinas que afectaron a todas las ciudades del continente en aquella época agravaron aún más la situación, porque provenían de los lugares más pobres de la Costa Caribe y llegaron justo cuando la ciudad no tenía nada que ofrecer.

Desde la decadencia definitiva del centro en los años 60 hasta hoy, han pasado casi 60 años. Es en este punto, entonces, donde nos preguntamos por qué la situación parece no cambiar.

Los problemas del centro no son pocos, ya lo decía José Esefo al nombrar la invasión del espacio público que lo perjudica en su trabajo, pues los carros no pueden parquear, entonces las personas tampoco pueden entrar a comprar. Asimismo lo puede ver cualquiera que pasee sus calles y se encuentre con el hedor particular, con la dificultad para movilizarse ya sea a pie o en algún medio de transporte, la inseguridad, la contaminación ambiental, la destrucción de los pocos inmuebles de interés arquitectónico e histórico y, por supuesto, el espacio inexistente para la cultura.

Se conocen muchos proyectos que han tratado de mejorar algunas condiciones del centro de Barranquilla, algunos se han llevado a cabo y funcionan, como la restauración del viejo Edificio de la Aduana, para su utilización como centro cultural o de negocios, la restauración de la Plaza de Bolivar y la Construcción del Parque Cultural del Caribe, que actualmente está cerrado por falta de recursos. Otros, sin embargo, como la reubicación de los vendedores ambulantes, que actualmente supera los 18.000, parecen siempre estar en un vaivén.

En el 2005 la Oficina de Espacio Público realizó un censo de vendedores informales, que fue verificado en el 2011 y arrojó el número de 9.034 vendedores que tienen el derecho de ofrecer sus productos y que han ido entrando en procesos de reubicación. Los otros 9.000, número estimado, han llegado a raíz de la lamentable situación en Venezuela, que pone a la ciudad en una posición bastante difícil.

El secretario de Cultura del Distrito, Juan Jaramillo, habla de los proyectos puestos en marcha, y de otros que aún no empiezan y que pretenden recuperar el Centro Histórico desde la movilidad y la recuperación de los mercados, remembranza de la historia y apertura de espacios culturales. Sin embargo, los primeros planes para la rehabilitación del Centro se remontan a los años 80, pero nunca parecen ser suficiente.

 

“El centro ya no se ve solo desde un punto de vista comercial, sino que se ve como un tema cultural”: Juan Jaramillo, Secretario de Cultura

 

La intención siempre ha estado, eso es evidente, pero la ejecución es el gran enigma que abraza al Centro, y lo que ha hecho que no se pueda empezar a concebir todavía como un espacio posible para desarrollar la cultura.

A diferencia de nuestras ciudades hermanas como Cartagena y Santa Marta, que se vieron completamente involucradas en el desarrollo del país desde la época de la conquista y fueron casa de españoles durante más de dos siglos, Barranquilla empezó a surgir como un sitio de comerciantes avanzada ya la Conquista y sin la posibilidad de adoptar las costumbres, edificaciones e historia, que en el contexto de los Centros Históricos, a Cartagena, Santa Marta, Bogotá y muchas más les ha dado una ventaja al permitirles entenderse a ellas mismas, desde la raíz y desde la historia, como un patrimonio cultural, histórico y  arquitectónico de la humanidad.

Entre Cartagena y Santa Marta, por ejemplo, hay una rivalidad casi que irreconciliable desde tiempos antaños, pero que en la actualidad se refiere a algo que a Barranquilla sin duda le falta: el turismo. Alfredo Molano Bravo, sociólogo, periodista y escritor colombiano lo plantea en un artículo que escribió para El Espectador, en el que dice que las dos ciudades “competían por el favor de la Corona y el monopolio del comercio con el interior. En la Independencia, Cartagena le volteó la espalda al rey y acogió a Bolívar; Santa Marta siguió siendo realista y chapetona. Con el tiempo, Cartagena acentuó su papel comercial y Santa Marta se volvió bananera”. Ahora “ambas compiten por capturar el turismo”. Por un lado, Cartagena tiene el Corralito de piedra de Colombia o Ciudad Vieja y sus famosos balcones que están por todas las calles del Centro, Santa Marta tiene una de las bahías más hermosas, ubicada  también en el Centro y la famosa Sierra Nevada.

Barranquilla, siendo una ciudad con mar y río, con algunas edificaciones históricas, con el renombrado Carnaval, con la música y con el recuerdo y orgullo de la fuerte presencia intelectual que tuvo en los años 50, en la que transcurrían Gabriel García Márquez, Jose Félix Fuenmayor, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y algunos otros ilustres y reconocidos, podría ser un escenario cultural y turístico importante en el país, dándole ese valor que tanto le falta a la ciudad, el de la cultura ciudadana y el de la cultura misma.

Así se lo imagina Jorge Villalón, un empedernido estudioso de nuestra historia, que afirma una vez más la importancia y la necesidad para una sociedad de todo lo que es culto.

“Según mi opinión, mientras no tenga una función económica, difícilmente el Centro va a ser un lugar para visitarlo después de las 6 de la tarde”: Jorge Villalón, historiador

 

En una conversación descomplicada con Ramón Bacca, uno de los escritores más representativos de la Costa Caribe colombiana que radica en Barranquilla desde hace más de 50 años, mientras tomábamos un café y  hablábamos de cómo era la vida antes, él recordaba anécdotas de sus tiempos de abogacía, de la reacción escandalosa de su familia cuando decidió dejar el derecho para convertirse en poeta, de cómo era la ciudad, dónde concurrían y cuál era el mejor sitio para ir a comer helado: la Librería Nacional que quedaba en el centro, quién lo diría.

Durante esta charla, Ramón hizo una afirmación personal, que puede fácilmente ser algo que todos diríamos: “El Centro a mí siempre se me ha hecho como feo, y ahora es más feo que nunca. Alguna vez unos profesores gringos que estuvieron aquí me pidieron que los llevara a conocer el centro. Definitivamente no, no era la parte que había que mostrar”. Es precisamente esa mirada la que se debe recuperar, pero la historia no favorece al panorama y aunque los últimos gobiernos hayan invertido más en las restauraciones, el camino sigue siendo largo, lento y desalentador.

Lo único que pide José Esefo cuando se le pregunta por cambios que quisiera ver en el Centro es la reubicación de los carretilleros. Con lo demás puede convivir, pues esta ha sido su casa por más de dos décadas y así como conoce todos sus rincones, también los quiere y se burla de ellos. “No hay baños públicos en el Centro por ninguna parte, y la ley hay que cumplirla”, dice entre risas, después le responde rápidamente a un cliente por el precio de un teléfono fijo que vale 95 mil pesos pero él le deja en “90 barras” y se vuelve a nosotros para reiterar, pesimista, que no cree que la situación cambie.

 

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