Dayana Jaimes, esposa de Martín Elías, es egresada del programna de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Uno de sus profesores le escribió esta carta de aliento.
Alberto Martínez M.
En ocasiones, querida Dayana, la vida se va de un totazo. A los 27 años. Cuando uno menos lo piensa.
Se va al cabo de una parranda, en pleno viernes santo, cuando el alma busca un descanso.
Se va de repente, mientras la persona que amas se quita el cinturón de seguridad para reemplazar la ropa del último canto.
Ahí, justamente ahí, el destino cruza una motocicleta en la carretera y el vehículo da varias vueltas, y esa persona sale disparada en busca de una circunstancia que nunca imaginó.
Seguramente sintió la angustia de otras vidas que le daban auxilio. “No me dejes morir”, les habrá dicho. Recordará la ambulancia que apareció en el lugar después de algún tiempo. Y, tal vez, el momento en que llegó a la clínica, aferrándonse, como siempre, a la vida que tanto amaba.
Pero había un golpe en la cabeza que traumaba un poco el cerebro y varias costillas rotas, una de ellas incrustada en el pulmón.
Los médicos del hospital lo habrían intentado todo, pero la respiración se detuvo. En cinco ocasiones.
La vida se iba, querida Dayana. Se estaba marchando.
Había oraciones en todo el país. Las tuyas eran las más entrañables. “Aún no sé nada de mi esposo y sus amigos, pero desde lo más profundo de mí les pido que que oren por todos ellos”, dijiste. Y dejaste una sentencia que nos animó a todos a seguirte: “Dios es misericordioso”.
Las horas avanzaban, y los seguidores y los músicos hacían guardia en la puerta del hospital.
Ni tu ni ellos flaqueaban a pesar de las noticias de algunos fascinerosos de las redes sociales. No había tiempo sino para pensar en la vida.
Un día antes, Martín Elías le había rindido honores en esas mismas autopistas de información. “Gracias a Dios disfrutrando en familia”, escribió. La leyenda estaba al pie de una foto en la que posaba con Martín Elías Junior y Paula Elena. Su Paula Elena.
La sangre faltó y reclamaba transfusiones. Entonces gritaste: SE NECESITA SANGRE TIPO “O” NEGATIVO CON URGENCIA EN LA CLÍNICA SANTA MARÍA DE SINCELEJO. Ahí también estaba tu súplica: “Por favor, no dejen de orar por Martín. Nos necesita”.
La vida insistía en irse. De repente. Sin preguntar. Sin pedir permiso. Sin medir las lagrimas. Sin dimensionar el dolor.
De manera que a las 12:45 de la tarde, el monitor cardiaco lanzó su tenebroso sonido final.
Ahí quedabas con una nueva zanja en el corazón. Tu, y su familia, que apenas empezaba a sanar por la perdida del mayor.
“Amor de mis amores –le escribiste, después de bañarte en luto asfixiante por la noticia- te amaré por el resto de mi vida. Le doy gracias Dios porque me prestó un ser maravilloso para demostrarme lo bondadoso que es el amor entre dos personas”.
Te dejó el abrazo de la última despedida, y el beso más romántico de todos, y el “te amo” que aún retumba en tu cabeza.
“Ay, oso de mi vida –le volviste a decir-, dame consuelo. Tu purra te extraña pero le diré que fuiste el mejor papá del mundo”.
Conociéndolo como lo conocías, a esta hora debería estar pidiéndote perdón por las lagrimas que hoy afloran allí donde siempre quiso pintar sonrisas.
El más sencillo y amoroso de los Díaz Acosta estaría ahora arrodillado ante su madre Patricia para suplicarle clemencia, también a ella, por esta nueva pesadumbre. Escrito está –le diría- que los hijos deben sepultar a sus padres, y no al revés. Pero así es la vida.
Abrazaría a las dos y les haría ver que les deja sus ocurrencias, como a sus seguidores sus canciones viejas y nuevas. Me voy a consolar al llorón de mi padre, les diría.
Les heredaría, del mismo modo, la satisfacción de haber vivido esta vida plenamente. En cada parranda, en cada conversación, en cada encuentro familiar, el gran Martín Elías disfrutó e hizo disfrutar como Dios manda.
Es posible que hayan quedado proyectos por realizar. El más grande de todos: ver crecer y realizar a sus hijos y a los sobrinos que sentía haber parido.
Pero les pedirá que hagan lo que él hizo: disfrutar cada minuto de la existencia.
Y que nunca lo olviden. Uno muere de verdad cuando su gente ya no lo recuerda más.
Entonces no tendrás más remedio que responderle, como ya lo hiciste, que gracias. “Gracias por tanto. Gracias por ese amor incondicional. Gracias por ese amor inexplicable. Gracias por ese amor tan bonito”.
Paz en tu tumba, Martín Elías. Y ánimo en la vida, querida Dayana.