Por Jesús Alvarez/Fotos cortesía
Fotógrafa, periodista, escritora, conferencista y hasta buena vecina. Todos han conocido alguna vez a alguien como Linda Aragón; estatura baja, cabello corto, sonriente, mirada desentrañadora, pero aún más importante, talentosa, ansiosa de contar historias, contemplativa y “a veces ilusa”. Basta con hacer un leve gesto de interrogación para que explique el porqué lo dice: “con la profesión que tengo, deseo cambiar el mundo en un santiamén y resulta que en algunas ocasiones un solo pájaro no hace el verano”.
Aunque parezca cierto, un solo pájaro no hace el verano, quizá sea posible que un pájaro ingenioso pueda silbar y retratar con elocuencia la construcción de todo un universo visual. Y esa es la tarea que desde hace casi tres años se dedica a realizar Linda Aragón en Magdalena. Esta mujer tiene doble registro de nacimiento, uno físico y otro sentimental: “nací en Barranquilla pero mis padres, que son de Bomba, me llevaron a vivir allá desde el mes que tenía de nacida”.
Bomba, Magdalena, corregimiento de Pedraza, un pueblo ribereño de no más de 100 mil habitantes, es el lugar escogido por Linda para desarrollar su proyecto fotográfico y narrativo titulado Magdalenarra. “Es un juego de palabras para narrar al Magdalena recóndito, no tanto el turístico, partiendo desde un pueblo muy pequeño”, una máxima que establece límites inspiradores pero al mismo tiempo bastante contorneados. Es predecible intentar seducirla a aplicar los principios de Magdalenarra en el resto de Colombia, deseo súbitamente rechazado con una respuesta tajante y al mismo tiempo romántica. “El proyecto, en materia de su nombre, su concepto y demás aspectos son inamovibles, porque es algo personal que quiero seguir cultivando”.
“Si Dios quiere, o Caja de fósforos. Hay veredas que tienen esos nombres y que ni siquiera existen en el mapa o lo encuentras en internet; la labor que me he forjado es narrar este departamento con Magdalenarra”, dice la fotógrafa, mientras sonríe y acaricia su cabello, y complementa expresando que “tengo una página web en la que ya sí me abro a todo, cualquier región, país, lugar del mundo, pero sin mezclarlo con Magdalenarra”.
Con una energía casi incontenible, brincolea en una silla mientras escucha a su interlocutor. Para Linda, no hay pregunta mala, cada respuesta que da la inicia con un calificativo positivo: “perfecto, excelente, claro, muy bien…” son algunas de las expresiones que acompañan la llegada de sus réplicas. Acostumbrada a contar historias, matiza cada palabra y condensa cada pensamiento en mini relatos que lanza cuando es su oportunidad de hablar. Aunque criada en Bomba, nunca fue capaz de percibir la cotidianidad del pueblo como algo estático y aburrido; siempre busca que las historias sean algo en lo que se “sienta reflejada”, que sea posible infundir en uno las ganas de ir y en otro las ganas de volver. Nuevamente alude al proyecto cuando menciona que “su objetivo es despertar la nostalgia de esas personas que vivieron en Bomba. La idea es que entren a las redes y se encuentren con su pueblito, con su calle y digan wow, quiero regresar, es decir, que la gente se acerque otra vez a sus raíces”.
Aclara que su historia favorita es la de las lavanderas; un grupo de más de 40 mujeres que, a sabiendas de la falta de acueducto, se reúnen en los alrededores de la Ciénaga de Zapayán: “saben que tienen una ciénaga allí cerca, arman toda una estructura, usan el manduco (de madera, que utilizan para despercudir) que toman de un árbol y el jabón lo venden en la tienda a $200”. Ellas buscan en la naturaleza la manera para poder sobrevivir; espacio que han cimentado para encontrarse, para dialogar, para hablar de la vida. Este hecho llamó la atención de un par de artistas visuales brasileñas que, impresionadas por la rudimentariedad del proceso, decidieron viajar inmediatamente a la población y conocer de manera más cercana “sobre las mujeres latinas y sus oficios”.
Este proyecto ya ha recorrido distintos escenarios nacionales, como son Cajamag en Santa Marta, el Encuentro Fotográfico Santander y la Semana de la Fotografía 2017-2018, organizado por la Alianza Francesa, en Barranquilla. Sin duda alguna, para ella la exposición más importante fue la primera, realizada en la plaza para los habitantes del pueblo debido a que considera que “antes de que las fotos salgan y las vean otros ojos, es importante que las personas que aparecen en las imágenes se sientan presentes, se contemplen y se haga una reflexión colectiva”.
Sin embargo, esa relación cercana con el pueblo no siempre fue así. A manera de anécdota, Linda cuenta que durante el inicio del proyecto se le hizo muy difícil tomar fotos. Tuvieron que pasar tres días, en los que se mantuvo conversando con aquellos vecinos, que por cuestiones de estudio, hacía años había dejado de ver, intercambiando con los que en su época fueron niños y que hoy se habían convertido en muchachos y, de igual forma, dialogando con las lavanderas que al pasar de los años se convirtieron en señoras en el mayor sentido de la palabra; todo se resumía en volver a adquirir esa confianza con la población que la acogió durante gran parte de su vida.
“Es clave no sacar la cámara inmediatamente en el lugar en el que te encuentres, porque intimidas, antes debes dialogar y conocer un poco más del contexto en el que te encuentras”.
Luego del paso de los días, cuenta que se dijo a sí misma: “No, voy a sacar la cámara y me voy a atrever, pase lo que pase la gente me dirá si el trabajo se hace o no”. Sin embargo estaba más enfocada en que se negaran, debido a que Bomba pasó por una temporada difícil durante la presencia de paramilitares entre el 2001 y 2003, además de una fuerte ola invernal en 2010, es decir que “era una población que estaba muy resentida”. Sorpresivamente se encontró con que la primera ocasión en que sacó la cámara, las personas pedían ser fotografiadas diciendo cosas como: “oye, haznos fotografías para ver si podemos vernos en Telecaribe, a ver si salimos en el periódico”. Expresiones como esas permitieron a Aragón percatarse que estas personas se “sentían olvidados, insulares y que era necesario mostrarlas”. Por eso las historias se han enfocado más que todo en este lugar, “porque es un pueblo pequeño, pero está lleno de una cantidad de historias y de relatos que vale la pena contar”.
A primera vista es fácil percatarse que su trabajo es todo lo contrario a estar encerrada largas horas en una oficina. Su espíritu viajero puede sentirse en cada paso, firme y acelerado; cada mirada, curiosa y fugaz. Su colorida mochila, al parecer wayúu como la que utilizaría cualquier aventurera apasionada colombiana, da cuenta de su deseo por conocer más. Puedes considerarla algo así como una juglar que narra historias a través de imágenes, una periodista que escribe fotos que hablan, una comadre a la que le echas un cuento y te lo convierte en figura o un ente que se alimenta de historias y está en la búsqueda de saciar su hambre. “Los seres humanos no estamos hechos de átomos sino de historias”, recuerda Aragón la frase del escritor uruguayo Eduardo Galeano para invitar a las personas a conocer sobre sus orígenes y promover que compartan esos relatos con los demás.