Mónica y Glennys: sensualidad y humildad en un cuadrilátero de boxeo.
Por Ever Mejía
Fotografías de Nathaly Pabón y Valery Serrano
Realización audiovisual de Valery Serrano
Cuando la mitad del cuadrilátero se desplomó, gran parte de la gente que había invadido el escenario se bajó, entonces Glennys Cardona aprovechó y caminó hasta la esquina donde estaba Mónica Henao. Se dieron un abrazo y, aún con el sudor del combate, se dijeron algunas palabras al oído. Minutos antes los jueces habían decretado empate en el Parque Central, de Palmar de Varela (Atlántico), donde se desarrolló la pelea.
Catorce horas antes del combate, Glennys estaba acostada en la cama de su cuarto junto a su hija Camila. Su casa, ubicada en el barrio San Roque de Barranquilla, es un callejón. Al costado izquierdo hay tres habitaciones y al costado derecho hay una habitación que también hace las veces de cocina; al final hay un diminuto patio, que en ese momento su abuela limpiaba porque la perra de la casa acababa de parir.
Hace nueve años que Mónica Henao vive en Panamá, así que trece horas antes de la pelea estaba en un centro comercial de la ciudad, era la primera vez que estaba en Barranquilla y quería conocerla. Con el despliegue que los medios de comunicación le hicieron a Mónica desde el lunes que llegó a la ciudad, su rostro era reconocido así que más de uno se le acercó a pedirle una foto. Su entrenador principal Henry Suñé la acompañaba.
En horas de la mañana, Glennys le enseñaba a un par de jóvenes periodistas el lugar donde se entrena. ‘Club de Boxeo-promesas de mi barrio’ es el nombre del lugar, la entrada es un portón. A la izquierda hay un dibujo de una mano cerrada en forma de puño, a la derecha una imagen del famoso boxeador Kid Pambelé con la frase ‘La vida es una lucha constante’.
El gimnasio queda en plena zona cachacal, lateral a la reconstruida Plaza de San Roque. Glennys cuenta que cuando era niña Pambelé venía por el barrio. Recuerda que siempre les decía “por lo que yo represento debería estar todo el tiempo acá con ustedes, y no allá”. Diagonal al gimnasio hay una casa donde antes vendían y consumían vicio, allá era donde se la pasaba Pambelé, excepto en las ocasiones en la que los boxeadores iban hasta el lugar y lo sacaban para que les enseñara. De ahí Glennys recuerda la frase.
Una hora y media después, Mónica acababa de regresar al hotel donde se hospedaba, ubicado en el norte de Barranquilla. Faltaban cinco minutos para la una de la tarde. Los jóvenes periodistas habían acordado una entrevista con ella. Mónica se bajó del taxi junto a Henry Suñé que cargaba una caja de donas. Los periodistas la saludaron, y le preguntaron dónde podían hacer la entrevista. Entonces Henry interrumpió, elevando su voz desenfundó “Ustedes no saben qué es la privacidad del deportista, ustedes no saben qué es subirse al ring”. Solo queremos conversar unos minutos, respondieron los periodistas. Henry se exaltó casi gritando “Esos minutos le pueden hacer falta en el combate”. Tan solo segundos después, un poco más calmado, les dijo que por qué se contactaron con ella y no con él que es quien la maneja.
Al ver que a Glennys le estaban tomando fotos en el gimnasio, un par de jóvenes frenaron sus bicicletas y entraron al sitio. En una hora entró más de una docena de personas al lugar. Todos conocen a Glennys, y ella es muy cariñosa con ellos. Justo al lado del gimnasio hay un apartamento, y más allá una licorería, y en el segundo piso reside la familia de Alex Terán, quien es dueño de toda la propiedad y entrenador de Glennys. Por su parte, en el gimnasio también habitan un par de carretillas, un bicitaxi y una familia.
Glennys invita a los periodistas a su casa, que su abuela ya debió haber limpiado luego de atender el parto de la perra. En el camino había un vendedor de chicha, algunos vagabundos aún tirados en las calles, carretilleros, dos parqueaderos para camiones y puestos de fritos sobre los andenes. En frente del callejón donde vive Glennys una postal barranquillera decoraba la zona: dos mujeres sentadas combatiendo el calor bajo la sombra. Sin embargo, esta imagen tenía una pequeña diferencia: un tabaco de marihuana que una de ellas tenían entre sus dedos. En las calles el olor de basura y mariguana, se entrelazaba con la humedad.
Glennys es barranquillera, tiene 21 años y tres hijos. Desde los ocho practica boxeo. Mide 1.63 metros, tres centímetros más que el jugador Vladimir Hernández. Ella es morena, usa el pelo en trenza y tiene un par de cicatrices en su pecho. Su madre murió cuando tenía ocho años, y su padre cuando tenía doce. Los vicios están muy cerca de ella, tan cerca que están en frente de su casa, pero dice que el boxeo la ha alejado de los malos caminos. Dice que le daría vergüenza que en algún examen le aparezca una sustancia prohibida, ella sueña con que la sigan reconociendo como una gran luchadora del boxeo y de la vida.
Mónica es muy amable con todos los que presentes en lobby del hotel, también con los periodistas. Cuenta que desde temprano estuvo en el mundo del modelaje, rodeada de cámaras, aunque siempre soñó con ser deportista, así que practicaba baloncesto, voleibol y atletismo. Hace cinco años nació su hijo Santiago, y ella quería recuperar su figura y tonificar músculos, alguien le recomendó el boxeo. Su entrenador vio que tenía grandes cualidades y le propuso que se convirtiera en profesional. En un principio nadie le creyó, luego le dijeron que si estaba necesitando dinero, que si se había enloquecido, que qué quería de la vida. También le dijeron que si acaso ella no veía su rostro, su nariz y su figura. Mónica tiene 29 años y mide 1.78 metros. Nació en Meta y hace nueve años vive en Panamá. Ella es blanca, su cabello es negro y liso, sus pestañas son grandes y las curvas en su cuerpo están notablemente marcadas; es una de esas mujeres que la mayoría solo puede ver en la televisión.
En los entrenamientos Mónica no pierde la sensualidad, se roba las miradas de todos, incluso uno de sus entrenadores se encarga de tomarle fotos. Mónica sabe que el boxeo es un deporte rudo, pero ella no quiere que el boxeo le cambie su feminidad, sino que su feminidad rompa los estereotipos del boxeo.
Glennys dice que le gusta lo que hace Mónica de tomarse fotos. Cuando lo dice le brota una sonrisa, ella también quisiera tener un entrenador que la fotografié. Ella ha visto como los hombres dominan el territorio del boxeo, en el gimnasio ‘promesas de mi barrio’ entrenan 15 boxeadores: 14 hombres y una mujer, Glennys.
A Mónica le encanta asistir al salón de belleza. Se hace tratamientos en su cabello y en su rostro. También mantiene sus uñas arregladas, pero esa tarde horas antes de la pelea estaban desprolijas porque se comió todo el esmalte a causa de la ansiedad.
Mónica piensa que Glennys es linda, humilde y dedicada. Destaca su trayectoria y lamenta si quizás las oportunidades para ella no han sido tantas. Dice que en un principio Glennys estaba un poco arisca con ella: “tal vez por todos los bombos que me estaban dando, pero luego conversamos un poco y mantuvimos una agradable relación”.
Glennys describió su relación con Mónica de forma similar. La cataloga como una persona humilde y amable. En el pesaje se sorprendió cuando Mónica estaba posando para las cámaras y la llamó para invitarla a hacer lo mismo. Glennys le respondió “La modelo es usted, yo soy boxeadora”. Luego Mónica le dijo que “eso no importa, usted tiene tres hijos y tiene una excelente figura”. Finalmente Glennys y Mónica modelaron juntas ante la prensa nacional.
En Palmar de Varela, Glennys y Mónica se separaron luego del abrazo. Cada una se bajó del cuadrilátero, con su equipo, en el que minutos antes se molieron a golpes en los cuatro asaltos que duró la pelea. Ahora cada una de ellas sigue con su vida, que a pesar de las grandes diferencias se conectan en el cuadrilátero.
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Este artículo hace parte de la alianza entre el periódico El punto y El Espectador: http://www.elespectador.com/deportes/otros-deportes/vidas-diferentes-una-misma-pasion-el-boxeo-articulo-691799 .