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Por Daniela García y Daniela Moreno

Son las 11:05 a.m. del 25 de marzo de 2017. Nueve carros paran su marcha al son del semáforo, que ahora cambia a luz roja, ubicado en la calle 100 con carrera 51B de la ciudad de Barranquilla. Inmediatamente, una mujer de 1.62 metros de estatura, piel atezada, ojos negros y cabello negro largo con rastas de colores, se posa con su camisa a medio cortar y pantalones desgastados en frente de una camioneta Ford que hace fila para seguir cuando el semáforo cambie a verde.

Scarlett alza su voz con un entusiasmo circense y saluda al que será su público por unos pocos segundos. Luego de su corta introducción empuña sus banderines rosa intenso y azul rey y crea con ellos ondas en el aire que generan una ilusión óptica que termina por cautivar a aquellos que esperan seguir su rumbo del día, cuando la señal cambie a verde.

La angustia de que el tiempo se acabe sin lograr producir un peso solo está presente en los espectadores. Ella, Scarlett, termina pacientemente su maniobra y camina entre los pasillos que la fila de carros genera. Una moneda por aquí y otra por allá comienzan a hacer bulto en la mano derecha de la mujer. En ese instante un hombre grueso color trigueño y calvo baja los vidrios polarizados de su camioneta Toyota y saca un billete de diez mil. “Toma, cógete cinco para ti y cinco para tu amigo”. Scarlett, sin mostrarse sorprendida por el hecho que acaba de ocurrir, los recibe y se devuelve a un murito en una jardinera en el que se sienta a esperar una próxima oportunidad de trabajo.

Nació el 14 de julio de 1995, en la cuidad de Copiapó, tercera región de Atacama en Chile, en el seno de una familia estable de ese país. Su madre, Evelyn Díaz, trabaja limpiando pasillos en torres departamentales y su padre, Danilo Muñoz, es un electricista que tiene cargos de jefatura en su labor y fue el primero en oponerse a la idea de que su hija se fuera con una mochila a recorrer el mundo. Colgó el teléfono, pero con el tiempo los papeles han cambiado: es él quien ahora llama a su hija para conocer sobre su estado. Su única petición es que al final del recorrido, Scarlett vuelva a casa.

Scarlett camina con unas botas beige usadas pero en buen estado que compró cuando vivió en Medellín por dos mil pesos colombianos. Con estas botas, llegó a Puerto Colombia, donde residió por un tiempo, y con esas mismas llegó a Palomino, dónde vive con una amiga en un pequeño apartamento por dos meses. “Amueblarlo”, le ha costado. Sólo tiene dos hamacas y cocina con leña. Trabaja en Santa Marta y se regresa a Palomino “a dedo”, es decir, pidiendo chance a los camiones que se dirigen al extremo norte del país y si esta estrategia no funciona, pide descuento en el bus que cobra nueve mil pesos desde Santa Marta hasta Palomino, pero que ella consigue por cinco mil pesos luego de insistir por unos minutos.

Scarlett ha desacelerado el ritmo de sus viajes. Cuando salió de Chile el 4 de mayo de 2016 trataba de avanzar hacia una ciudad diferente cada tres días, pero terminó siendo muy agotador, por lo que luego de esto comenzó a moverse cada dos semanas. Ahora, viaja a un lugar distinto cada vez que se siente satisfecha acerca del lugar en el que está.

Perú, Ecuador y Colombia han sido sus primeros destinos de los muchos que vendrán hasta que sus planes se lo permitan. Scarlett comenzó su viaje con su prima Cherry con quién llegó hasta Manizales, en Colombia, y luego siguió con Pablo, un joven también chileno quién fue su pareja por unos meses hasta que ella partió de Puerto Colombia hasta Palomino.

Scarlett no teme al cambio. Como muchos en su país, se graduó de bachiller en el colegio con un título técnico en Edificación, e ingresó a la Universidad a estudiar Prevención de Riesgos y luego de un semestre sintió que ese no era su camino. Allí empezó en el camino de las artes y no ha dejado de estudiar: comenzó a autoeducarse artísticamente y a asistir a seminarios para reforzar sus conocimientos en ramas por las cuales se sentía apasionada.

Anaís, como muchos conocen a esta chilena, se dedicó entonces a educarse lo suficiente para poder ganarse la vida por las calles de las ciudades a las que se establecía. Los malabares, la danza, y la música le han ayudado a moverse desde que inició su travesía. Scarlett disfruta de afinar una guitarra y subirse a un bus a cantar ‘América Sí’, su canción favorita de la cantante Evelyn Cornejo. Scarlett hace una pausa silenciosa y por unos segundos no escucha lo que digo. De repente, de sus labios se escapa una pequeña estrofa incontenible:

“América financió el desarrollo
De Europa con nuestra plata y nuestro oro,
Bolivia financió el renacimiento
Con sus riquezas y millones de indios muertos
América no tuvo defensas
Contra el saqueo y la pólvora
Bajo las nuevas leyes de Europa
Al invasor pertenecen las tierras
En nombre de Dios te sometes o te mueres,
Indios sin alma ha dicho la santa iglesia”

Termina y sonríe con sutil encanto. “Siempre me gusta entregar un mensaje, por esto busco música subversiva o consciente para entregar al público”. En la vida ha trabajado de todo: Ha sido cajera de transportes, cajera de valores, garzona -mesera-, barwomen, circense, e incluso hasta pizzera.

Para esta aguerrida mujer, la ganancia de su trabajo no son las monedas o billetes que gana en un semáforo o en cualquier espacio público posible en las mañanas cuando trabaja. El valor para ella, en sus propias palabras, está en la riqueza de “cultura y amor”, que consigue en cada destino que la espera.

Scarlett no quiere hijos. Considera que el mundo está en decadencia de valores, riquezas y oportunidad de vida y, a su pensar, sería egoísta traer uno más al mundo cuando los orfanatos están rebosados de niños esperando un hogar.

Tampoco quiere casarse. No es partidaria de tener que aferrarse a una sola persona el resto de su vida. Scarlett entiende que “puede tener muchos amores a lo largo de su vida”, pero en su pensamiento insurgente, firmar un papel de casamiento es un acto de “pura burocracia” y esta artista por vocación simplemente “no va con el sistema”. Prefiere, mejor, establecerse con una persona a quien pueda llamar compañero de vida, del día a día.

Sin duda, para esta viajera su meta es vivir, no solo comer y respirar o esas cosas que el cuerpo pide y hace por inercia. La espiritualidad es una de sus prácticas más preciadas. “Caer, pararse, aprender, seguir”, son sus dogmas favoritos. Cree en que lo más importante como ser humano es saber que cada persona puede desde su posición hacer y deshacer muchas cosas, es por esto que amar es el norte de su vida. Fluir ante todo, no forzar sino soltar, y es, en definitiva, esto último lo que la ha guiado, pues el desapego a lo material fue fundamental en este viaje. Respirar con calma, eso la llena de paz.

Esta creencia alternativa la heredó de su madre, cuya forma de pensar llama “fe de acción”. Las energías son la religión de Scarlett: cree en el blanco y negro de las cosas. Mientras tanto, se detiene a pensar en que las sombras han hecho parte de su vida, pero es por el simple hecho de que existen y nadie puede escapar de ellas. En antítesis, su padre practica el judaísmo.

En ocasiones esta mochilera se ha sentido agotada, a veces considera la idea de ir a ver a su familia a quien echa de menos, pero tiene una capacidad de automotivación que la ha llevado a sus destinos sin mirar para atrás con arrepentimiento. Come de todo, pero su opción siempre será lo más saludable. No es vegetariana pero disfruta de comer verduras y frutas, así que por eso se va a las plazas de mercado o tiendas a comprar alimentos que vengan del campo para evitar tener en su dieta productos transgénicos.

A nadie le niega que utiliza la marihuana para abrir su mente. Es irreverente pero pasiva a la vez. Tiene una mochila bastante desgastada en la que lleva a su trabajo algunos bananos y una manzana. También tiene un papel higiénico y una botella de gaseosa de plástico que llena de agua, pues el sol la deshidrata muy rápido. Cuando el agua se acaba, sin reparo llega a algún almacén y pide un poco más. Algunos son amables, otros no; pero ella no piensa en eso. “La gente es así”, dice. Es por esto, que no tiene lugares favoritos. Ninguno se compara. “En todo mi recorrido tendría una casa en cada lugar”, afirma.

El 2020 será el año en el que Scarlett tiene pensado volver a su natal Chile, aunque considera que este viaje no tiene una fecha límite. Seguirá estudiando, pero su foco de atención ya no será la edificación, sino lo social. No tiene claro a qué se quiere dedicar cuando viaje de regreso a su país. Quisiera ser periodista, o trabajar en el desarrollo social, pero siempre en lo humano, en las artes. Lo que sí tiene claro es que su objetivo es conocer lo que más pueda de la Tierra, porque para conocer todo para ella se necesita más de una vida.

Para Scarlett, la vida es un viaje y todo lo que hacemos es improvisar al caminar. Su viaje es como una especie de brújula que marca solo el norte, pues empezó en el sur del continente y sus sentidos le dicen que seguir avanzando hacia arriba es lo correcto, es lo que su alma necesita. No se sabe qué hay a la vuelta de la esquina para ella. Avanzar es el objetivo, siempre.

Scarlett Anaís concluye diciendo: “Viajaré por fuera y dentro de mi casa. Y al llegar a casa será otro viaje hasta que vuelva a viajar”.

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