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Fue una experiencia que sentí que debí haber hecho hace bastante tiempo. Definitivamente se puede ver con mayor detalle lo que el monumento ofrece a Barranquilla. No solo es un par de torres con distintos tonos de color, es la nueva zona de reunión para pasar una hermosa tarde con conocidos. Además de que incluye la historia de la ciudad, de la cual se aprendió un poco, y tiene valor agregado para un samario como yo.

El lugar no deja de sorprender desde el primer momento que uno va allá. La variedad de personas que se encuentran y que mantienen ese nivel de asombro durante toda su estancia me parece fascinante. Un obelisco en la ciudad nunca me habría parecido buena idea, y mucho menos por el lugar donde está ubicado. Además de que está cerca de varios barrios por la zona norte y es muy accesible para los que viven en esos sectores.

Definitivamente es un área para pasar un buen tiempo con acompañantes. En las horas de la tarde lo encontré como algo muy bonito, donde varias personas, incluyéndome, disfrutaron unas horas allá y, por lo anterior, escribir esta crónica.

Se escogió este tema por lo que es una construcción muy reciente y emblemática. Decidimos contarlo por lo que esperamos ser los primeros de la clase en hacer crónicas que relatan este lugar que se espera que dure muchos años en la ciudad.

Recomiendo ir allá en horas de fresco, de buen clima donde no haya mucho sol. Aprovechar y comprar cosas de lo vendedores y ver cómo esta ventana ilumina ese pedacito de Barranquilla.

Por Alejandro Guida Donado

Eran las 5:07 p.m. Una lluvia intensa había golpeado Barranquilla hace unas horas. El cielo estaba totalmente gris. No había mucho movimiento por parte de los ciudadanos que seguramente estaban en sus hogares. Parecía un día en el que no sucedería mucho. Sin embargo, cuando llegó el diluvio, ese poco movimiento en las calles se trasladó al monumento de moda en Barranquilla, ‘La Ventana al Mundo’.

Logró devolverle el color a un día que fue grisáceo para las personas que lo visitaron.

También es conocido como el ‘Obelisco de los Daes’, debido a Christian Daes, empresario de Tecnoglass. Este fue un regalo de aquella empresa para la ciudad a mediados del presente año. Fue desarrollado por la arquitecta Diana Escorcia Borelly, egresada de la Universidad Autónoma del Caribe. Se ubica en la circunvalar por la vía 40 y tiene 47.5 metros de altura, haciéndolo el más alto del país.

Solía ser un sector que ofrecía nada. Ahora parece haber resucitado. 

Desde la distancia se pueden apreciar dos columnas con variedad de colores. Un degradado que va desde la parte izquierda superior de una columna, recorre diagonalmente por el naranja, amarillo, verde y baja hasta llega a un oscuro azul. En la otra columna se invierten los colores. Parece algo extraído de un arcoíris. Sin olvidarnos del cuadrado orificio en la parte superior, la ‘ventana’.

Está sobre un promontorio en mitad de la carretera. El cual es amplio, redondo y tiene grama sintética para que los infantes puedan tirarse sin consecuencia de ensuciarse. Cuenta con zonas donde la gente se puede sentar y acostar. Se sentía como visitar el monumento de Washington de nuevo, sólo que con la diferencia de que es vidrio y no hecho de mármol. Con la diferencia de que no era dentro de un jardín, sino que está en la mitad de la vía con centenares de carros que deambularon, algunos de los cuales bajaron la velocidad para apreciar con detenimiento su esplendor.

Al observar más cerca, uno se percata de huellas que la gente ha dejado marcada. En el interior del monumento se puede apreciar algo, por medio de ilustraciones dentro del vidrio, se contempla la historia de Barranquilla. Donde destacan, vistosamente, el primer vuelo comercial, primer Carnaval, primera Batalla de Flores, primer semáforo de Colombia e incluso el estadio Romelio Martínez. Cubre desde 1813 hasta el 2017. Si desde ahí dentro miras hacia arriba puedes encontrar el logo de Tecnoglass, debajo del conector entre los pilares, lo cual vendría siendo la ventana.

Fui cómplice de mucho movimiento. Muchas familias arribaron; abuelos, padres, hijos y, además, mascotas. Varios junioristas con la camiseta de su equipo, chimbas y originales. Donde se encuentra la historia de la ciudad se encontraron varios, de los cuales explicaban la historia de ‘La Arenosa’ a relativos distantes y de su impacto en nuestro país. Ahí se multiplican las conversaciones. Pero la bulla sale de Argos al lado y de los buses Coolitoral que frecuentan el territorio.

Rondaban vendedores ambulantes por doquier; de algodón de azúcar, churros, mango, juguetes y cometas. Todos eran señores que aparentan más de 40 años, excepto uno, que era un joven de no más de 15.

Padres con sus cámaras para capturar un retrato familiar con los pilares como fondo. Parejas acostadas en piedras que recuerdan a las mareas. Otros sentados en algún tipo de triángulo que debajo tenían reflectores. Y pequeños jugando con balones, cayéndose en la grama intentándolo.

Ahora eran las 5:42 p.m., el cielo se tornó naranja. El sol caía por un panorama del barrio Villa Campestre. Cometas deslizándose como pájaros por los niños. Burbujas volaron al ser rozadas por el viento.

Varios celulares en alto para fotografiar el panorama del sol bajar por los edificios de ese barrio, incluso el mío. Una pintura de Leonid Afremov había cobrado vida frente a los que estaban presentes.

 

Las luces alrededor iluminan este obelisco a las 6 en punto, o 6:03 en este caso. El resplandor blanco proveniente del suelo acentuó los colores. Desde el azul hasta el rojo brillaban con mayor vigor. Pero eso no fue lo único que tuvo luz esa tarde/noche. Las pantallas de los celulares y la cantidad de flash fueron desmesuradas. Era la hora mágica para la fotografía junto al monumento.

La gente se levantó en los triángulos de piedra por donde salen las luces. Varias poses de diferentes personas. Una multitud levantando los brazos como si fueran bajando en una montaña rusa. Otros simplemente admiraron lo que La Ventana al Mundo ofrecía. Hasta una mujer que iba manejando una camioneta Dodge blanca que redujo la velocidad en la vía contempló aquella fascinante mezcla de colores alumbrados.

Fue una tarde mojada, grisácea, nublada, inclusive silenciosa. El final del aguacero acababa brindaba un rayo de esperanza para que varias familias pudieran tener una actividad aquel crepúsculo. Ese rayo esperanzador terminó siendo la ventana al mundo y sus colores. Los cuales avivaron la vía 40 cuando el resto de la ciudad parecía carecer tono.

Un sin fin de historias de nuestra época están esperando a ser escritas en este sitio. Si los objetos de significancia en la ciudad pudieran hablar, la Ventana al Mundo estaría callada, por lo que no ha tenido tiempo de adquirir esas historias todavía. Estaría a la par del estadio Edgar Rentería o la escultura de “Gabo” en el Museo Caribe. Estos monumentos, escenarios o estatuas reflejan el sabor de la costa. Quedan como nueva parte de la ciudad, que se puedan reflejar y admirar. Donde se tenga una percepción positiva, alegre e histórica, esperando a que perduren en nuestro entorno. Son legados que quedarán plasmados en la memoria de los barranquilleros, los costeños y colombianos.

Foto:  @TecnoglassSA

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