Estaban a punto de terminar su expedición en La Guajira. Duber estaba sentado en la recepción del hotel y Geraldine se le acercó; ella llamó a una compañera y le pidió que les tomara una foto. Daniel, quien justo pasaba por ahí, gritó: “Ey, allí falta un afro”, y posó para la foto.
Luego, Duber subió la foto a sus redes sociales. Le pedí que me contara la historia. Me invitó a Uni5Tv, donde se desempeña como realizador general. Está corto de tiempo, junto con Daniel trabajan en el cortometraje “Las Épocas del Viento”. Llegamos a la oficina, y Duber se encuentra con uno de los actores. Hace meses no se veían, cruzan un par de palabras cordiales y el actor le pregunta lo obvio: “¿Te bajaste el afro?”.
Sí, Duber se baja el afro cada seis meses, pero todos los días recibe comentarios de él. Lo mismo le pasa a Daniel. Lo mismo le pasa a Geraldine. Lo mismo le pasa a cualquiera que tiene un afro en Barranquilla.
—¿Todos los días? —insisto.
—Sí, es una vaina que a veces me molesta, no pasa un solo día —dice Duber y refuerza la voz—. No hay un solo día en el que yo no reciba un comentario sobre mi cabello.
—A mí tampoco me gusta resaltar entre un grupo pero me pasa lo mismo —interviene Daniel—. Uno siempre recibe el típico comentario de ahí van los rulos, que no sé qué, que el del afro.
—Dale comida al peluquero —agrega Duber.
—Jajaja, dale comida al peluquero —Ríe Daniel y sigue—: píntatelos de amarillo y eres El Pibe; yo me pregunto por qué tiene que resaltar el pelo afro, por lo menos a ti no te dicen un día “ey, ahí va el man del pelo corto”.
—No pasa —confirmo.
—Exacto, no pasa. Entonces que pase con el afro es algo que fastidia —sentencia Daniel.
La oficina de Uni5Tv, donde conversamos, está en permanente movimiento, es un laboratorio audiovisual para estudiantes de Uninorte. Hay estudiantes editando cortometrajes. Irrumpe la productora y pide con urgencia que publiquen un documental. Aparece un actor despistado que no sabe a dónde debe dirigirse. Algunos prestan atención a la conversación que tenemos con Duber y Daniel.
—¿Es igual en todos lados? —pregunto.
—En la calle, en la universidad, hasta en mi casa —responde Duber.
—En la Universidad es más cómodo expresarse culturalmente que en la calle —dice Daniel—. Principalmente por cómo la universidad ha manejado los temas y cómo la gente de aquí ha aprendido a aceptar las diversidades.
—En esta universidad lo que me sucede es que la gente quiere tocarme el cabello —admite Duber.
—Pasa bastante —certifica Daniel.
—Inclusive me parece raro que personas con el cabello rizo también me quieren tocar el cabello —dice Duber y agrega—: mientras que en la calle lo que hacen son alegorías con otras personas, que soy familia de Cuadrado, que soy familia de Andrés Cepeda, de Cabas.
—A veces hay alegorías más groseras —Interviene Daniel—: hace dos semanas un mototaxista me cobró quinientos pesos más. Yo le reclamé porque no tiene que cobrarme de más. Él pensó que sería muy gracioso decir “qué, te estoy descompletando pa la motilada”. Yo pensé ja ja ja, qué gracioso, pero dame mi plata.
Los que están escuchando la conversación no pueden evitar reírse. También lo hacen Daniel y Duber. Se ríen de la gente y sus prejuicios; ellos han aprendido a aceptarse, a quererse. Lo digo en tiempo pretérito porque no siempre fue así. Ellos son compañeros míos y recuerdo que en primer semestre ninguno de los dos tenía afro. Los estereotipos, arraigados a procesos históricos, les jugaron malas pasadas.
Ambos vienen de colegios religiosos, donde si el cabello crecía un poco, empezaban los señalamientos. En el colegio de Daniel se vivía bajo el precepto de que hombre con pelo largo es un revoltoso o, en el peor de los casos, marica. Daniel odiaba ir al peluquero tan seguido, se sentía incómodo con el pelo corto. Los padres de Daniel lo llevaban a las mejores peluquerías con tal de que se bajara el cabello, llegaban a acuerdos donde Daniel se hacía cortes que socialmente eran considerados del bajo mundo, uno particularmente llamado La perra; todo con tal de que no aparecieran los rulos de Daniel.
En el colegio de Duber no fue diferente: los cabellos largos, y aún más los rizados, eran cuestión de señalamientos y prohibiciones. Además su madre fue, y es, la principal detractora de su cabello. Llegó a comprarle una máquina con la que ella misma lo motilaba.
La independencia llegó en la universidad. Tras los tres primeros semestres, ya se podía ver a Duber y a Daniel con sus afros. Fue una batalla difícil. Entre más crecían sus pelos, aparecían más los señalamientos. A Daniel hace tiempo que le está yendo bien con su familia: en un principio creían que a su hijo no le luciría el cabello largo y que tampoco tendría el cuidado necesario; ahora reconocen que se ve mejor. Duber no ha contado con la misma suerte, si bien su madre ya se dio por vencida, no desaprovecha la ocasión para pedirle que se peine o que lo tenga cuidado o que no se lo deje tan largo. Su padre no le dice nada, tiene un pasado afro que se lo impide.
Amor enrulado
“Siempre me ha gustado el pelo afro”, dice Jesús, pero no se refiere al suyo. Con su dedo índice señala a la izquierda, donde está María, su novia. Ambos se ríen.
En eso, Yules interrumpe: “María es novia de Jesús, el origen etimológico que radica en esa relación está mal. Nacieron en el pecado”. Estamos, otra vez, en Uni5Tv. Ellos también son estudiantes de Comunicación. También tienen afro y también tienen cosas que contar.
En parte Jesús le debe a María el hecho de mostrar su afro con orgullo. Cuando comenzaron a salir, María le preguntaba que por qué no se cuidaba el pelo. Su pelo estaba muy maltratado, ni siquiera sabía que era afro. No sabía si era un pelo liso mal cuidado o un pelo afro mal cuidado. Hace pocos meses lo descubrió y está muy contento con eso. Sin embargo, la madre de Jesús no puede decir lo mismo. Nunca estuvo de acuerdo con que su hijo se dejara crecer el cabello y sin pudor se lo dice: “Tu pelo se ve horrible”.
Por su parte, María es muy cuidadosa con su afro. Siempre está comprando productos naturales para su cabello, y la última vez que se lo cortó lo hizo en la universidad, el colectivo Yo amo mis rizos llevó especialistas en cabello afro. Ella dice que se siente mucho más cómoda, en las peluquerías convencionales no recibe el tratamiento adecuado para su cabello.
Durante su etapa en el colegio, María maltrató mucho su pelo con cortes, planchas y aliceres que, considera, no la favorecían. “Se me veía asqueroso”, recuerda. También recuerda, claramente, cuando una compañera le dijo que parecía un estropajo, fue lo más ofensivo que escuchó. Palabras como esas la hirieron.
Hay una etapa en la que las mujeres con el pelo rizado la pasan muy mal: los quinceañeros. “Es la parte crucial para muchas jóvenes porque el regalo, a parte de la gran fiesta, es el alicer”, dice María. Antes Geraldine, la amiga de Duber y de Daniel, y me lo describiría así: “Para mi ir con los rizos a ese quinceañero no me parecía bonito ni elegante ni nada. Así que dos días antes de esa fiesta me alisé, fue la peor decisión que pude tomar en la vida”.
Por otro lado, María también recibe muchos comentarios positivos, más ahora que su cabello está mejor tratado y que sus gajos tienen la forma que desea. Sin embargo, afirma, no deja de ser invasivo. Todos los días hay alguien que le hace un comentario de su cabello o alguien que se lo quiere tocar. Le molesta que el afro sea, no solo el centro de atención, sino, en ocasiones, el todo de atención: no hablan de María, sino del afro de María.
No obstante, hace tiempo que María y Jesús están felices y seguros con sus cabellos. Este no los hace diferentes, sino, simplemente, los hace ser ellos mismos. Así, recorren Barranquilla, hacen trabajos de la universidad, se van de rumba con los amigos. En ocasiones, cuando ambos llegan a la casa de María su abuela les canta Ligia Elena, canción interpretada por Rubén Blades, en un fragmento de la canción, en tono de parodia, dice: “Es que esa mal agradecida yo pensaba que me iba a dar un nietecito con cabellos rubios y los ojos rubios y los dientes rubios así como…Troy Donahue. Y vienes y se marcha con ese tuza ay…Ay…Ay no…Ay esta juventud”. La canción concluye así:
Ligia Elena está contenta y su familia está asfixia’
Ligia Elena está llena de felicidad
*Esta historia se realizó para una actividad de Uninorte Incluyente en la Universidad del Norte.