Por: Daniel Hoyos | Foto: Carlos E. Ramirez
Me encontraba buscando algo interesante de qué escribir, y tal vez, comprarme algo. En aquel sitio algo desaseado, lleno de trabajadores y comerciantes informales, se pueden encontrar todo tipo de artículos, que en lugares más formales serían muy costosos.
En toda la mañana no encontré nada que me llamara la atención, pero fue entonces cuando vi a varios niños del lugar correr en una sola dirección. Intrigado, los seguí hasta toparme con un pequeño local que parecía vender ropa usada. Los otros comerciantes se refieren al establecimiento como “La Paquita”.
Los niños se acomodan afuera del local, ninguno entraba. Me acerque para detallar más el sitio y noté que las paredes del lugar estaban adornadas con cuadros y objetos relacionados con la lucha libre profesional.
The Rock, Stone Cold, Undertaker eran algunos de estos luchadores que reconocí al instante, pero en general no tenía conocimiento de muchos de estos artefactos decorativos. Las imágenes que más resaltaba eran las relacionadas con lucha libre mexicana: muchas fotos, dibujos, posters y máscaras, de luchadores supremamente llamativos. Cerca del mostrador había un recuadro de un luchador de mexicano “El Santo”.
No entendía la razón por la que los niños no entraban. Me tocó ser el único rebelde en ingresar. Acercándome al recuadro del famoso ‘Santo’, salió desde una puerta el propietario del lugar. “A la orden, que buscas”, me preguntó. No sabía qué responder puesto que no tenía intención de comprar nada. Sin embargo, el hombre fue directo a los niños y con una taza de tinto en la mano, les dijo “cómo están muchachos”.
Los niños le hacían todo tipo de preguntas y el viejo comerciante las respondía como podía, hasta que finalmente dijo abruptamente y silenciando al grupo de niños: “hoy hace como 30 luche contra León Pardo”. La frase me dejó todavía más intrigado.
En un principio pensaba que este hombre era solo un coleccionista. “Aquí no hay luchadores”, me dije para mis adentros. Mis pensamientos prejuiciosos fueron de repente interrumpidos cuando el propietario me dijo: “Aja joven, sin pena pregunte”.
La actitud del comerciante Santiago Juliao Ospino es la de un hombre muy agradable, un señor de avanzada edad trabajador y que le encanta hablar con los jóvenes. Mi presentación se hizo corta y aburrida, a comparación de la suya: mientras yo solo era un periodista observando el mercado, él fue en sus mejores años “La sombra enmascarada”, un luchador profesional que fue tres veces campeón nacional.
Me costaba trabajo creer que un Colombiano podría triunfar en este deporte tan mexicano. “Talento lo hay, solo hay que montarse en la película” afirmaba Santiago. Me señaló un poster de la película mexicana “El santo vs las Momias”, aunque descuidado y desgastado, el viejo luchador miraba el póster con una pasión increíble.
“Aún recuerdo cuando estrenaron la película en el cine del centro, ese dia supe que quería ser luchador”, dijo. De repente se acercó el hombre y me susurro en voz muy baja, “no le digas a los pelaos, pero ese dia me robe ese poster que ves ahí”. Posteriormente, soltó una carcajada.
Quería en ese entonces preguntarle muchas cosas al señor. Sin embargo, noté que los niños estaban también muy ansiosos por escucharlo, así que en vez de hacer la clásica entrevista, me senté junto a los niños en el negro piso del mercado de la ciudad, y escuche la historia de cómo este hombre debutó en el deporte emblema de México.
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Mientras terminaba su bachillerato, Santiago entrenaba por su cuenta y se diseñaba él mismo su personaje en el ring. Por los años 60-70 el Circuito Mexicano Independiente de Deportes de Lucha (CMI), estaba de gira por latinoamérica buscando nuevos talentos.Aquí, en Barranquilla, llegaron al coliseo cubierto.
Por ese entonces conoció al que sería su maestro, León Pardo, un luchador también colombiano, promotor de la iniciativa deportiva en la ciudad. El entrenador notó las ganas del joven, pues de todos era el único que tenia una mascara de cuero tejida por él mismo.
Leon Pardo lo acogió y entrenó durante unos meses, hasta que finalmente y de sorpresa, dijo lo que Santiago quería escuchar desde hace años: “Santiago, vamos a luchar esta noche en el coliseo cubierto, lucha de exhibición”.
Santiago concluye su historia narrando detalles de la batalla: llaveros, piruetas, remates. Finalmente la califica como su pelea favorita y el inicio de su viaje que lo llevó a luchar en México. Enfrentado a los más grandes y conociendo a su ídolo, El Santo, ya retirado en sus últimos años. Santiago señala el recuadro de su ídolo, y con orgullo menciona que esta autografiado por el legendario luchador.
Me costaba trabajo creer que la foto estuviera autografiada, algo así debe valer millones de pesos y el la tenía allí como si nada. Una vez empezaron a llegar clientes al negocio los niños empezaron a irse, ya había concluido el relato de todos modos. Sin embargo me quedé en el sitio, puesto que aún tenía demasiadas dudas que resolver. Más allá de lo pintoresca y fantástica de esta historia, mi principal duda era como alguien con una carrera tan exitosa pudo terminar en este lugar.
Su respuesta fue simplemente ingeniosa: “y estoy aquí para no aburrirme, no por necesidad, no vivo mal, y quiero lo mismo para esos pelaos. Quiero que vivan sus sueños y para hacer lo que quieran en su vejez”. El Viejo Santiago es padre de 2 pelaos que lo mantienen, y ya vivió lo que tenía que vivir de joven. Su vida ahora mismo es pasarla bien.
Sentí un poco de vergüenza por ser tan prejuicioso ante lo que estaba viendo, alguien realmente contento con su pasado y presente, aunque para muchos parezca descabellado. Casi inmediatamente el luchador me pregunta: “¿mijo para usted qué es el éxito?” Para terminar de sentirme avergonzado, ante esa pregunta respondí lo que este señor ya había notado en mi: “no tengo ni idea” le dije, mientras él se reía.
Santiago me contó personalmente otras de sus historias, como luchador. En un principio, iba a preguntar cuánto costaba su cuadro autografiado de El Santo, sin embargo decidí no hacerlo: alguien tan enamorado de su vida no le pondría precio a un fragmento de su historia.