Por: Walter Consuegra
Crónica de una jornada ajetreada entre las estaciones y los buses del servicio de transporte barranquillero.
Son las 5:24pm, es lunes. El sol está cayendo y se avecina una jornada fuerte para la estación Joe Arroyo. Aproximadamente 200 personas esperan ansiosas pisando la banda amarilla. Se amontonan, empujándose unos con otros para poder ir sentados hacia su destino o lograr entrar al vehículo.
Hay niños y niñas, gente de la tercera edad, mujeres embarazadas o con recién nacidos y personas con algún tipo de discapacidad. El bus llega 14 minutos después, contradiciendo el tablero electrónico que informa la llegada aproximada entre 4 y 5 minutos y que muchos miran de reojo como si fuese su enemigo.
Llega el bus. La multitud entra con fuerza por las cuatro puertas de un metro de ancho. No hay filas, solo una masa de gente con deseos de llegar a su destino. Todos quieren entrar al mismo tiempo mientras algunos gritan, otros empujan, recién nacidos lloran en brazos de sus madres y otros adolescentes se ríen.
En menos de 20 segundos, el R1, con destino al Portal de Soledad, está lleno. El bus no arranca y el conductor suena la bocina incesablemente. Llega un policía. Hay un disturbio dentro del bus. Dos jóvenes se pelean por un asiento. Todos en la estación corren a ver qué pasa. Se escuchan gritos de amenazas.
El policía entre tanto estrés, grita y saca por la fuerza a los dos sujetos mientras la multitud protesta con silbidos, gritos y pataleos. El bus arranca hacia su destino y en 5 minutos se acumula otra multitud a esperar el siguiente R1: la ruta que transporta aproximadamente al 60% de los usuarios de Transmetro.
En la entrada de la estación, el agente Alberto Salas, encargado de la seguridad, llama la atención a un hombre que, con un bebé en brazos, trata de evadir el pago del pasaje. Tras la insistencia del avivato, Salas cita el punto 7 del artículo 146 del Código de Policía y le advierte sobre la multa de $208.331 pesos por evasión del pasaje.
“Ese problema de seguridad lo están trabajando los guías contratados por Transmetro y el control de la Policía Nacional con los comparendos” precisó Salas. A su vez, acotó que “además, ese es un trabajo de cultura con la gente, la gente en Cartagena no se vuela”.
Hay que recordar que Transmetro implementó la estrategia de guías y policías desde el inicio de los Juegos Centroamericanos y del Caribe para disminuir y controlar dicha problemática. El reto consiste en mermar la evasión del pago que diariamente suma el 2% de los usuarios, que corresponde a una cifra aproximada de 28.700 de los 139.000 pasajeros que a diario usan el servicio de transporte masivo.
Mientras tanto, Karielys Ontivero tiene un bebé de 3 meses en sus brazos y va junto a su marido. Está haciendo fila hace 15 minutos entre la multitud para tomar la ruta U-30, corredor universitario.
“Cuando las personas se están montando, comienzan a empujar y me pasó que me le golpearon la cabeza al niño tres días atrás.
Este es un problema que no le toca a Transmetro sino a la misma persona en su mismo sentido de conciencia porque si saben que hay un bebé allí ¡¿Por qué empujan?!”, exclamó Kerielys mientras mecía al bebé en sus brazos.
Por otra parte, Jassir espera en primera fila la ruta A9-3 Buenavista. Lleva unas muletas y se dirige del trabajo a su casa. Se le nota inconforme y murmura con las demás personas por la tardanza del bus que espera.
“Personalmente, las personas en condiciones de discapacidad son muy maltratadas en el sistema porque hay una falta de cultura generalizada” dice. Admite que hay muchas cosas buena como la tarjeta y la entrada prioritaria, pero para él “es una falta de concientización de la empresa para el usuario. A uno lo dejan caer o lo empujan, hay maltrato”.
Adela tiene 69 años y va con su nieta de vuelta a casa después de recogerla en el colegio. Espera en la ruta R1. Dice que el servicio es bueno, solo que los buses tardan mucho en la mañana.
“El público friega mucho y tropieza mucho. Esta mañana que vine con la niña, también la niña se tuvo que ir de pie. Ni el gerente no para bola ni na’, solo hasta que le parten un vidrio”, cuenta Adela mientras suelta carcajadas y se apura para montarse en el R1 que se le estaciona justo en frente.
De lunes a viernes, Ailyn Gómez usa el Transmetro. Piensa que este medio masivo reemplazó a los buses tradicionales porque se supone que es más rápido, sin embargo, se llena mucho.
“El Transmetro no es constante, nunca va en los horarios que le toca. Normalmente en toda la semana algún bus se está varando y casualmente yo estoy en alguno. Si no se vara, va sin aire, va sin luces o en el que me acabo de montar decía B1 y se supone que era R1”, cuenta Ailyn, mientras mira ansiosa el tiempo estimado en el tablero electrónico de la estación.
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Quedan los últimos colores del atardecer. Son las 6:03pm y cada vez llega más gente a la estación Joe Arroyo. En una esquina, descansa Carlos Mejía al lado de su bicicleta después de haber terminado su turno en la ruta R1. Mientras se come un pan de bono con avena, cuenta que es operador de Transmetro hace 2 años y medio.
“A la empresa le faltan buses para copar toda la operación de toda la ciudad para que haya más frecuencia. Lo que más falta es llegar a las “zonas rojas”, ya había rutas en esas partes pero había mucho vandalismo. Había atracos y partían los vidrios de los buses”, afirmó Mejía.
En la sección de la ruta U-30 se encuentra Miguel Ángel, un hombre de tercera edad y constante usuario de Transmetro. Espera de último en una especie de fila.
“La empresa debe tener un sistema de capacitación. En los colegios, los fines de semana que están solos, deben invitar a los colegios para que los pelaos conozcan el Transmetro para que aprendan sobre cultura en el uso del servicio”, afirmó Miguel con optimismo.
A lo último de la estación, una mujer embarazada, Keyla. Se encuentra casi de última en la fila de la ruta A-81 Paraíso. Lleva consigo una maleta y se le nota exhausta. “La mayoría de las veces cuando ingreso al servicio no me ceden el puesto. Hay personas que tienen que decirle a los que van en la silla azul para yo poder sentarme”, afirmó Keyla.
Mientras Keyla hablaba, se escucha a lo lejos una discusión. En la fila del A8-2, Vía 40, los usuarios llevan esperando casi 30 minutos. Un hombre que pierde la paciencia protesta parándose en la mitad de la vía por donde transita el bus y grita a los funcionarios. Detrás de él, otras personas protestan apoyándolo.
“¡Tengo que llegar siempre al trabajo tarde por la misma vaina! ¡siempre es la misma vaina! ¡Eso es una falta de respeto, respeten el tiempo!”, gritó el hombre enojado mientras manoteaba de frente a un funcionario encargado de la logística. El coordinador trataba de calmarlo explicando las razones de lo ocurrido.
El funcionario de logística, Andrés, cabizbajo anota en una libreta, concentrado y tratando de esquivar los insultos de los usuarios. Camina hacia un bus y lo habilita para apresurar la ruta por la que protestan.
Andrés diariamente trabaja en la estación verificando que los buses lleguen a las horas que tienen que llegar, que los operadores cumplan sus turnos de trabajo y gestiona con Transmetro si los carros se varan, si se accidentan o si hay que mandar el tránsito o la policía.
“Los usuarios se quejan por todo y no entienden que hay cosas que no dependen netamente del sistema o de uno como funcionario. Por ejemplo, esa cerrada de la 46 con sesenta y pico. Es un caso de fuerza mayor que se nos salen de las manos”, afirmó Andrés refiriéndose a las calles cerradas por mantenimiento, mientras no deja de anotar en su planilla.
Luego del altercado, llega el bus aún con las luces apagadas. Se abren las puertas y los pasajeros suben de prisa. Encienden las luces. Ante la inconformidad siguen comentando en el bus. “La única manera de que hagan bien las cosas es armando show”, dice el mismo hombre que se paró en la vía a protestar. Al mismo tiempo, otras personas lo siguen apoyando asintiendo con la cabeza.
La gente se queja por todo, pero porque hay mucho de qué quejarse. Los mismos funcionarios lo comprenden. Pero también argumentan que a veces son situaciones que se le salen de las manos a la empresa, como las calles cerradas o los actos vandálicos que generan daños en los vehículos y que luego deben ser enviados a mantenimiento.
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Según la subgerente de comunicaciones de Transmetro, Ruby Rubio, en 2017 se registraron 289 ataques vandálicos. Fueron 80 en Barranquilla y 209 en Soledad en zonas como la Central, cercanía a la terminal de transporte. Entre estos ataques, algunos son en contra de los guías encargados de prevenir la evasión de los pasajes y otros funcionarios de Transmetro.
Como ejemplo de dichas cifras se encuentran los casos como el del joven que asesinó a un conductor en 2013 o en el que un menor de edad amenazó a un guía con arma blanca en junio de 2017. Estos sucesos son causa de actos de intolerancia que de no haber control policial podrían incrementar.
Lo que piensa la gente es que es una buena ruta para transportar los problemas hacia una forma de convertir los conflictos en una oportunidad. De manera que, con las mismas inconformidades de las personas, se puedan replantear estrategias haciendo uso de sus propias ideas para sensibilizar a la ciudadanía Barranquillera. L
o que opina el ciudadano de ‘a pie’, tanto funcionarios como usuarios, permite trazar objetivos frente a cambios significativos no sólo a nivel de infraestructura y de espacio público, sino también, un cambio en el estilo de vida y en la cultura ciudadana de los barranquilleros, con relación al sistema.
Esto se debe trabajar con estrategias de comunicación que generen un impacto real en los usuarios vigentes, las nuevas generaciones y en quienes prestan el servicio. Hay que reforzar las debilidades en estos procesos comunicativos que son esenciales en una empresa.
De esta manera se pueden dar a conocer las libertades y restricciones dentro del sistema, normas de seguridad, conocimientos sobre los espacios para uso de personas en condición de discapacidad y sus derechos, la cooperación con personas de la tercera edad y mujeres embarazadas o con niños, la sana convivencia, medios de pago, entre otros temas, pero no solo como imposición.
La gente ya sabe lo que le falta a Transmetro, lo que debe haber es una aprehensión de la cultura ciudadana y del sentido de pertenencia en la que el orden y la cooperación sea un principio de todos, autoimpuesto y reclamado entre nosotros mismos.