Por: Martín Pacheco.
Mientras Carolina Segebre deleitaba a los barranquilleros con su espectáculo “Carnaval: la Ciudad Dorada”, a las afueras del Estadio Romelio Martínez las emociones se concentraban en intentar ingresar para vislumbrar ese pedacito de felicidad convertido en baile. Crónica de un ingreso tardío al evento más importante de la previa carnavalera.
Eran exactamente las 08:45 de la noche. Una señora vestida con pantalón azul, camisa roja y corona de muchos colores, intentaba convencer a un sujeto vestido de negro que tenía un 911 marcado en su gorra que la dejase entrar al evento de la coronación. Es un agente de seguridad. El sujeto mueve su cabeza de un lado a otro en señal de que no puede entrar. De repente un hombre de camisa rayada grita: “No creo que ya esta vaina se haya llenado, veo que mucha gente está saliendo”. Quizás tiene razón, pues Carnaval de Barranquilla y su reina, Carolina Segebre, habilitaron 4 mil entradas gratis en la localidad norte.
La señora arruga su cara y le dice, al agente de seguridad, algunas palabras que no se alcanzan a escuchar con claridad. Sale de la fila. Enseguida varios sujetos le caen como abejas a un panal ofreciéndoles boletas. “Mi doña, le tenemos oriental, occidental y vip a precios papayita“, le dice. La señora continúa su camino y los deja hablando solos.
Un estadillo sale del Romelio e ilumina la noche. Unos gritaban de emoción, otros movían sus pies en señal de que el tiempo se agotaba para poder entrar. El Show daba inicio.
Solo se escuchaba la música. El sonar de los tambores, las flautas y la ovación del público que ya está dentro desde las cinco de la tarde cuando se abrieron las puertas.
Fueron más de 600 artistas que acompañaron a la Reina del Carnaval y al Rey Momo 2019. Más de una hora y los que esperaban entrar al show iban dejando la fila uno a uno. Otros esperanzados se quedaron en la fila.
No faltaba el que llegaba por la entrada de prensa y entraba con facilidad. Pero no fue la historia de todos. Cuando iba a ingresar al show luego del acto de coronación, junto con dos colegas, un sujeto de aproximadamente 1.60 de estatura revisa mi escarapela y menciona las palabras más agrias de la noche: ya se acabo el acceso para periodistas.
Según el sujeto, debíamos entrar por otro lado. Llegamos hasta el lugar que nos indicó y una mujer vestida de negro con la gorra del 911 nos dice que no es por ese lugar, sino por donde habíamos intentado primero.
Se hicieron las 10:30 de la noche. Una voz familiar empezó a entonar una canción, era Carlos Vives, el más esperado de la noche. El Romelio vibró con la euforia de los asistentes. Nosotros aún no entrabamos. La nota para el periódico cada vez se veía más perdida.
El tiempo se estaba acabando.
Luego de pasear de aquí para allá y de allá para acá, nos acercamos a un señor de contextura gruesa y cabello negro. Este tenía el mismo vestido negro con la gorra del 911. “La entrada es por donde estaban antes”, mencionó en un tono alto y con una acentuación cachaca marcada, “le dicen a seguridad que los mandó Juan Cardona”.
Quizás siguen órdenes. Entramos después de todo. La gente empezaba a salir del estadio, por lo que me fue inevitable pensar que muchos de los que se quedaron en la fila hubiesen podido entrar y disfrutar como todos los que allí se encontraban.
Poco a poco fuimos acercándonos a la tarima. Las vallas para diferenciar las localidades de vip estaban corridas. Una chica llevaba una botella de aguardiente en su mano, mientras otra bailaba muy pegadito con un chico al son de la música de Carlos Vives. El alcohol ya había hecho su efecto. Botellas de Buchanan’s en el piso, otros sentados viendo a lo largo. Pero más eran los cuerpos que se movía como la brisa y vibraban con cada sonar de los tambores y las flautas de la agrupación de Carlos Vives.
Foto: Carolina Segebre