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Por: Sebastián Puello

Muchas tradiciones se han perdido del carnaval, entre esas, la gran verbena que jamás se realizó en la Puerta de Oro de Colombia. Al rescate de la memoria.

“Cómo olvidar ese momento en el que, con mi novia, viví una de las mejores noches de mi vida en Simón Bolera”, recuerda Orlando Gaitán con nostalgia. Al fondo se oye el ritmo del calipso, la soca, la salsa o el reggae, que este personaje bailó hasta el amanecer con la que ahora es su esposa, Mary Luz Aguilar.

El barrio Simón Bolívar, en época de carnavales, recibía un promedio de 2.500 personas en cada fin de semana.

Era el año 1975 en la verbena “Simón Bolera”. Cercadas por iracas de colores, con vendedores de bolis y fritos a los costados y un sistema de sonido de más de 3 metros de altura. Así eran las fiestas de antes. Del pueblo. Sólo se respiraba alegría. Así son los recuerdos de Luis, ahora sentado en su mecedora favorita.

Durante 30 años, Simón Bolera fue el punto de encuentro para todos los barranquilleros de clase media. El auge hotelero hizo que las verbenas populares migraran a lugares como el hotel El Prado. Lamentablemente, con la desaparición de los discos de 33 y 45 revoluciones, fueron desapareciendo, o por lo menos ya no son como se conocían antes.

Pareciera que la clase alta privatizó estas fiestas que en algún momento tuvieron su origen en las más bajas.

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En el camellón de Simón Bolívar, por la vía que conduce a Santa Marta, unos habitantes del barrio y un picotero, deciden formalizar su fiesta de carnaval, la cual llaman “Simón Bolera”. En la mitad del lugar hay una pista de baile para que el coqueto saque a bailar a la más linda del barrio.

Son las 10:00 de la noche y suenan los tambores. Una negra de 1.80 empieza su danza alrededor de la tarima en la que, todos fascinados, bailan al son del grupo de millo. La seducción, característica de la cumbia, contagia a todos en la verbena. Suena Pacho Galán y es la oportunidad para los más tímidos que no se han levantado, de bailar la primera canción de la noche.

En la memoria de los barranquilleros, está esa noche en la que Richie Ray cantó en el último piso de una de las casas del barrio El Recreo. Las calles, llenas de personas con maicena y botellas de ron y aguardiente, esperan ansiosos la llegada del artista.

“No importaba apariencia ni estrato, la fiesta nos unía a todos”, comenta Esther Muñoz, cartagenera quien fue adoptada por La Arenosa desde muy temprana edad.

Antes de ser verbena, “Simón Bolera” fue salón de baile y no se pagaba por entrar. “Cuando usted saca a bailar a la mujer, el del salón se acerca a usted y le cobra la entrada”, recuerda Luis Orellano, Rey Momo de Galapa.

“¡Entre, que esto está bien bacano!” dice el que cobra mientras le ofrece una totuma de mondongo con el ingreso a la verbena, evidentemente una ganga en comparación a lo que puede costar una boleta a los eventos más importante del carnaval de este año.

Las carimañolas rellenas de queso con chicha de maíz que vende Dubys afuera de la verbena son la combinación perfecta para Jorge Carpintero cuando ya el alcohol ha hecho efecto. Entre más aceite tenga, más rica está.

Las corrientes frías de aire recorren la cintura de Olga Montaño mientras su parejo la agarra y bailan juntos la tradicional “Torta”. Una vez, el verbenero la llevó como pareja, ella cuenta entre risas. Fue una noche llena de fiesta. Ese man, reafirma, llevaba la andundería en la sangre.

La noche nuevamente termina y con ella vienen los nuevos recuerdos para contar.

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