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Por: Yuliana Girón

Desde la mañana se empezaban a ver las sillas por las aceras. Ya todo estaba listo para la ‘Batalla de Flores del Recuerdo Sonia Osorio’ cuyo final se dio en la Plaza de la Paz.

Locales y extranjeros llegaban con prontitud para encontrar el mejor lugar donde puedan ver y gozar del desfile, que este año contó con más de 270 grupos folclóricos.

Ollas humeantes llenas de sopa se revelaban a un lado de la calle, mismas que se podían saborear con solo olerlas. Mientras tanto, los carnavaleros arribaban temprano para buscar una silla o un buen bordillo. Los vendedores también estaban listos: chitos, algodones de azúcar, perros calientes y paletas se vendían por doquier. También se podía escuchar un canto de antaño entre la vía: ¡buti, buti, buti! los amantes del tradicional manjar soledeño sabían lo que eso significaba.

Como en todo carnaval, y hasta cuando no es carnaval, los “puesticos” de chuzos calientes no podían faltar, acompañados de las pequeñas neveras llenas de agua, gaseosa y, por supuesto, latas de cerveza que serían la compañía ideal de la tradicional “fiesta del bordillo”.

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Cuando pasó el mediodía, los dos lados de la carrera 44, que se encontraba cerrada por las vallas, ya estaban llenos. Los combos carnavaleros estaban listos con sus camisas al juego, y allí se podía ver cómo los colores y extravagantes diseños eran los protagonistas en el vestir.

Por su parte, los niños que participaban de esta tradicional fiesta muestran con orgullos sus disfraces: Negritas Puloy, Cumbiamberas, María Moñitos, Garabatos y Marimondas eran los principales espectadores.

Para muchos, esa podía ser la primera vez que gozarían de esta fiesta, y para otros es (en simultáneo con la Batalla de Flores de la Vía 40 y el Desfile de La 17), la inauguración oficial de los “cuatro días más alegres del año”.

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A las casi 4 de la tarde, sobre la carrera 43 con calle 55 apareció la primera pancarta. A lo lejos se alcanzaba a leer: “Batalla de Flores Recuerdo Sonia Osorio”.

Muchos ni siquiera reconocieron el nombre de la bailarina y coreógrafa colombiana, que fusionó las raíces ancestrales y tradicionales de Colombia con las técnicas modernas de ballet y fundó el Ballet Nacional de Colombia en 1960. Sonia nació en Bogotá y vivió en Barranquilla hasta los 9 años, edad en la que volvió a la capital para recibir su formación para después regresar al Caribe Colombiano, donde su legado se mantendría vivo hasta ahora.

La investigación sobre distintos grupos y etnias se vio plasmada en los diferentes montajes de la coreógrafa. Sonia logró transmitir al mundo, acompañada con extraordinarios bailes, historias tan significativas como la Leyenda de El Dorado, El Currulao, El Carnaval de Barranquilla, el Mapalé, el Abozao, la Cumbia, la Guaneña, el Bullerengue, entre otros. 

Mientras, en la carrera 44, el público disfrutaba entre la espuma y la maicena. A lo lejos se escuchaba el ritmo de los tambores: ¡Guepa! es el coro entonado por quienes llegan bailando bajo el ardiente sol barranquillero.  Al son de las caderas entra la cumbiamba, no quedó nadie en los asientos, las manos ya estaban en la cintura. ¡Guepaje! Responde el público. Ya empezaba la fiesta anhelada.

El eslogan del carnaval que dice “La Fiesta Es De Todos” no puede ser difícil de entender cuando, entre la comparsa, se divisan niños que desde temprana edad portaban velas y trajes de cumbia. Se movían meneando las caderas al son de la historia de un largo mestizaje del que somos fruto; el paso del tiempo se denotaba entre las filas: niños, adolescentes, adultos y adultos mayores llevaban sus trajes, pues los largos años de cumbia hacían que las arrugas se notaran menos y la felicidad se vislumbrara más.

Entre Congos, Marimondas y Son de Negro la fiesta se animó. El Carnaval, que aparenta ser solo música, baile y disfraces, también cuenta historias.

Las Farotas de Talaigua se convierten en la sensación del momento inicial. Con mucho porte, los hombres lucen faldas con sus chalecos de colores y largos aretes, acompañados de pintura roja en los labios y hermosos tocados. “¡Divinas que se ven!”, se escuchó en el público, “es que el costeño de pelo en pecho que se respete se ve bien hasta en falda”.  Mientras los aplausos y la emoción cobraban vida en el bordillo. 

Este folclórico nos regaló una clase de historia perdida. Se trata de la representación a la leyenda que cuenta cómo, los indígenas farotos, se vistieron con atuendos femeninos para emboscar y matar a los españoles que violaron a las mujeres de Talaigua.

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Los reyes infantiles arribaron para coronar la fiesta. Movían los hombros y animaron al público. Se podía sentir cómo, a pesar de ser tan pequeños, estaban comprometidos firmemente con resguardar la tradición.

La música en vivo es el aliciente principal de esta fiesta. No solo se quedó en lo tradicional, pues algunas carrozas incorporan grupos vallenatos y también a los infaltables compañeros de las fiestas costeñas: picós, que resonaban con las champetas del momento. Dicen que el buen costeño y el buen carnavalero es el que “tira pase de champeta” aunque ni siquiera sepa bailar.

A propósito de la champeta, Mr Black y su esposa Yuranis llegaron al desfile, personificados por dos hombres totalmente de blanco, uno con traje, corbata y corona, y el otro con un vestido de boda largo, una flamante cabellera y una tiara que representa a la esposa del ‘presidente del género’.

Entre los disfraces de carnaval ya no solo estaban los gorilas, la tradicional ‘muerte’, los toritos y los garabatos, sino también las grandes personalidades de nuestro país, como el presidente Duque y su esposa. La primera dama colombiana lucía un vestido hecho en foami, digno de la casa blanca. El público enloquece al verlos. Pero nada se compara a la emoción de observar como una empanada gigante pasaba corriendo entre el desfile y huye al ver a un policía. Los aplausos se hacen presente: es el Carnaval de las risas.

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En el tributo a Sonia, las principales protagonistas fueron las puestas en escena y los grupos folclóricos que retuvieron la atención del público con sus disfraces de plumas, apliques y brillos, y las sonrisas, que a pesar del cansancio generado tras caminar toda la carrera 44, llevaban como parte esencial de su show. Sus coronas son sus grandes tocados, al igual que los reyes del carnaval, ellos también eran soberanos y quienes los ven son su séquito.

El público se movía al ritmo de los tambores, la flauta de millo y las papayeras que acompañaban las agrupaciones. “Cocada, alegría, caballito, enyucados” cantaban las mujeres de los tocados de frutas, piel oscura y largas trenzas, que representabab con fervor y orgullo el espíritu palanquero.

Como la polémica al igual que las cocadas gustan, las puestas en escenas eran de todo tipo: una de ellas empezó con “disparos”, sonidos estruendosos que se asemejan al ruido de las armas de fuego, que antes de alarmar a la audiencia logró hacerles gracia. Se trató de la representación burlesca de los presidentes Trump y Maduro que inician una guerra entre bailarines vestidos de soldados.

Como si el buen humor solucionara problemas de talla internacional, el público gritó a la representación de Maduro cosas como, “¡fuera!” y “deja a Venezuela en paz”. Pero, en esta ocasión, la música y el baile ganaron la guerra y logran, más que asustar, llenar de risa a todos.

Más grupos y comparsas arribaban, uno tras otro, con sus performances dignos del espectáculo que es el Carnaval de Barranquilla. Ese era el legado de Sonia Osorio: la música, la danza y el folclor que le rinden tributo a la mujer que, con su aporte, fortaleció la cultura caribe y parte importante de la fiesta insignia de Barranquilla para el mundo.

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