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Por: Gabriela Monsalvo Molina

“Hay cuatro cosas que le gustan al barranquillero más que la comida: el Carnaval, el Junior, La Troja y los picó… yo quiero llevar a ‘El Coreano’ a ser como La Troja”.

Sentado en la terraza de su casa, Italo Gallo, conocido como Italo Jr en el mundo artístico y como Italito por los amigos y vecinos (apodo que nunca fue de su agrado), cuenta sus ilusiones con uno de los picós con más trayectoria en la ciudad: “El Coreano”, El mayor o el máximo, al que antes llamaban tanque de guerra y ahora es el tanque de cultura.

Sin importar la evolución de su imagen o el eslogan con que lo identifiquen, este picó de más de 40 años es la representación ideal de de la fiesta barranquillera, de las verbenas, del baile, de la música y de ese ambiente costeño, tropical y al mismo tiempo tan callejero que tiene Barranquilla.

Encontrar su casa entre las otras no es un gran desafío. En su terraza reposa uno de los ejemplares del coreano y su fachada, evidencia su anhelo de carnaval con los elementos que la adornan: sombreros vueltiaos, flores y cintas de colores, la bandera de Barranquilla y una pancarta de El Coreano en la parte superior; su casa es fiel testimonio del amor que tiene por su ciudad y su cultura.

Justo al lado, la casa en la que creció, la casa  de Ítalo Gallo Serrano, de quien heredó no solo el nombre sino ese gusto por la música, en especial la que cobra vida a través de los parlantes de un buen picó, como los que nacen ahí, en el taller de su papá. Desde la esquina se ven las enormes cajas de madera que van cogiendo forma hasta convertirse en los representativos turbos, que atornillan los oídos y retumban el pecho al ritmo del timbal y del bajo, una sensación que solo se mitiga cuando el cuerpo se mueve a ese mismo ritmo.

Ese aparato imponente que pone a bailar y sudar a la gente en las mejores fiestas de la ciudad, desde las más caseras hasta las más exclusivas, desde el popular estadero en el sur de la ciudad, hasta el bar más prestigioso.

Cuando era niño aprovechaba cuando su papá se iba a los toques, sacaba el tocadiscos, los pocos discos que quedaban en el taller y empezaba a experimentar, sin imaginarse que años más tarde la vida le daría el reconocimiento que tiene; recuerda también que su papá se lo llevaba, como a todos los pelaos de la cuadra, a que lo ayudara en las verbenas.

“Este amor por los picó, nojoda yo creo que esto nace, ni siquiera es porque uno se críe en el ambiente. Mis hermanos también nacieron en el ambiente y de pronto a ellos sí les gusta, pero no con esa pasión que uno tiene, ese amor por los picó” afirmación que no se puede refutar, pues viene cada fin de semana con la misión de prender las fiestas barranquilleras ´de arriba a abajo´, como bien lo dice Mike, la voz de los picó, en una de las placas de El Coreano.

Aunque transportar a los rumberos a las añoradas verbenas de los 80’s no es tarea fácil, se necesitan alrededor de ocho hombres para hacerlo. Sus jornadas son extenuantes, empiezan desde que amanece, para ajustar cualquier detalle del sonido, embarcar y desembarcar los equipos en su recorrido por los estaderos, discotecas y fiestas de la ciudad.

Esta segunda generación de El Coreano, después de Concepción Hernández, nace en 1980, en una sociedad con Dagoberto Hernández (hijo de conce), que luego se disolvería, dejando el equipo en manos de Ítalo (padre), quien por ser técnico en sonido, se encargaba de hacerlo destacar. Así, se fue posicionando en un momento en el que los turbos estaban en su apogeo.

Pero para esta familia no todo ha sido goce y verbena. En el año 87 mientras tres de los muchachos de la cuadra que trabajaban en el taller se dirigían a un toque de ‘El caminante’ (picó del que Ítalo era técnico), un accidente de tránsito apagó no solo el turbo, sino la vida de los jóvenes.

El triste acontecimiento les afectó tanto que durante diez años se mantuvieron distanciados del mundo de los picós. En el 97  El Coreano vuelve a surgir en el formato de las torres, intentó adaptarse a la nueva tendencia, pero ya nada era igual, la esencia de las verbenas se había ido diluyendo poco a poco, el público ya no era el mismo y la música que demandaban tampoco.

La familia Gallo no se dio por vencida y aunque no fue su mejor época, siguió llevando su esencia a los pueblos. Fue en el 2012 que padre e hijo se dispusieron a rescatar esa tradición, volvieron a fabricar los turbos con esas características que los hacía especiales y llamativos ante los ojos de oriundos y visitantes, esa grande y colorida caja de madera que hace retumbar ventanas, rejas y puertas.

A pesar de que los picó hoy en día no tienen que ver con clases sociales, estratos ni barrios; llevarlo a posicionarse donde está fue un proceso que tomó tiempo, sobre todo para rescatar la fe de las personas en este proyecto que por un momento perdió el rumbo y tuvo que volver a reencontrarse para poder evolucionar.

“El picó puede llegar a ser en algún momento mi ocupación más importante, pero por ahora no, a mi me gusta mi trabajo”. Él es ingeniero industrial y trabaja en las minas de La Loma (Cesar) de lunes viernes, el resto de su tiempo se lo dedica a su música.  

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