Entre sus estudios y el pensamiento hacia el bienestar de los demás vive sus días Lina. De su propia convicción nació la idea de crear, entre el imaginario de supersticiones sociales, un espacio para formar a colombianos con un verdadero sentido humano para transformar un entorno de seres honestos y visionarios del progreso social, a partir de las buenas costumbres y el sentido por el otro.
Por Valery J Serrano U.
Cuando se tiene todo, es posible que algo falte. Lina tiene 19 años, una buena familia, dinero, comida, ropa, modales, educación, estabilidad. Cree que está bien con su sociedad y consigo misma. Y creía que aportaba con su buena conducta al bienestar general, y que con eso bastaba.
Ella no es, pues, una mala persona; sobresale porque es atenta, amable, colaboradora y está dispuesta. No sabe decir que no; hasta puede llegar a tener un sospechoso altruismo. Su bajo tono de voz indica timidez ante sus propios pensamientos, en consecuencia, también ante sus actos. Sus ropas no llaman la atención, al igual que ella en general. No se maquilla, ni gesticula, no mueve sus manos al hablar. Parece que no está incluso cuando está. Por ahora, no genera cambios ni ella cambia. Ni fría, ni caliente, ni sal, ni azúcar.
Una mañana de agosto del año 2016, a Lina le llegó una invitación por correo electrónico. Una organización, de las que siempre le hacen spam en su bandeja de entrada, le estaba ofreciendo la aplicación para un taller de excelencia personal. Lina investigó y no entendió, lo descartó. Pero a su padre, que también había recibido la invitación, sí le interesó. Él le recomendó que aplicara. Y ella, haciendo uso de su altruismo y de sus ganas por hacerlo feliz, aceptó.
Pensar en esos talleres de excelencia personal que vendrían y le quitarían el tiempo de sus estudios universitarios, para sumarse a la larga lista de conferencias, libros y charlas de superación personal que no le sirvieron nunca para nada, no le hacía mucha gracia. ¿Para qué? Si ella es una buena persona, no le hace daño a nadie, no debe nada y aporta suficiente con su estilo de vida.
Irene Chegwin es la directora del PEP (Promotora de Excelencia Personal), una entidad sin ánimo de lucro que trabaja hace 27 años por “el desarrollo de una sociedad colombiana honesta, productiva y justa”. Ella afirma que las sociedades solo pueden desarrollarse cuando sus ciudadanos están formados como humanos. Esto explica la razón por la cual PEP no se orienta al individuo y su progreso personal individual sino al desarrollo del país basado en el compromiso ciudadano, en el accionar y la voluntad por transformar.
“Hoy salieron los indicadores de corrupción del país y son preocupantes. Entonces ¿qué hace un ingeniero desde su campo para disminuir los niveles de corrupción?, ¿qué hace un psicólogo?, ¿qué hace un obrero? No para que se conviertan en buenas personas por sus buenas obras, ni en héroes, sino para que desarrollemos país. La corrupción no permite avanzar al país”.
Al llegar a PEP para hacer la aplicación, Lina tiene ese sentimiento de aquellos que llevan piedras al cerro. Espera escuchar al hombre con estatura superior a los 1.80 metros que, minutos antes de iniciar, sigue sentado en la silla con los codos sobre el escritorio y sus manos entrelazadas soportando su barbilla. Va a repetir lo mismo con diferentes palabras durante toda su intervención, piensa. Me dirá que todo se puede lograr si se tiene fe en sí mismo.
Iniciada la cita y después de responder un par de test típicos de psicólogos y uno acerca de su coeficiente intelectual, que le parecen tan simples como sumar 2 más 2, se levanta de su asiento haciendo el menor ruido posible y sale del lugar, deseando a todo el que encuentra unas buenas tardes. Camina con su usual paso lento al carro de su padre. Le dice, entonces, que el taller ha sido productivo y que le ha gustado mucho asistir a la aplicación porque “yo no quiero quejarme por las 360 horas que faltan de taller, y hacerlo cada vez que me suba al carro”.
Un asunto decisivo ocurrió en el sótano del Museo Romántico. Lina nunca había tenido la oportunidad de estar allí y la habían citado a una conferencia, como parte del taller. Le pareció acogedor. No era muy grande, con una capacidad para 80 personas; ella estaba segura de que llegarían menos. Se sentó adelante para ver bien la conferencia, pues no le gusta distraerse por sus problemas de visión. La conferencista le impactó. Era extrañamente parecida a ella. La conferencista tenía una figura corporal menuda y su tono de voz no era muy alto pero sus ojos eran brillantes y expresivos cuando hablaba de su vida. En eso podrían diferenciarse. Recuerda que su historia no era heroica, ni fantástica, ni trascendental; solo hablaba de lo mucho que le gustaba despertar y tomar café; de cuánto apreciaba las confidencias de sus hijos y ver a su perro ladrar. Hablaba del olor de los libros y la voz de su madre. Nada nuevo pero ahora parecía diferente.
Tal como lo esperaba, Lina pasó el examen de aplicación. El primer día de taller de excelencia, se levantó temprano, a eso de las 7 de la mañana. Se vistió con su ropa monótona y se fue en el carro de su madre. Al entrar a su salón vio por primera vez todas aquellas caras largas, impactadas por la alarma que suena en la mañana y que, sin mucha expectativa, solo esperan a que el día termine. Sentía frío, porque es lo que casi siempre le ocurre cuando no está en un lugar que le agrada. Al parecer todas aquellas personas en ese salón también sentían frío.
Después de las 360 horas participando en los talleres, Lina descubrió sus aptitudes para ser muy humana. Aprendió que su accionar en la sociedad impacta, tanto si es activo como pasivo. Entendió que la pasividad, entonces, genera usualmente un impacto negativo. Encontró que su desarrollo personal afectaba el entorno y que la dedicación nos lleva, según afirma, a aclarar la mirada y a ampliar la perspectiva de la cotidianidad. Allí le hicieron saber que cada día y cada acción cuenta y que es factible llegar a un estado de conciencia en las acciones que desemboca en la transformación ciudadana.
Lina sigue hablando con un tono de voz bajo, pero ya no es timidez lo que lo causa. El ideal de ciudadana confiable se tradujo en capacidad para actuar y dar lo mejor de sí. Una ciudadana con poder de acción y pensamiento hacia el bienestar. Hoy ella cree que es factible crecer como personas y ayudar a al progreso del entorno. Y en ello, ser humano es esencial.
Foto vía: tomada de internet
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Para todos los que nos formamos como contadores de historias en este particular espacio de tiempo, y en estos momentos cuando estamos buscando dejar atrás la piel de un reptil que, como país fuimos, es necesario aprender a armar memoria, sin perder los estribos, con pedazos sueltos, pedazos de acciones, recuerdos y olvidos.
Esta es una colección de historias que ofrecen oportunidades, historias quizá nuevas, quizá conocidas, pero todas escritas desde las perspectivas a veces juguetonas, a veces muy formales, de una serie de mentes fértiles de las que brota la necesidad de dar a conocer un país diferente a aquel que nos venden y que, tristemente y con frecuencia, compramos al precio más bajo.
#YoConstruyoPaís es la muestra inequívoca de que Colombia vale oro. Y a la vez es una invitación de El Punto y las jóvenes generaciones de periodistas de Uninorte -que no pasan de sus 20 años-, a pensar y proponer un país mirado desde la paz.