Por: Wilbert Daw
Las políticas migratorias deberían priorizar las necesidades básicas de los migrantes por encima de las consideraciones económicas.
En efecto, el impacto económico que tiene la movilidad acelerada, principalmente en Siria, Sudán del Sur y Venezuela, en los países receptores, no puede ser la excusa para evadir la responsabilidad que tienen de garantizar las condiciones mínimas de supervivencia de los migrantes.
Uno de los puntos a favor de la migración es que impulsa la economía de los países. Para el director del Instituto de políticas de migraciones y asilo de la Universidad Tres de Febrero en Argentina, Lelio Mármora, la gente que viene de países en vías de desarrollo sabe que “hay lugares con muchas más oportunidades” que en el lugar donde viven y “tiene aspiraciones de progreso”.
Pero esto no coincide con el pensamiento de los territorios del ‘primer mundo’. Países como Estados Unidos y Austria presentan posturas muy férreas en contra del ingreso de migrantes, que estimulan la xenofobia en sus territorios.
“La migración no es ni puede ser un derecho humano. No puede haber ningún derecho a migrar debido al clima o la pobreza, pues tendríamos en este mundo un desarrollo que no sería compatible con una política realista”, expresó Heinz-Christian Strache, vicecanciller de Austria y líder del partido de ultraderecha austríaco ‘Partido de la Libertad’.
Son dos puntos de vista muy dispares, pero que confluyen en algo: priorizan la economía por encima de la condición humana. Hay una esperanza de ‘humanizar’ la problemática con el ‘Pacto mundial de migración’ convocado por la ONU que busca ser una opción para tratar los movimientos migratorios, pero apenas fue implementado en diciembre pasado y su impacto dependerá mucho de los países ‘desarrollados’.
Cuesta creer en una luz al final del túnel en este tema, sobre todo si las ‘potencias’ siguen empeñadas en blindar sus fronteras a poblaciones que buscan una oportunidad y abrirlas a los comportamientos xenofòbicos.