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Por: Wilbert Daw | Foto: Fútbol ecuador

En San Camilo, una pequeña urbe que hace parte del cantón Quevedo en Ecuador, aún se habla de él. Dicen que era un hombre ungido con la gracia del espíritu santo y que hacía milagros con las manos, con los pies y con la cabeza.

Con sotana y sandalias se ganó el cariño del pueblo, pero vestido de cortos y con guayos obtuvo el respeto de toda una nación que se convenció de la existencia de los milagros. En la cotidianidad lo llamaban el Padre Bazurco, pero en los partidos era Juan Manuel Bazurco, ‘El cura de los botines benditos’.

Destino divino

Nacido un 22 de enero de 1944 en Motrico, un pueblo costero de España ubicado dentro del País Vasco, Juan Manuel Bazurco creció en el ambiente propicio para sus dos vocaciones: el sacerdotismo y el deporte. En su juventud, demostró aptitudes para ser un gran futbolista.

Contaba con un buen regate y una pegada envidiable, por lo que fue incluido en las filas del CD Motrico, el equipo de la ciudad, que en ese entonces militaba en la tercera división del balompié español. Sus actuaciones llamaron rápidamente la atención de la Real Sociedad, uno de los clubes más tradicionales de España y de la región vasca. ‘La Real’ le ofreció la posibilidad entrar a su escuadra, pero justo en ese momento sintió el llamado de Dios.

 

Bazurco decidió dejarse seducir por la filosofía del catolicismo y se inmiscuyó en el sacerdocio, abandonando casi toda posibilidad de ser jugador profesional. Eso sí, aún se permitía echarse algún ‘picadillo’ en los barrios y calles de su Motrico natal. Para cuando logró consagrarse como sacerdote, el cura Bazurco sintió que debía compartir la palabra de Dios fuera de las fronteras españolas. Es así  que se inició como misionero y en 1969 aceptó embarcarse a una misión evangelizadora en Ecuador.

En el país de la mitad del mundo, Bazurco se instaló en San Camilo y se puso al frente de la Iglesia de San Cristóbal donde, aparte de su obra catequética, incentivó las actividades futbolísticas en la comunidad para acercar a los habitantes a la parroquia. Incluso logró fundar un equipo de fútbol en la ciudad -lo bautizó Club San Camilo- con el que organizaba partidos entre otras ciudades del cantón Quevedo.

Fue tal la popularidad que alcanzó el Club San Camilo que equipos profesionales de la Liga Ecuatoriana de Fútbol se animaron a probar suerte contra la escuadra del sacerdote vasco. Uno de ellos, la Liga Deportiva Universitaria de Portoviejo, se interesó en adquirir los servicios de Bazurco tras jugar un amistoso. El destino volvía a poner al sacerdote de frente con la pelota.

Del púlpito a las canchas

La Liga de Portoviejo se interesó en Bazurco y éste aceptó la oferta de unirse al equipo. Eso sí, bajo ciertas condiciones. Primero, no podía descuidar su misión en San Camilo. Segundo, cumpliría con los entrenamientos siempre y cuando no interfirieran con sus labores sacerdotales.

Tercero, que podía continuar celebrando la misa los domingos y cuarto, que le pagaran puntual. Las cuatro condiciones fueron aceptadas por los dirigentes de la ‘U Verde’ y en 1970 el cura Bazurco firmó su primer contrato profesional, cuyo salario utilizó para mejorar la iglesia de San Cristóbal y hacerle una que otra adecuación.

Debido a su oficio como sacerdote, Bazurco no jugó muchos partidos con el elenco de Portoviejo, pero fue suficiente para quedar en la retina de los aficionados al balompié en Ecuador. Su drible y pegada comenzaron a forjar la leyenda del cura goleador. Mario Canessa Oneto, columnista del diario El Universo de Ecuador, recoge una curiosa anécdota del vasco:

“En 1971 el golero de Universidad Católica era Bernabé Romera. Liga de Portoviejo le había ganado 3-1, uno de los goles lo había hecho Juan Manuel Bazurco, que concedía una entrevista en el mismo hotel donde se hospedaba Católica. El defensa Fausto Carrera venía bromeando con Romera y le decía: “Oye, qué golazo te hizo el padrecito, te bañó, te bendijo, ja, ja, ja”. Romera respondió: “Cura concha de su madre, me dejó parado”. En eso se topó con el español y al verlo Romera cambió su discurso y, con una especie de saludo protocolario, le dijo al curita: “Che padre Bazurco, qué golazo me hizo, lo felicito”. El resto quedó para la risotada”.

Juan Manuel siguió llevando su ‘doble vida’ entre homilías y balones. Su condición despertaba la curiosidad entre los hinchas y asistían a los partidos solo por ver si era cierto que existía un cura futbolista. Su fama llegó hasta las oficinas del Barcelona de Guayaquil, uno de los clubes más importantes del país sudamericano.

El onceno guayaquileño buscaba desesperadamente un centrodelantero para que acompañara en el ataque a Jorge ‘El Pibe’ Bolaños, un habilidoso extremo con un recorrido notable en el fútbol ecuatoriano, y a Alberto ‘Cabeza Mágica’ Spencer, ídolo del Peñarol de Montevideo -Marcó 326 goles en el ‘Carbonero’- y que se convertiría en el máximo goleador de la Copa Libertadores de América en toda su historia con 54 dianas, con miras a encarar la Libertadores 1971.

Barcelona le ofreció vestirse de amarillo, el color representativo del equipo. Bazurco dijo que aceptaría si le respetaban las mismas condiciones con las que fue contratado en Portoviejo. Los directivos del cuadro guayaquileño hicieron el trato. Los dirigentes del Barcelona nunca se imaginaron que estaban contratando al jugador más importante de su historia.

Una noche en La Plata

Momento en el que Bazurco marca el único gol del Barcelona ante Estudiantes de La Plata en Argentina. Foto: Especial.

Otto Vieira, entrenador brasileño que dirigía al Barcelona por aquel entonces, se quería matar. Había estado esperando por un delantero de renombre para reforzar a su equipo de cara a la Copa Libertadores 1971 y lo que encontró en las oficinas del club fue a un hombre vestido con sotana. Al verlo, Vieira, en un gesto de desahogo, gritó: “¡He pedido un delantero centro, no un cura!”.

Solo con eso, Juan Manuel Bazurco se hizo a la idea de que no iba a jugar mucho en el ‘Barça’ ecuatoriano y el tiempo lo fue demostrando. Incluso, llegó a pedir a la directiva del club que lo dejarán ir. “Yo veía que no jugaba e incluso les dije que me iba, que tenía otras obligaciones. Me dijeron que no me fuera”, dijo en una entrevista a la revista Líbero.

En el grupo 5 de la Copa Libertadores, El elenco amarillo compartió grupo con dos clubes colombianos (Deportivo Cali y el debutante Junior de Barranquilla) y con Emelec, su eterno rival de patio. ‘Eléctricos’ y ‘Barcelonistas’ terminaron el grupo igualados en el primer lugar con 7 puntos, por lo que tuvieron que jugar un partido de desempate para definir el clasificado a segunda fase.

Ante la presión de los hinchas, Otto Vieira no tuvo más remedio que mandar al campo al cura vasco quien, como el resto del equipo, se luciría y aportaría una anotación en el triunfo 3-0 sobre el Emelec. Fue suficiente ese encuentro para que Bazurco hiciera que el DT Vieira cambiara su opinión con respecto a sus habilidades futbolísticas.

Concretada la clasificación, Barcelona tenía que enfrentar en segunda fase a Unión Española de Chile y al Estudiantes de La Plata argentino, que había ganado el trofeo en sus tres ediciones anteriores -las dos últimas de forma invicta- también obtuvo el título de ‘Campeón del mundo’ luego de vencer al Manchester United de Inglaterra en la Copa Intercontinental de 1968.

Los ‘Barcelonistas’ empezaron con una derrota frente a los argentinos (0-1) y una victoria ante los chilenos (1-0) en Guayaquil. Por ende, si querían seguir con opciones de jugar la final, tenían que derrotar a Estudiantes en La Plata, que no conocía la derrota como local en su estadio en partidos internacionales desde 1968.

La noche del 29 de abril de 1971 parecía ser una más para los aficionados del ‘Pincharrata’ -apodo de Estudiantes- y también para unos resignados seguidores del Barcelona, que se aferraban a un milagro. No obstante, se olvidaban de un pequeño detalle: tenían a un cura en el equipo.

Bazurco y sus compañeros saltaron a la cancha buscando la hazaña. Sin embargo, sufrieron el asedio ofensivo de Estudiantes, teniendo a históricos como Juan Ramón ‘La Bruja’ Verón y Carlos Pachamé armando el ataque. Pero, quizás por obra divina o porque los caminos del destino son indescifrables, los argentinos se descuidaron al minuto 62 en un contragolpe.

‘El Pibe’ Bolaños filtró un balón a Spencer y éste vio que el cura Bazurco picaba por la derecha como alma que lleva al diablo. ‘Cabeza Mágica’, en un acto de fe, habilitó al vasco y lo dejó mano a mano con el meta Gabriel ‘Bambi’ Flores. Bazurco tomó la bola y, tal como hizo ante Romea, bañó y bendijo a Flores con una vaselina que se coló al fondo de la red.

El estadio Jorge Luis Hirschi, abarrotado por 30 mil aficionados, se enmudeció frente al gol marcado por aquel sacerdote y lo único que se oía era un grito desaforado de un narrador de nombre Ecuador Jiménez que decía: “¡Benditos sean los botines del padre Bazurco!”. Al final, el partido acabó 0-1. Un gol de un cura español había acabado con un largo invicto de uno de los mejores equipos de Sudamérica. Guayaquil fue una fiesta y todos gritaban al unísono “¡gracias Padre Bazurco!”.

Sí al fútbol, no al hábito

Tras la victoria ante Estudiantes, Barcelona tuvo que enfrentar a Unión Española en Santiago. Lamentablemente para los ecuatorianos, Dios estaba muy ocupado aquel 5 de mayo de 1971 con otros asuntos y ni él ni el Padre Bazurco evitaron perder por 3-1 y quedar eliminados de la Libertadores.

Luego de eso, Juan Manuel regresó al Portoviejo, donde siguió alternando su oficio de sacerdote en San Camilo con los partidos de fútbol hasta el final de su misión. Al regresar a España, Bazurco empezó a meditar acerca de que si había sido una buena decisión entrar al sacedorcio. Tras mucho tiempo debatiendo con su conciencia, el ‘cura goleador’ dejó los hábitos y se coló en los salones de clase de la ciudad de San Sebastián, donde impartía clases de filosofía. Además, se enamoró y tuvo dos hijos.

A lo que nunca pudo renunciar fue al fútbol. Aunque no lo practicó de manera profesional, siguió jugando en las calles y pequeñas canchas de San Sebastián. En San Sebastián se quedó hasta que el siempre paciente y sigiloso fantasma de la  muerte tocó a su puerta un 20 de marzo del 2014. Así terminó la historia del Padre Bazurco, el hombre que con sus pies hizo milagros en las canchas de Sudamérica.

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