Por Diana Cortés
Pensó: “una larga trayectoria me espera para llegar hacia donde me dirijo”. Sacar la mano, parar el bus y montarse a esta hora de la noche: “No creo poder soportar un día más esta tortura. Literal, me demoro una hora para llegar a mi casa y así poder disfrutar de esa tibia cama que me espera y me pide que me cobije en ella”.
Y nos llega a la mente el estar frente a la puerta de este ¿me subo o no me subo?. Miras de reojo a ver si lo haces, porque no cabe un alma más en ese enlatado de sardinas, pero toca decidir en menos de un segundo porque después de cierta hora probablemente no pase la ruta, lo que implicaría descompletar el dinero de la semana en ese taxi, que se lleva hasta los almuerzos para toda la semana que planificaste, porque estabas corto de dinero.
Esto nos sucede a todos los que luchamos a diario en un transporte público, con el desespero que se siente apenas se suben los cantantes de rap a “concientizarnos” para alcanzar un mundo mejor. Y cómo olvidarnos de que se suben a vender estas bolsitas de dulces que no quieres recibir, pero aun así, sin preguntarte, te las colocan en los brazos cruzados que denotan esa actitud que dice a gritos: ¡Quiero un carro propio ya!
Así transcurre nuestra vida día a día para poder llegar a la universidad, al trabajo o al colegio. Un recorrido que parece no acabar, en el que luce mejor y hasta más interesante que esa aburrida clase de filosofía, en donde piensas acerca de lo que esos raros filósofos que no conoces nos relatan con sus teorías. Ese viaje en donde imaginas lo que vas a responderle a esa persona que ni siquiera te ha hablado, pero que ya ideamos en nuestra mente que se dirigirá a nosotros, y cuando lo hiciere, ya probablemente sabríamos qué decirle; analizamos hasta la persona que va cabeceando por el cansancio que lleva encima; el chofer cuando se sulfura y comienza a gritarle a los pasajeros que se corran para atrás para darle puestos a los que vienen subiendo, mientras el tumulto de gente se miran unos a otros con caras de ¿este señor es ciego o qué?, y a la vez preguntándose: ¿para dónde quiere que vayamos si no hay espacio?; y hasta entablamos conversaciones con las abuelitas que están compartiendo silla con nosotros, mientras nos cuentan los múltiples problemas que tienen en su vida, los recibos que no han pagado, la nostalgia que sienten porque tienen un nieto o hijo perdido en las drogas.
Cada día que nos vamos “acostumbrando” a este viaje, con esto, aumenta el estrés, las ansias desesperadas de querer llegar a casa temprano, por ese insoportable dolor de cabeza que todo el día te estuvo matando, por tener una jornada pesada de 06:00 a.m. a 08:00 p.m. y, al mismo tiempo, con esa infinita hambre que nos hacía pensar todo el día en la deliciosa comida que nos estaría esperando al llegar a casa. Y sin dudar, del gratificante sentimiento de ver la sonrisa de nuestra mamá, papá, hermanos, que nos esperan día tras día, confiando en que seremos unos excelentes profesionales e incluso influyentes en nuestro trabajo con las personas que nos rodean. ¿Eso? Es la cosa más hermosa que se puede ver y sentir. Y por lo que nos levantamos cada día y proseguimos hacia la meta, sin importar cualquier obstáculo o adversidad que se nos atraviese.
Podría decir que aparte de mi casa, además de mi segundo hogar, que es la universidad, mi tercer lugar es, sin pensarlo, el Sobusa. Hablando propiamente de la ciudad, existen 27 rutas transitorias, de las cuales se derivan dos o tres de algunas de ellas.
Según la Sociedad de transportadores urbanos del Atlántico S.A., esta línea de transporte, que es de las más utilizadas en Barranquilla, cuenta con seis rutas que se desplazan por la ciudad, transportando pasajeros hacia distintos recintos. Pero, se preguntarán: ¿Cuál es la ruta que tanto impacientan? Granabastos – Calle 72- Uninorte, que muy temprano parte desde la nevada en el municipio de Soledad y recorre barrios como El Campito, Las Palmas, Los Andes y San Felipe, siendo este último en donde me recoge cada fría mañana, en esa equina oscura y solitaria a las 05:30 a.m,. con el fin de poder llegar a tiempo a la clase de 06:30 a.m. que me espera.
Por último, llega al corregimiento de La Playa, luego de haber pasado por distintos puntos estratégicos en la ciudad: la Universidad Autónoma del Caribe, el Centro Comercial Buenavista y el corredor universitario.
Exclamó: “¿Necesito un escape antes de que esto me mate!”. “Quisiera que cada vez que me toque montarme en bus, escapar y aparecer a orillas de la playa, disfrutando de un delicioso cotel de camarones o quizás de un jugoso filete gratinado en salsa de mariscos, acompañado de una refrescante Coca-Cola; o mejor cerrar los ojos y aparecer en un spa mientras soy atendido por muchas personas puestas a mi servicio, para satisfacer todas mis necesidades y sin por supuesto, olvidar comida de por medio. Un dato clave para la felicidad absoluta.
Solemos encontrarnos con este tipo de pensamientos cada vez que vemos el vehículo verde de franja roja o azul, pero los míos afloran cuando veo el de franja roja: “Granabastos, calle 72-Uninorte”. Es indescriptible lo que siento. Esto suena a sentimientos de rabia e ira y, si hablamos de estos, quisiera empezar contando lo que es tener que ir a presentar un parcial o final a la universidad. Y ya que eres muy responsable te decides subir al medio de transporte una hora antes, pues sabes que llegas a tiempo o con quince minutos de anticipación para que puedas relajarte.
Sin embargo, justo ese día importante, a pesar de que pasaste en todos los posibles contratiempos que se te presentarían, el vehículo verde decide ir más lento de lo normal, y aún así ve un semáforo en verde decide quedarse antes porque piensa que ya va a cambiar a rojo, mientras todos los pasajeros, incluyéndome, estamos: “Qué señor tan lento. Como que no tiene más nada que hacer…”.
Y si, eso es totalmente cierto, no tiene más que hacer que cuplir con su función de ser un chofer.
Destaco: “Ya les he contado todo lo que nos pasa al subir a este vehículo, pero no les he dicho lo que vives cuando te subes justo en el momento donde no cabe ni un alma más”.
El bus están en frente de mí. Aun sabiendo que no cabes, decide hacer la simulación de que puedes entrar, pero continúa su camino y me deja como si nada. Espero el otro, y está casi igual que el anterior, pero en este, los señores que se encuentran en la puerta me hacen cupo y yo veo como entro.
Son las 05:30 a.m. Está casi saliendo el sol, puedo ver cuántos trabajadores hay allí: personas que trabajan en el aseo de la ciudad, los tan llamados “escobitas”; los que trabajan en construcciones con sus peculiares atuendos que nos dejan adivinar cuál es su oficio; estudiantes con sus maletines en su parte de adelante, esperando con ansias que alguien se levante para poder sentarse y así disfrutar de algo de brisa, porque bastante sudor se puede sentir que baja de la mejilla y de la frente del que te sigue.
No es algo muy higiénico, pero es lo que te puede pasar si en una de las rutas de Sobusa te montas.
Foto vía: Internet