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Por: Luis Felipe Dávila* | Foto: Fiscalía

Y ya para el momento de estas líneas, unas semanas después de lo ocurrido, los nombres de la chica, el de su padre y de otras personas en este escándalo de corrupción se han desvanecido del panorama noticioso.

Vi la noticia una noche, llegando de la Universidad. En el panel de notificaciones de mi celular se descubría un titular muy diciente y la noticia se desplegó con un video.

En él, un individuo de la Fiscalía lee la orden de captura proferida a un hombre por el delito de lavado de activos, favorecimiento por servidor público en actividades de contrabando, concierto para delinquir y enriquecimiento ilícito.

El hombre se encontraba con su esposa y su hija, a las que también extendieron algunos de estos delitos, junto con la privación de la libertad. Un movimiento de llamadas con el celular; un rosto inalterable recibe los cargos; una agitación silenciosa en el ambiente, y termina el video.

Imaginé que la noticia recibiría mayor tratamiento en los medios, así que esperé para ahondar más en ella y sopesar lo que acontecía realmente.

Pasaron los memes y sus días, y se fueron revelando más cosas: que la hija del principal acusado, quien era funcionario de la Dian y se desempeñaba como jefe de control de carga en el puerto de Buenaventura, andaba por las calles de Miami con un Lamborghini.

Que estudiaba en Harvard y viajaba por el mundo, ostentando una vida de lujos. Que era negra. Loba. Channel. La chica llegó a ser tendencia en Twitter. Algunos medios se animaron a inquirir cuanto debe ganar un colombiano para costearse aquel estilo de vida, y hasta buscaron opiniones de la iglesia a la que asistía la familia.

El asombro por este caso de corrupción irrumpió con excitación en los medios y la sociedad. Un asombro sostenido por la incursión en el panorama nacional de una nueva clase de corruptos: aquella que exhibe abierta y descaradamente sus lujos producto del ilícito.

Pero aquella excitación fue tal, que apenas se atendió la gravedad de la situación del padre de la joven, abarcando la atención de los medios el estilo de vida de su hija. De hecho, la mayoría de las publicaciones en internet giran en torno a ella.

Al escribir el nombre de su padre en Google, la cifra de los resultados de búsqueda corresponde a un diez por ciento respecto a la generada utilizando el nombre de ella. La mayoría de estos resultados pertenecen a informes de medios de comunicación. Por su parte, Google Trends revela la explosión por la búsqueda de su nombre en los primeros días de Abril, tiempo cercano a la aparición de la noticia de las capturas.

Los medios, alineados con la sociedad del espectáculo, dejaron de establecer las preguntas apremiantes del caso. Aquellas que conducen la investigación comprometida capaz de revelar la compleja estructura de corrupción oculta en la Dian, por años desprestigiada, y cuyos arquitectos se encuentran aún en las sombras, encubiertos, impunes, revelando una pequeña facción de sus tentáculos, cada tanto, como sucedió con el padre de la chica.

Si bien este ya había enfrentado una investigación interna años anteriores debido a inconsistencias en documentos que registraban el ingreso de algunos artículos en el puerto, nada de ello fue suficiente para preocuparse por eventos de mayor escala, así que permaneció indemne.

El mal funcionamiento de esta institución otorga razones suficientes para considerar su continuidad a través del análisis crítico que corresponde, diluido, extraviado en el morbo de los medios de comunicación, quienes tienen la responsabilidad social de ejercer la observación de lo que acontece.

Hace tiempo en Colombia, en muchos casos como éste, los medios dicen con apremio la verdad, pero la verdad que mejor encaja en el espectáculo colectivo.

Y ya para el momento de estas líneas, unas semanas después de lo ocurrido, los nombres de la chica, el de su padre y de otras personas en este escándalo de corrupción se han desvanecido del panorama noticioso. Se han olvidado en el pasado como recurso agotado, sin la efervescencia causada por un Lamborghini, unas joyas, unas fotos en algún lugar del mundo.    

*Estudiante de Filosofía y Humanidades de la Universidad del Norte. La información suministrada por los columnistas no representa la opinión del medio.

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