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Por: Wilbert Daw | Foto: Especial

Es obvio, el fútbol no puede vivir sin una madre.

El fútbol es un mar de emociones indescriptibles. Emociones que son provocadas por 22 jugadores que corren tras un balón en una cancha. Pero los protagonistas del fútbol no necesariamente están en el terreno de juego. Desde el jardinero que corta el césped hasta el vendedor que va anunciando alguna comida o bebida hace parte de este espectáculo.

Sin embargo, hay un ser que siempre está allí presente. Uno que mucho se nombra, pero que poco aparece. Aquel al que todos le guardan cariño, pero que sin pensarlo también le hacen daño. Es obvio, el fútbol no puede vivir sin una madre.

La madre alimenta los sueños del niño. Si éste quiere ser astronauta, ingeniero, conquistador de mundos o presidente interplanetario, ella intentará ser su fan número uno en todo lo que haga.

Si el niño decide seguir el tortuoso camino de convertirse en futbolista profesional, ella toma dos opciones: O lo apoya en primera fila o por la angustia decide implorar a un ser divino que por favor no le vaya a pasar nada malo a su retoño.

Dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer. En el fútbol, aquel refrán se cumple a carta cabal, pues detrás del futbolista casi siempre hay una madre apoyándolo e invitándolo creer en sus sueños.

Y vale aclarar que el término madre no se remite únicamente a las progenitoras, sino a las tías, abuelas, primas o cualquier mujer de la familia que, por cualquier causa, motivo razón o circunstancia, tuvo que ejercer esa función en la vida del futbolista.

A veces, el vínculo entre una madre y su hijo puede más que cualquier logro deportivo. Pregúntele a Jan Ceulemans, un extraordinario delantero belga que en 1980 recibió una oferta para unirse al AC Milán italiano por 2,5 millones de euros.

Sin embargo, Ceulemans rechazó la proposición porque su madre le dijo que mejor siguiera su carrera en el Brujas de su país, equipo con el marcó 191 goles en 411 partidos. Un buen muchacho.

Otras en cambio, creen que con el nombre empiezan a colocar la primera piedra del futuro de sus hijos. Así lo hizo Guiomar de Oliveira, que cuando tuvo sus primeros tres retoños se encontraba leyendo el libro La República de Platón y bautizó a sus hijos como Sócrates, Sófocles y Sóstenes. Sócrates, en vez de filósofo, se convirtió en un ícono del balompié brasileño con alta actividad política.

Para cuando Sócrates tuvo su primer hijo, éste le que quería colocar Fidel en honor al revolucionario cubano Fidel Castro. A su madre le pareció que ese nombre era una carga pesada para la criatura que venía en camino, pero Sócrates contestó: “Madre, mira lo que me hiciste a mí”.

Incluso el amor hace que las madres unan sus sueños con los de sus hijos. Eso impulsó a Micaela Lavalle a fundar al Junior de Barranquilla un 7 de agosto de 1924, ya que los jóvenes del barrio donde habitaban no tenían espacio en otros clubes, entre ellos sus hijos Marcos, Gabriel y ‘Juancho’, quienes empezaron sus carreras en el por aquel entonces Juventud Barranquilla y se consolidaron después como primeros ídolos de la escuadra ‘Currambera’.

Pero hay ocasiones en las que recordar a la madre de alguien en un contexto deportivo no significa necesariamente que sea una bonita remembranza.

Es común ir a un estadio de fútbol y encontrar más de mil insultos a la progenitora de algún jugador, técnico, árbitro, comentarista o incluso con algún mortal que tienen la mala fortuna de ser usado como desquite del furioso hincha.

Es increíble como el fútbol hace que, de pronto, nos olvidemos de todo, incluso de que tenemos madre. Con razón varias sufren cuando ven a sus hijos jugar, porque saben que ellos no solo se tienen que tragar los insultos, sino también los de sus mamás.

Hay unos que no se aguantan como el francés Zinedine Zidane, que poco le importó que estuviera jugando la final del mundial de fútbol de Alemania 2006 ante Italia y atacó con un cabezazo al central Marco Materazzi, de quien se dice le lanzó un improperio contra su madre y hermana, algo que Zidane no estaba dispuesto a dejar pasar.

Ni qué decir de las madres de los árbitros. Esas sí que deben ser de hierro. Eso de que los árbitros nunca pierden o ganan es una vil mentira.

Como diría Eduardo Galeano en su libro El fútbol a sol y sombra: “Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro está obligado a perseguir la blanca pelota que va y viene entre los pies ajenos. (…) Cuando la pelota, por accidente, le golpea el cuerpo, todo el mundo le recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota rueda y vuela, él aguanta insultos, abucheos, pedradas y maldiciones”.

A pesar de todo eso, la connotación de la palabra madre sigue más latente que nunca en el mundo. Hasta hace muy poco, Christian Martinoli, un famoso narrador argentino-mexicano decretaba las siguientes palabras tras el triunfo de los ‘Aztecas’ ante Alemania en el pasado mundial de Rusia.

“En el día del padre, México le dio en la madre a Alemania”. Con esto, queda más que claro que el folclor del fútbol acoge a nuestras progenitoras de todas las formas posibles.

No importa si vivimos en Colombia, Venezuela, México, España, Francia, Egipto, China, Burkina Faso, en la isla de Gilligan, etc; la madre seguirá siendo parte del balompié.

Ni siquiera el deporte más popular del mundo como el fútbol puede desligarse completamente de ese cordón umbilical que, aunque se corte en el nacimiento, sigue presente como un lazo invisible e inexplicable con ese ser que nos dio la vida o que no nos la dio, pero sí nos otorgó un sentido por el cual vivir.

Por eso, hoy en el día de madres que se celebra en gran parte de nuestro país -Por alguna curiosa razón, en la ciudad de Cúcuta se celebra el último domingo de mayo-, queremos desde aquí rendir un homenaje con estas letras a aquellas que, a pesar de todo, siempre estarán con nosotros apoyándonos y decirles que el fútbol no es exento de ello y que sabe bien lo que significa el amor de una madre.

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