Foto: Presidencia de la República.
Hubo un tiempo en el que el discurso opositor al Proceso de Paz tuvo fuerza, pero ese no es el escenario actual. Esta es la historia de unas objeciones que nunca fueron, y de una paz que guerrera siempre será.
Como si la papa caliente Jesús Santrich no fuese suficiente, hace dos meses el jefe de estado de los colombianos presentó seis objeciones a la que sería la columna vertebral de la Jurisdicción Especial de Paz. El debate de los del sí contra los del no volvió a la vida. ¿Divide y vencerás?
La promesa del presidente era que el país se iba a unir en torno a sacar adelante los reparos. ¡Claro! Un país sin memoria, molesto porque no todos los excombatientes irán a la cárcel, levantaría su voz en contra de la ley que reglamentará el único tribunal capaz de conceder verdad, justicia, reparación y no repetición. El plan perfecto… que no resultó.
El primero de abril, Rodrigo Uprimny, respetado jurista e investigador, tuvo la oportunidad de dirigirse al Congreso. Desde allí, le pidió a Duque tener la grandeza de retirar las objeciones, o, en su defecto, que el Congreso sea quien tenga esa gallardía. Como era de esperarse, no fue el presidente quien asumió ese reto.
Cuando las objeciones fueron derrotadas en la Cámara de Representantes, el exjefe negociador del gobierno Santos con las entonces FARC, Humberto de la Calle, le pidió a Iván Duque que retirara sus observaciones como acto patriótico, para así evitar todo un desgaste en la agenda legislativa y jurídica del país. Lógicamente, de nuevo, el presidente no aceptó.
La búsqueda por los ajustes al estatuto principal de la JEP continuó hasta llegar al Senado, donde sus impulsores buscaron ralentizar el proceso y evitar un hundimiento ya anunciado. Discusiones importantes como el creciente desempleo del país y el Plan Nacional de Desarrollo se retrasaron, todo por la búsqueda de una supuesta “paz sin impunidad” que se oponía a lo proferido por la Corte Constitucional.
Hace apenas unos días el mismo alto tribunal que le había otorgado el visto bueno al Proyecto de Ley Estatutaria enviado al presidente tuvo la última palabra en este agitado tema: Se cayeron las objeciones.
La lucha casi liderada por inesperados personajes como Germán Vargas Lleras y Roy Barreras dio finalmente un merecido fruto: Doble derrota para el presidente Duque y sus aliados. Derrota en el Legislativo y derrota en lo Judicial.
Un grito de victoria y de festejo, casi tan grande como aquellos de independencia de hace dos siglos, fue el protagonista de la tarde-noche del 29 de mayo. Los defensores de la paz reiteraron su disposición para avanzar en el complejo proceso de reconciliación que este golpeado país necesita.
Sin embargo, del otro lado, los oficialistas también se manifestaron. Afirmaron que seguirían en su insoportable búsqueda de cambios en lo ya firmado, mientras que otros más extremistas llaman, y “le jalan”, a una innecesaria Constituyente.
La oratoria utilizada por el presidente Iván Duque, Néstor Humberto Martínez y el Centro Democrático sigue siendo la misma: “El Acuerdo de Paz no sirve, es un monumento a la impunidad”, como si todavía fuesen oposición a la presidencia de Juan Manuel Santos.
Al parecer, no se creen la idea de que ahora son Gobierno, son la cabeza del Estado. Entonces, ¿por qué seguir en la misma tónica, en la que —en palabras del senador Álvaro Uribe— se prefiere al guerrillero en armas?
Ya es hora de que cese el estancamiento causado por la indisposición del gobierno en construir sobre lo construido. Ya es momento de comprender que no es posible destrozar lo acordado ni entorpecer la búsqueda de la verdad detrás de más de cincuenta años de conflicto.
Es hora de unir al país. No en contra de un gobierno “culpable” de todos los males de hoy, sino a favor del establecimiento de una paz estable y duradera. Quienes tienen la obligación de cumplir con esa tarea necesitan avanzar. De lo contrario, serán siempre derrotados.