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Por: Sócrates

Gabriel Fuentes merece un tatequieto, y a través de él, todo el que juegue fútbol pensando en que  es válido hacerle daño al colega con el que se disputa la pelota. Porque es eso: un colega. Así haya quienes a ustedes los llamen “guerreros” o “héroes”, un futbolista no es sino eso: un futbolista. Es decir, usted es un señor que se gana su sueldo participando en un equipo de fútbol. Allí, es uno más en función del grupo para tratar de ganar un campeonato.

Quizás todo pasa por el lenguaje, que condiciona la forma cómo nos relacionamos con las cosas y los hechos. No, señores:  ustedes, en un partido, no se “están jugando la vida”, porque, incluso, si los eliminan, vendrán otros campeonatos; y si algo tiene el deporte es que da nuevas oportunidades,  y alistarse para ellas vuelve y alegra corazones.

Nada de “gladiadores”, ni “jerarquías”, ni “estrellas”, ni esas palabras que envenenan. Ustedes son profesionales que no salen a la cancha a entregar la vida ni nadie “tienen que matarlos” para que les ganen. Nada de eso: les ganan y ustedes siguen vivitos, y hasta pueden salir a parrandear.

Dejemos eso de las “jerarquías”, para otro tipo de escenarios institucionales: ustedes, a lo máximo, saltan al “terreno de juego” con algún tipo de ventaja si son mejores jugadores en lo individual, si están mejor preparados como equipo, y si están dispuestos en sólidos planes que ahora llaman estrategias. Y no son “estrellas” ni “astros”.

Lo del brillo es una metáfora, caballeros, porque algunos son vistosos y son mejores que los demás, pero eso de ser superior a los otros no es nada extraordinario: pasa en todas las facetas de la vida porque no somos estandarizados ni iguales. Simplemente jueguen bien, diviértanse, gánense su billetico sabroso, y lleven a pensar a los hinchas que ustedes los representan. Háganlo, así sea una mentira acomodada para llenar estadios.

Si ustedes, por un momento, tuvieran claro que están jugando, y que, fuera de eso, lo hacen en condición de adultos; se enterarían, de repente, de que es una estupidez, digna de prisión, eso de recibir con un codazo al colega, o pisarlo, o tratar de fracturarle la tibia para evitar un pase. Es un deporte, amigos, un juego: no un escenario de guerra donde no se necesita demostrar que son unos salvajes; porque se supone que son futbolistas, no cavernarios.

 

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