Por: Walter Consuegra Escobar.
Washington Magdaniel: “18.340 discos son el resumen de mi vida. Hasta ahora”.
Eran las 9:30 de la mañana. Un cielo despejado iluminaba a Barranquilla y se respiraba un aire fresco desde la ventana de un Chevrolet B70 de 1984, de esos tricolores con un letrero frontal de Puerto Colombia. Iba camino al centro de la ciudad porque tenía cita con Washington Magdaniel. Después de 2 semanas llamándole, me confirmó una cita, y no fue en su casa, ni en su oficina en donde atiende su clientela como contador público, sino en su tienda favorita de toda la vida: Discolombia. El santuario más antiguo de los melómanos del caribe, ubicado en la calle 37 entre carreras 43 y 40. Me bajé del bus antes de llegar al Banco Popular, en la carrera 44 con 38 y caminé entre los mercaderes y el caluroso ambiente del mercado popular.
A una cuadra de la tienda, se escuchaba un revoltijo de charanga, son, boleros y champeta africana. Retumbaban los altoparlantes de grandes establecimientos antiguos, con fachada desgastada y con espacios a lo largo de la calle que estaban repletos de estantes, vitrinas y repisas, con discos apilados desde el suelo hasta el techo. En un rincón de aquel almacén, posaba de pie el señor Magdaniel. Tenía en sus manos un disco con la etiqueta de Discos Fuentes; lo miraba de cerca acomodándose los lentes y analizaba el objeto como un científico a una muestra de ADN. Minuciosamente palpaba la textura y lo ponía en el plato del tocadiscos.
Magdaniel es un viejo de 65 años, es analítico, de pocas palabras, se le nota saludable y con una contextura atlética. Mientras sonaba la música se quedaba viendo lejos, se rascaba la cabeza, blanca de las canas y con inicios de alopecia. No lo interrumpí, pero apenas me vio, se alegró. Me invitó a sentar. “Escucha, esto no lo vas a oír en otra parte, este es el único disco que hay aquí en Barranquilla de esta versión”. Puso la aguja y sonó una especie de versión de Tantina, más conocida como “Satanás” del reconocido músico congoleño Lokassa ya M’bongo. Magdaniel gozaba como si se tratase de una aventura. Me dijo que tenía una colección de discos en su casa y que si quería, podía ir a verlos.
En una enriquecedora conversación sobre música, sentí corto el viaje hasta el norte de la ciudad, en donde estaba la casa de Magdaniel. Cuando entré, sentí ese mismo olor a biblioteca pública que proviene de la descomposición del pegamento, el papel y la tinta. Pero esta vez, no eran libros, sino estantes hasta el techo, con cientos de discos que presentó Magdaniel como su tesoro más grande. Con un estilo casi ritual, delicado y orgulloso, el señor Magdaniel desplegó las puertas del estante de discos, como si fuese la presentación de la obra más grande de su vida. Me expuso su colección. “Yo no soy cualquier coleccionista. No soy de los que van a la tienda y compran cientos de discos para sentirse expertos en el tema. Hay una gran diferencia entre acumular y coleccionar. Yo crecí comprando música de acuerdo con la llegada de cada producción discográfica y los extranjeros que hacían encuentros para intercambiar”.
La profesión de coleccionar discos lps, más allá de reunir miles de unidades, consiste en un proceso de valoración académica de la música. Estudiar las distintas versiones, la calidad del sonido, conocer sobre contextos, historia de las orquestas musicales, y convertirse en un crítico, pero, sobre todo, un gran melómano que disfrute desmesuradamente de la música.
“Me acuerdo perfectamente a los 6 años del primer disco que coleccioné. Mi colección significa todo porque es prácticamente el crecimiento de mi vida desde el punto de vista musical. Yo no dejo de llegar a mi casa y hasta sobar mis discos”. hablaba el señor Magdaniel, mientras con sentido crítico se refería a los que dicen ser coleccionistas y no conocen el sentido único de esta profesión.
Mientras hurgaba entre sus estantes, buscaba un disco en un orden que él solo conocía. Parecía como buscar una aguja en un pajar, aunque para él significaba una aventura hacia los recuerdos de su vida. “Cuando comencé con esto de los discos, yo nunca pensé que iba a terminar llenando la casa de mi familia con todo esto, pero ahora comprendo que ellos siempre han sido parte de mi familia también, porque llego en cualquier momento y hago programaciones con mis hijas y disfrutamos un domingo”.
Magdaniel es un coleccionista reconocido en Colombia y respetado por los melómanos en Cartagena y Barranquilla por su gran colaboración con los eventos musicales en donde realiza curaduría de música y participa de los encuentros de coleccionistas. Ha tenido múltiples reconocimientos, medallas, menciones de honor y premios nacionales, pero hoy día él no alardea de eso, por el contrario, prefiere quedarse en casa programando la música para él.
“Para mí esto es un ritual. Lo he compartido con muchos y algunos me han fallado, se llevan un disco prestado o desprestigian el recorrido de uno como coleccionista. A otros les he compartido mi conocimiento y luego se quieren volver coleccionistas”. Según Magdaniel, un coleccionista no surge de la nada. Es un proceso de ir haciendo la colección coherentemente con las épocas que se vivan.
Durante el diálogo surgieron algunos apuntes sobre las nuevas generaciones, la industria musical contemporánea y los recién nacidos géneros musicales. Frente a esto Magdaniel cuenta independientemente de cualquier evolución de la música, un lp está hecho para durar toda la historia. “Una orquesta, por ejemplo, La Fania All Star, desarrollaba producciones discográficas que tardaban uno o dos años en terminarse, y así como tardaron trabajando, el resultado sigue siendo el mismo en la preferencia de la audiencia por esta música hasta hoy día”, precisó Magdaniel.
La profesión, el hobbie o el arte de coleccionar, es una atracción que lleva a los seres humanos a ligar sus sentidos con un objeto que los transporta hacia infinitas posibilidades de expresión humana. En un coleccionista como Magdaniel, es claro el panorama que responde hasta dónde puede llegar el deseo humano por poseer y recopilar objetos preciados que los satisfagan, que significa algo que más allá de juntar cosas y se convierte en una pasión que da vida, alimenta un hogar, apacigua las malas emociones y se vuelve cultura.