Que no se nos vayan más números. ¿Qué estamos haciendo para ver el suicidio a nuestro alrededor y aportar a su prevención?
Jhonnier Coronado nació en mayo del 2000, dos años antes que yo. Cursaba sexto semestre de Ingeniería en Sistemas, dos más de los que llevo estudiando Comunicación Social. 528 kilómetros lo separaban de su natal Tame, 301 kilómetros me separan de mi natal Valledupar. Consiguió un cupo en la Universidad Javeriana gracias a Ser Pilo Paga, programa al que logré acceder un año después de él. Nueve días luego del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, se quitó la vida teniendo diecinueve años. Perdimos a un joven ejemplar.
Estar solo en una ciudad más grande, con un ambiente extremadamente más agitado y un estilo de vida distinto en sobremanera, puede no ser la mejor experiencia. Es aquí donde podríamos empezar a preguntarnos cuáles son las causas de la decisión tomada por Jhonnier, pero ninguno de nosotros acertaría. Podríamos tener álgidas discusiones sobre estrés, soledad, tal vez matoneo, diferencia en clases sociales o mil motivos más, pero no podríamos desenredar el amplio nudo que se pudo formar en la mente de aquel joven. ¿Es que siquiera desatamos nuestros nudos?.
La OMS ha reportado que cada año se suicidan ochocientas mil personas, una cada cuarenta segundos. Es la segunda causa de muerte entre jóvenes de quince a veintinueve años. En Colombia se registraron 2068 casos en 2015, 10% más que el año anterior. Dos años después, el número de suicidios se incrementó un 11,3% con respecto al 2016. El primer trimestre de este año ya se habían presentado más de 590 casos.
Pero esos son solo números.
La misma OMS reconoce que el suicidio es prevenible y debe ser objeto de políticas públicas. Reconocer a las víctimas y sobrevivientes como personas, y no como un aporte más a cifras verecundas, puede ser el primer paso para la mejora de un problema de salud pública global.
Pueden ser clave pequeños detalles como, por ejemplo, contarle a la comunidad universitaria los diferentes canales de atención psicológica con los que cuentan. ¿Por qué la Universidad Javeriana, dolorosamente anfitriona de tan trágico suceso, no compartió en sus redes sociales los canales las formas de comunicación en las que sus miembros podrían ampararse? ¿No es esto igual de importante, o más, que postear con celeridad los datos del fallecido?
No obstante, no busco lanzar una crítica, pues en momentos angustiosos no es pertinente. Lo que sí es necesario es iniciar una conversación. ¿Qué estamos haciendo, como personas, como sociedad, como amigos, como compañeros, como universitarios, como jóvenes, para ver el comportamiento suicida a nuestro alrededor y aportar a su prevención? ¿Es pertinente que los medios informen que el estudiante “cayó” del edificio, y no que se lanzó?
¿Somos capaces de evitar y sancionar la estigmatización contra quienes buscan en el fin de su vida una salida a tan agobiante existencia? ¿Estamos hablando de suicidio antes o después de enfrentarnos a infaustas pérdidas? ¿Estamos escuchando a los sobrevivientes tanto como a quienes quieren partir? ¿Sabemos cuáles son las líneas nacionales de atención y prevención del suicidio?
Más de mil personas se unieron al acto que hubo en memoria de Jhonnier Coronado el 20 de septiembre en la universidad en la que estudió. Debieron ser más. Toda Colombia debió reunirse y elevar una oración solidaria, aun sin ser partidario de la fe cristiana, en favor de su familia y su alma, que ahora deambula —o tal vez siempre lo hizo— en un mundo desconocido para nosotros.
Como colombiano, como joven, como universitario, como pilo, deseo paz en la tumba de Jhonnier Coronado, aun sin conocer Tame, Bogotá, su familia o la Javeriana. Pero, más allá, también anhelo que nuestro país, nuestra sociedad, charle sin prejuicios sobre el suicidio y la magna importancia de la salud mental.