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Por Sócrates

Mientras el resto del país dio muestras de que la democracia, pese a todos sus vicios, arrojó resultados reveladores, expresivos del hastío y de la actitud libre, sensata y sincera; en el caso del Atlántico y Barranquilla, pareciera que no ¿qué tan cierto es asumirlo así?
Es posible: ni en el departamento ni en la ciudad hubo debate, porque las empresas electorales se la jugaron por algo que parece más propio del ámbito económico: las alianzas de conveniencia. Más allá de que los propósitos sean buenos o malos, deseables o inapropiados (podemos suspender, por ahora, ese aspecto de análisis), las empresas electorales siempre los tienen, y en el caso de nuestro territorio, las más poderosas hace rato que se pusieron de acuerdo para en vez de disputar (lo que sea) es mejor compartir.
Es como si en vez de pelearse la torta a ver qué bando se queda con ella, hayan resuelto que todos tienen derecho a un pedazo, y que, si se hacen las cosas “bien”, la torta puede crecer hasta el punto que, en un momento dado, el pedazo que le corresponde a cada uno equivale, como mínimo, al tamaño original de la torta. Una Barranquilla próspera y pujante, que jalona mucho dinero de muchas partes, y que genera gran admiración desde instancias superiores, podría ser esa torta en crecimiento. Lo mismo puede estar pasando en el departamento.
Hay personas que esto lo observan desde la desconfianza y el temor; y otras que lo miran con admiración. Hay personas que hacen lo uno y lo otro desde la sinceridad; y otros que lo hacen desde la hipocresía o desde el discurso interesado o adecuado. Entre las primeras, sobresalen algunas golondrinas que llaman la atención sobre la incertidumbre de un futuro lleno de ataduras y con restringido margen de maniobra presupuestal. Pueden estar diciendo cosas ciertas o por lo menos interesantes, pero el trabajo en contrario es muy fuerte:
Entonces, no hay permiso para pensar mal de lo que ha ocurrido en los últimos años. El margen para concebir que haya algo negativo o perjudicial detrás de esto es muy pequeño. No lo permiten las obras magnas, los arroyos que desaparecen, el portentoso malecón, la vuelta al río, el carisma del mandatario de turno, los parques, las intervenciones públicas agradables y oportunas, el elogio externo, los grandes eventos, nuestro Junior triunfal, etc.
Y buena parte de la prensa se alinea (por las motivaciones que sean, eso no importa) para minimizar lo que puede resultar malo, para desviar lo que pueda contaminar, para menospreciar la voz que clama en el desierto; para calificar de envidioso a este Juan: de resentido, tendencioso, peón, desinformado. O para poner al nivel de las nubes lo bueno, para volverlo titulares de primer premio de Baloto, para darle horas a lo que merece minutos, y darle metros a lo que con sus centímetros originales tendría suficiente.
Así es muy complicado.

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