Por: María Clara Posada
Andrea Echeverri es como la tortuga de patas rojas. Tiene el caparazón duro, es común y con poca importancia. Su labor enriquece nuestros ríos y biodiversidad, con su profesión de bióloga. Es resistente, tiene buen carácter y obediente. Su vida gira entorno a esta tortuga, es su favorita. Sin duda alguna, si pudiera reencarnar en un animal sería un morrocoy.
Un día del mes de marzo, caminando por el Rodadero, Santa Marta, Andrea vio a un señor que iba vendiendo hicoteas, al señor se le cayeron y la reacción del señor es algo que ella nunca olvidará pues este le dijo: “No, tranquila. Se pasan cayendo”. Al ver esta situación decidió comprar una y tenerla de mascota. Al llevarla a casa no se percató de investigar que clase de especie era la tortuga y cuáles eran los alimentos adecuados, por medio de un consejo de su madre le dio de comer lechuga solamente. La pobre tortuga después de una semana siendo vegetariana, muere. La pérdida de esta tortuga para Andrea fue algo muy doloroso, pues se había encariñado con ella. Después de esta situación, Andrea decide investigar la muerte de su animal y se da cuenta que esta tortuga es carnívora, la dieta que ella le dio, por desconocimiento, la llevó a la muerte. Desde esta historia empieza a crecer el amor por esta especie de tortugas y por tapar su culpa para ayudar a otras.
Mientras la vida le mostraba caminos por donde dirigir sus estudios, conoció una fundación que protege la vida de las tortugas marinas. El interés siguió aumentando. Se enteró de una beca en los llanos orientales para trabajar con tortugas, y con algo de temor, pero con la convicción de lo aprendido, decidió aplicar. “Lo máximo que me puden decir es: no”. Ganó la beca y en unas semanas estaba camino a los llanos orientales. Estuvo seis meses cerca del río Vita, a tres horas en carro del pueblo. Aprendió en campo todo lo que pudo y volvió a sus estudios.
Ya contando con la experiencia mencionada y en búsqueda de oportunidades, se le presenta una conversación de pasillo con su profesor de herpetología, experta en anfibios y reptiles, que le abriría una puerta diferente a la de estudiar tortugas.
“¿Usted qué va hacer?” le preguntó el docente. En ese momento, Andrea, tenía pensado en hacer prácticas relacionadas con tortugas marinas en el parque Tayrona. Sin embargo, el profesor le sugirió contactarse con el zoológico de Cali, que efectivamente tenía una vacante para trabajar con reptiles. Esto era un nuevo comienzo para Andrea, con nuevos retos, pero sin dejar a un lado su gran pasión por las tortugas. Con el tiempo dejó que otros animales también hicieran parte de su vida.
Su principal trabajo en el zoológico de Cali era criar lagartijas para tener protocolos de cómo contribuir con su crecimiento al momento que esta especia se extinga. Estas lagartijas eran parientes de unas lagartijas azules que se encuentran en peligro de extinción en la isla Gorgona. Sin duda alguna, lo resistente que fue su caparazón de tortuga, le permitió trabajar en diferentes áreas y de cada una de ella aprendió lo que necesita para cumplir sus objetivos profesionales. Al terminar este proyecto, se graduó como bióloga y empezó a buscar nuevos horizontes.
La llamaron para una entrevista en el zoológico de barranquilla. “había un ruple de hojas de vida”. Pero la única con experiencia en un zoológico era ella. En este trabajo ya lleva 10 años. Es la coordinadora de colección animal del zoológico de Barranquilla. Para ella no es necesario buscar otro trabajo que le permita saber de otros temas. El zoológico es cambiante, llegan diferentes problemas todos los días y está en constantes viajes a las diferentes capitales de la costa. El secreto de seguir en un sitio es seguir aprendiendo. “El problema es que cuando uno sienta que no tiene nada más que aprender, es porque creemos que ya lo sabemos todo y cuando sientas que ya lo sabes todo, ese día estás jodida”.
El amor por la naturaleza y los animales no es algo que la caracteriza solo a Andrea. Su familia, sobre todo su madre, le enseñó el roce constante con el medio ambiente. Cuando ella estaba pequeña, su madre tenía un grupo de montañistas con los que salía todos los fines de semana a conocer algún área protegida, a tal punto que ellos fueron considerados sus amigos de aventuras. Es como decir que Andrea llevaba ese gusto en su esencia “´pues yo tenía como eso en el disco duro”.
Logró enfocarse hacia más animales, no solo la tortuga de patas roja, si no que empezó a tener gran interés por mejorarle la vida a los animales del zoológico. La idea errónea de ir a sembrar árboles no basta para mejorar un ecosistema dañado. La restauración de hábitat degradado que le permita utilizar animales de tráfico que no tienen tanta función a que ayuden a crear un nuevo ecosistema.