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Por: Camila Guzmán.

Apasionado y con un inmenso amor por la naturaleza. Así es el padre Cyrillus Swinne, un sacerdote holandés de 73 años, cuya vocación desde hace muchos años gira entorno al bienestar de la naturaleza y el medio ambiente. Su amor nace y crece en su pueblo natal Flandes. Un pueblo rural cuyos paisajes llenos de flores de colores, frutos, hojas secas y troncos deshojados lo encantan, y el aroma natural del paisaje lo obsesionan. Pero su pasión por la naturaleza se impulsa también por la estrecha relación con su padre, un artesano que se dedicaba a la elaboración de zapatos en madera del árbol Populus. Un material que el mismo padre Cyrillus conseguía en sus largas caminatas por los coloridos alrededores del pueblo.

Mientras realizaba las caminatas para recoger madera, Cyrillus no podía evitar observar las florecillas de las plantas de Lino sembradas en los senderos del pueblo. Tienen un efecto casi que mágico en él, hacen que su admiración crezca y es por esto que, durante sus años más jóvenes, aún en Flandes, disfrutaba de la amplitud del patio de su casa o más bien, mini campo, pues estaba lleno de sembrados y variedad de plantas que lo entretenían.

Conforme pasa el tiempo, su amor por las labores ambientales y sociales crecen, lo motivan a generar cambios, no solo en sus alrededores sino en otros lugares. Por esta razón inicia viajes alrededor del mundo y se instala en la ciudad de Barranquilla, Colombia en el año 1977. Se da cuenta de que el panorama ambiental cambia, nota la gran diferencia del nivel de conciencia medioambiental entre su pueblo y la ciudad. En Barranquilla hay menos árboles, más edificios y mucha polución. El contraste lo impacta.  Estuvo acostumbrado a un espacio rural. Ya en el mundo urbano, empiezan a nacer ideas para cuidar al medioambiente.

Primero, se dedica a la siembra de plantas y árboles, para concientizar a la población sobre la importancia del cuidado de estos seres vivos, porque sí, para él las plantas son como los seres humanos, como inocentes bebés, tanto así que cada día sale de su casa por las mañanas y solamente camina unos cuantos pasos hasta llegar al espeso jardín para dedicarles tiempo. Habla con las plantas. Les pregunta cómo se sienten, qué necesitan y les recalca cuán grande es su amor por ellas. A las plantas, las llama sus hijas y siempre les habla, las analiza profundamente para determinar que requieren para mejorar, florecer o dar frutos.

En segundo lugar, empieza a extender aún más su jardín con hermosas plantas que le son obsequiadas semanalmente y que siembra, y otras que recolecta, él mismo. En su jardín tiene plantas endémicas de la Sierra Nevada de Santa Marta; como la manzanilla real, de pequeñas y amarillas flores. Propias de la región Caribe; como la cayena, con vibrantes colores. Al igual que algunas plantas exóticas, como la flor de loto que solo florece en las noches y que al amanecer cierra su capullo, entre muchas más especies.

Por último, para ambientar un poco más su jardín concreta su proyecto eco-ambiental que recrea de manera casi exacta el fino rocío que cae sobre la espesa vegetación de la Sierra Nevada, creando así un ambiente húmedo y prolífico para la flora de su rústico, pero funcional jardín.

Cuando el padre Cyrillus está en su jardín, su rostro solo refleja felicidad y satisfacción. Se queda maravillado ante tanta belleza y pureza. Amor es la palabra que describe sus sentimientos al ver a sus hijas, las plantas.

 

 

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