Por Valeskha De La Hoz
Ella cree que tiene que ser verde de la cabeza a los pies. Entonces; se pone un gorro verde, un camisón largo verde de botones hasta las rodillas, guantes verdes y botas verdes. Carga un accesorio: una caneca que también es verde. En el rostro, Canequìn, tiene una máscara blanca con la que oculta, en caso de tener una, su identidad.
Así se imaginaba hace diez años, la mente creativa e inquieta de Nayibe Carmona, a Canequín. Ella que siempre supo hacer con sus manos los deseos de su mente. Cuenta su hermana Olga que Nayibe era quien hacía las maquetas de la familia y en ocasiones le cosía ropa y accesorios a las barbies… con materiales reciclados. Por eso no fue sorpresa que Nayibe Carmona, una mujer de 52 años.
Hoy recuerda entre risas aquella época en la que era una niña que empezaba a estudiar en la Universidad del Atlántico licenciatura en biología y química. Siempre le gustaron los animales, como lo recuerda su hermana Olga. En ese momento estaba en una crisis extrema. Una vez intentado salir del campus, en medio de salones y pasillos, se perdió. Luego de minutos caminando, logró salir y tomar el bus. Otros días llegaba y encontraba protestas. Al final, ella y Olga lograron graduarse, muy jóvenes, del sistema de educación pública colombiano, y lo agradecen.
Y tal vez venga de allí la convicción de que se necesita construir un país mejor, y que la educación es decisiva en ese propósito. Empezó a enseñar a los 24 años. Sus primeros estudiantes eran muy contemporáneos, incluso algunos eran mayores que ella. Desde ese momento entendió que el buen trato y el respeto mantienen la disciplina en un aula de clases, porque nunca, ninguno de ellos le faltó el respeto.
Que hoy los niños de la Institución Educativa Distrital José María Vélaz la llamen ‘seño Nayibe’ es una bendición, dice. En algún tiempo fue una niña curiosa por conocer la naturaleza desde el patio de su casa. Un patio en medio del barrio La Esmeralda, lleno de árboles y vegetación, donde albergaba patos que ella misma cuidaba. La casa en medio de un barrio que en aquel tiempo empezaba como una invasión: con casas de madera y de cartón, calles de barro y llenas piedra. Para no ensuciarse de barro, los brazos de mamá eran el medio cada vez que Nayibe iba a estudiar.
Desde que terminó la universidad, siempre sintió interés por el medioambiente. Además de ser licenciada en biología y química, es especialista en planeación ambiental y gerencia informática. Pero más allá de la profesora, hay una mamá de dos adolescentes que es especialista en el hogar y en la preparación de un buen sancocho. Su fórmula mágica es buena presa y mucho amor.
En la mesa ella es el desparpajo en sí. Suelta un chiste ‘huesero’ cada tanto para amenizar la tarde. Camina por el pasillo de su casa, engalanado con fotos de sus hijos, hasta su patio y se escuchan ladridos. Tiene dos perros, dos morrocoyas y un loro. El amor por los animales sigue intacto.
Canequín viene de caneca
En una silla, con sus piernas cruzadas, reflexiona. Nayibe bebe encontrar la forma de que los estudiantes se interesen por el proyecto medioambiental. Piensa, piensa, piensa… y mirando una caneca verde en una esquina del salón donde está, le llega la idea.
-Ca-ne-ca … repite varias veces- Ca-ne-quín…
En medio del recreo en el patio del colegio José María Vélaz los niños corren, como cualquier niño en medio de un receso. En medio del caos y del ruido todos notan la aparición de un personaje. Una mancha verde que camina y se mueve por el patio, pero no habla.
Canequín no necesita hablar para hacerse entender. Solo con gestos los niños lo respetan y lo respaldan. Es una figura de autoridad. Canequín los guía a mantener las aulas y los espacios del Colegio limpios.
A los niños y niñas les intriga quién puede ser Canequín; y Canequín somos todos, es cualquiera que esté dispuesto a llevar el traje, y a asumir el reto. Le avisa a los niños que ya es hora de recoger los residuos y les recuerda cómo clasificarlos en las diferentes canecas para luego reciclarlos.
Es un desafío lograr que los niños del barrio Lipaya, quienes tienen problemáticas que son más relevantes como la violencia o la inseguridad, se preocupen por el cuidado del espacio en el que estudian y por el medio ambiente. Es un reto lograr un cambio de actitud frente al problema, un reto que Nayibe asume con orgullo.
“Se logra desde el afecto”. En ocasiones hay niños con vacíos emocionales por problemas familiares que encuentran en el proyecto de la ‘Profe’, un refugio, una oportunidad de sentir que pueden aportar algo al mundo, de que pueden transformarlo en un lugar mejor.
La vida la premió de forma inesperada. Cuando ganaron el Premio Mi Colegio Limpio entregado por Triple AAA, nadie se lo esperaba. En una reunión le informaron que su colegio estaba entre los cinco mejores proyectos ambientales. Hasta ahí, ya todo era ganancia. Luego le pidieron a ella y a los niños involucrados en el proyecto contar quién era Canequín. Entusiasmada, contó todo lo que sabía de aquel personaje que se había convertido en su mejor amigo.
Esa tarde la llamaron para darle la buena noticia. Su proyecto, aquel que había desarrollado ella misma con apoyo de los niños, había ganado. Sin embargo, para ella el verdadero premio sigue siendo ver cada día como niños y niñas se motivan a seguir impulsando el proyecto; como Canequín forma parte de la cultura de su institución y como siempre los niños están al servicio del cuidado de la naturaleza. Espera que muchas más personas interioricen la idea de que todos somos Canequín, aunque no llevemos siempre el disfraz.