La idea de que las FARC se conviertan a partir del 1 de septiembre en un partido político para todos los efectos (lo cual implica que sus candidatos entren en la competencia por puestos en el congreso e incluso por la presidencia), ha generado controversia en la sociedad colombiana.
Se tiene el imaginario de que un grupo insurgente nos va a conducir hacia una realidad precaria, como la que está viviendo nuestro país vecino, Venezuela. Pero en un país como Colombia, donde las caras de la izquierda en el congreso son cada vez menos, los representantes de las Farc no encontrarán mayor respaldo para sus propuestas.
Quienes han vivido de cerca los horrores de la guerra: secuestros, torturas, asesinatos, desplazamientos forzados, mutilaciones, falsos positivos, etc. Son los primeros que prefieren ver a los exguerrilleros haciendo política, en lugar de a sus familiares desaparecidos o muertos.
Colombia no es un país fácil de manipular. Lo cual se ve reflejado en la votaciones por el sí y el no al plebiscito, y en no elegir a Uribe por tercera vez. Quizá resulta más atemorizante una persona que quiera permanecer en el poder por mucho tiempo, a un grupo que busca defender sus ideas y perpetuar cambios en la sociedad.
El desarme de las FARC es un paso grande para nuestro país. El programa de reintegración de víctimas. Los menores pertenecientes al grupo insurgente acogidos por UNICEF. El apoyo internacional que ha llegado de diferentes países, son factores que ayudan a mejorar la imagen de Colombia ante el mundo.
Permitirle al grupo guerrillero la creación de un partido político, era una obvia consecuencia que traería el proceso de paz. Para lograr que se desmovilizaran, era necesario darles la posibilidad de tener participación política, espacio por el cual lucharon y causaron temor en los colombianos por más de 50 años.
Lo anterior, no significa que la violencia en Colombia se haya terminado. Queda la batalla contra el narcotráfico, contra la intolerancia, contra otros grupos armados, contra el machismo, contra la delincuencia, entre otras más.
Mientras la sociedad no le de valor a las leyes, el estado no esté presente en numerosos sectores y regiones del país, y el sistema judicial siga siendo débil, seguimos estando lejos de lograr la anhelada “paz”.