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Por: Javier Franco Altamar

Ismael Escorcia Medina, el creador del disfraz del Descabezado, llega el próximo 17 de febrero a sus 90 años de edad. Él aspira a pasarla bien, en compañía de sus familiares y amigos, como es lo más natural; pero Wilfrido su hijo, el heredero del disfraz, el que como reconocimiento fue escogido como Rey Momo del 2009, tiene otra cosa en mente.

No importa que sea lunes. Incluso es hasta mejor, dice él. No se sabe todavía hasta dónde llegará esa celebración, pero el programa comienza a las 2 p.m. en el Museo del Descabezado en el barrio El Santuario, carrera 7H con calle 47. La idea es que lleguen todos los que quieran y saluden a don Ismael, se tomen una foto con él: lo que quieran. “Es un homenaje al viejo”, asegura.

El ambiente será de folclor y baile. No faltará el traguito al que don Ismael no es ajeno, “pero siempre medido”, dice ahora el Descabezado original mientras arma un esqueleto de alambres. Es el armazón de un disfraz para un nuevo miembro del equipo. Ese día, agrega, él presentará en sociedad una nueva cabeza de Quentín Tarantino, en reemplazo de la que el año pasado lució su hijo en una parodia con ocasión del Festival de Cine de Barranquilla.

“Mejor dicho: Tarantino estará presente en el cumpleaños del viejo”, señala Wilfrido entre risas. Recuerda, entonces, la polémica generada por lo que al final resultó un homenaje al Descabezado en el lanzamiento de ese Festival: no se dio la anunciada aparición del afamado director.

Todo lo que el Descabezado representa y muestra en el Carnaval lleva la impronta de Ismael Escorcia, que si bien ha delegado la mayoría de actividades en Wilfrido (representante legal y director del Disfraz) se mantiene al frente de la elaboración de los disfraces. Su “taller” favorito es el patio de su casa, a la vuelta del Museo, carrera 8 con calle 48.

Allí permanece rodeado de nietos y sobrinos que le ayudan con lo uno y con lo otro. El cabello blanco y lacio, peinado hacia atrás, es escaso, pero cubre todavía gran parte de la cabeza alargada. Trabaja en camisilla, pantalón café recogido a media pierna y en chancletas. Está en una silla de madera. Sus manos están aferradas al armazón de alambre dulce que ya toma forma.

A su lado, está la modista Aida Arango, quien a partir de este año será la encargada de confeccionar la enorme vestimenta de cada disfraz nuevo.  Reemplazó a Cleotilde Camargo, quien durante 20 años acompañó a dos Ismael, hasta su fallecimiento el año pasado. “Hay que tomar bien las medidas, sobre todo de la sisa, que no es la normal. Esto es como coserle a un gigante”, dice ella.

Don Ismael no deja de sonreír ante cada ocurrencia, ni tampoco deja de explicar cómo se le ocurrió ese disfraz a partir de tres situaciones:

La primera, las amenazas permanentes de su madre sobre que se lo iba a llevar “el burro sin cabeza” si no almorzaba.

La segunda, que, de niño, en su natal Calamar (Bolívar), solía jugar a orillas del río Magdalena y un día, vio pasar cadáveres mutilados, la mayoría sin cabeza.

La tercera, que en esos ires y venires entre Calamar y Barranquilla (a la que solía venir a menudo) un día vio un avance de película en un cine de barrio y, entre las imágenes, apareció un hombre sin cabeza. “Era de los Tres Chiflados. Fue un truco de cine, pero la cosa fue bien distinta cuando hice el primer disfraz”, recuerda.

El elemento que unió todo esto en el disfraz fue el asesinato, el 9 de abril de 1948, del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. Le dolió tanto el crimen (su familia era liberal) y la violencia ulterior, que ese día se fijó como tarea hacerle un homenaje a Gaitán, a las víctimas de la violencia y a los muertos de la masacre de las bananeras.  El disfraz, de hecho, luce la elegancia de saco y corbata que identificó a Gaitán. “Se me ocurrió a finales de 1953 y lo saqué en 1954”, dice, y recuerda que todo fue muy divertido: gente corriendo, riéndose…

Llevaba, entonces, una cabeza de trapo y desperdicios en una mano, un machete de madera en la otra, y se había armado una vestimenta a partir de colaboraciones de amigos y de compañeros de las Empresas Públicas Municipales (EPM) donde llegó a trabajar en su juventud. “Me rellenaba la barriga con trapos, con almohadas. Ya después, cuando vino la esponja con que ahora el armazón; y el icopor (poliestireno expandido), material de las cabezas. Todo eso facilitó las cosas”, señala.

Un año después, le incorporó al disfraz un mecanismo de mangueras pequeñas que, adaptados a un recipiente plástico, permite que el descabezado lance “sangre”. Lo hace por una supuesta arteria seccionada del cuello expuesto. Bajó el disfraz, el Escorcia de turno (ya hay cuatro generaciones garantizadas) lo impulsa soplando.

En la memoria de don Ismael palpitan todavía las tensiones en Calamar, porque ser liberal no era fácil en un pueblo dominado por conservadores. Esas tensiones, recuerda él, motivaron a su mamá huir con él y sus dos hermanitos hacia Barranquilla.

Cuenta él que fueron acogidos en la casa de una amiga y a su mamá le tocó emplearse como muchacha de servicio. Y a los 12 años, en medio de las dificultades, él tuvo que dejar de estudiar y se puso a trabajar para ayudarle a su mamá: llegó a ser pintor de carros.

Han pasado muchos años, desde entonces, muchos. Los últimos 30, con centro de acciones en el barrio el Santuario. Y por lo que se aprecia, él no parece interesado en abandonar su sitio al pie de sus descabezados.

Quizás no luzca el día de su cumpleaños la indumentaria completa, pero si un gorro alegórico con una estrella al centro. Sobre el gorro, estará un Descabezado en miniatura, luciendo su banda de Rey Momo del 2009. Llevará una camisa y unos zapatos pintados, pero nada más.

Estos carnavales, asegura, los pasará en su entorno, donde lo reconocen y aprecian. Y ya tiene la respuesta para quienes le preguntarán por la edad, por las razones por las cuales ha llegado tan lúcido y vigente a sus primeros 90:

“Cuando niño, yo tomaba mucha leche directo de la teta de la beca. Esa es una- -dice-. Soy de un pueblo por donde pasa el río Magdalena y el Canal del Dique. Eso quiere decir, buen pescado acabado de coger. Son principios. ¿Lo demás? El cuido. ¿Por qué? Si usted no se cuida, no dura. Ahora, siempre con la fe en Dios, porque todo lo que yo hago, tengo de presente a Dios…”

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Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co