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Por: Alejandra Isabel González

Un señor se acerca a preguntar a una caseta de metal pintada de azul, si hay la raíz anamú. Dentro de la caseta donde cuelgan bolsas que contienen matas, se asoma una señora de baja estatura, ojos café,  cabello castaño claro que deja entrever algunas canas, la piel morena quemada por el sol, y arriba de su boca del lado derecho se posa una pequeña verruga, lleva un delantal rojo, y cangurera negra y en los pies medias con sus crocs, para que no se ensucien tanto los pies.

Sale de entre el romero, el achiote, la menta, el azufre, el estropajo y demás plantas naturales y le dice que sí, que sí tiene, que cuánto va llevar, ¿2000?, ¿5000?, ¿cuánto necesita?, coge un puño de unas ramas que a simple vista podría ser una mata cualquiera,  la parte en dos partes y la mete en una bolsa de plástico negra, la entrega al señor y este le da 2000 pesos que ella guarda en la cangurera , y comienza a barrer el sucio que hay en el puesto de hierbas. La señora es Luz Marina Rey, y es una yerbatera  que lleva 30 años vendiendo plantas naturales en una caseta azul ubicada en la carrera 43 con calle 35 en pleno centro de Barranquilla.

Luz llegó a ese oficio gracias a la enseñanza de quien fuera su pareja en ese entonces. Poco sabía de las propiedades medicinales de las plantas, pero ahora las recita de memoria. Eucalipto, ruda, albahaca, hierbabuena, menta, manzanilla, cola e´ caballo, cruceto, aromo, rompesaraguey, limoncillo, estropajo, chuchuguaza, mapa andrea, plateado, yerba santa  y la lista es infinita. No sabe a ciencia exacta cuántas plantas hay distribuidas en las canastas alrededor del local y colgadas en el techo, pero cualquiera que llegue a preguntar por alguna, tendrá respuesta, para qué sirve, qué es y la posología indicando si de algún mal desea curarse. 

Se pone las gafas de montura de aviador y me enseña fotos de sus tres hijos, una mujer y dos varones. Los “sacó adelante”, como dice el adagio popular, con ese pequeño negocio que no es tan grande como uno podría imaginar y alberga tantas cosas como el espacio lo permite. Una pequeña estantería de vidrio está en una esquina sobre la cual hay frascos de miel de abeja pura, pomadas de marihuana y coca, algunos pedacitos de jengibre y matas y más matas.

El local antes estaba ubicado en  la calle, pero un gran arroyo arrasó con todo cuando Luz estaba embarazada de seis meses de su último hijo, hace 25 años. Ahora el “chuzo”, como lo llama, lleva 12 años ubicado sobre la acera y amarrado, para darle más soporte y evitar que pase otro evento parecido. Es de su propiedad en concesión con la Alcaldía, aunque hay un proceso de reubicación que espera que no pase, porque “allá metío uno se muere de hambre, no llega nadie”, y puede que sea verdad, porque al ser uno de los primeros puestos y tener accesibilidad al público, siempre es frecuente ver a personas llegar a preguntar por esto y aquello, como el señor del anamú y otras más que vendrán a preguntar por algo.

Mientras tanto, Luz esperará a quién aconsejar, porque es una yerbartera pero no cura mal de amores, su amor son las plantas.

Foto: Alejandra González

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