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Por: María José García Pinto. 

Mucho se ha dicho sobre el infame Covid-19 y aunque cada persona vive este proceso de manera distinta, hay una historia poco contada, aquella sobre la intimidad de los que arriesgan sus vidas por el resto de la sociedad. Sin duda alguna la necesidad de afecto y contacto físico se ha vuelto cada vez más solicitado, pero ¿qué pasa por las mentes de aquellos que se enfrentan al virus cara a cara? y más aún, ¿qué es lo que ocurre cuando regresan a sus casas? cuando la incertidumbre de ser ellos los transportadores de este virus a sus seres más queridos  se convierte en un leve susurro y la espera es la única opción. 

La anestesióloga Claudia Castaño Ayala tiene 45 años de edad y una carrera tan larga como provechosa en su disciplina, lleva ejerciéndola hace más de 20 años y hasta el momento no se había enfrentado a una situación igual. Desde la llegada del primer caso de coronavirus al país, el 6 de marzo de 2020, ya ha atendido directamente a 3 pacientes infectados en el Hospital Universitario Mayor Méredi. Mientras cumple con su deber y procura mantener la calma al trabajar, su mente se traspasa a su hogar en Bogotá, en el cual vive con su madre, Elcy Ayala, quién hace unos meses logró vencer un cáncer en los ovarios. 

Claudia no duda dos veces en afirmar que el miedo por ratos se le inunda por los huesos, sin embargo, a diferencia de muchos su vulnerabilidad no puede salir a flote tan comúnmente, ya que son los médicos los que más seguros deberían hacernos sentir. Se lava las manos cada vez que tiene contacto con algún objeto o persona dentro del hospital y estas mismas manos, que solían ser suaves y rosadas alguna vez como ellas las recuerda, se encuentran ahora resecas y pálidas como un papel. 

“Vivimos en dos apartamentos distintos dentro de la misma casa” afirma Elcy, la madre de Claudia, intentando darle un toque cómico al asunto, cuando es evidente que a pesar de tener a su hija cerca todavía, la extraña más que nunca. Cuando en las noches se encuentra en el hospital le cuesta conciliar el sueño y su único consuelo en esos momentos tan complejos es rezar un rosario a la virgen María Auxiliadora, de la cual ha sido devota por años. Lo único que queda ahora de aquella madre e hija tan cariñosas como se les conoce, que jugaban a las cartas los fines de semana es ahora largas videollamadas o llamadas telefónicas separadas por una pared de escombros o despedidas desde lo lejos por las ventanas, cuando su hija se va a trabajar. Ahora, el único túnel de carne y hueso entre las dos es Juan Carlos, el esposo de Claudia.

Con la noticia de las 2 primeras muertes de médicos por el coronavirus, Claudia se encuentra más precavida que nunca, aunque en el hospital donde trabaja cuenta con los equipos requeridos no vaciló dos veces en comprarse trajes y máscaras para una extra protección. Lava y desinfecta con alcohol 5 veces al día su hogar y si llegara a necesitar algún alimento le escribe por mensaje de texto a su esposo para que se lo traiga. Considera que tristemente, ha comenzado a prepararse mentalmente para que tarde o temprano algún miembro del círculo cercano de su familia muera a causa de esta pandemia, “tal vez es una manera muy fría de pensar, pero nosotros los anestesiólogos tendemos a ser más un poco más racionales” confiesa tranquilamente, sin embargo, no se imagina que algún día esa persona podría ser su madre, eso es tan solo una locura.

Para Claudia y Elcy los días sin duda alguna ya no son los mismos, sus vidas se han tenido que replantear casi que por completo y nunca llegaron a imaginarse en una situación de semejante magnitud, estando tan juntas pero a la vez tan separadas. Y, sí así dependiera, alguna de los dos tendría que mudarse del apartamento, pero hasta el momento para las dos esa no es una opción.

El Covid-19 sin la menor duda ha cuestionado universalmente áreas de la vida que no se tenían presente desde hace mucho. La simpleza de un sencillo abrazo, beso o un casual apretón de manos ha puesto de rodillas al mundo ante su extrema carencia. Podría suceder o tal vez no, que cuando todo esto acabe, esos actos ahora tan significativos se vean por todos lados. ¿Recuerdas acaso la última vez que abrazaste a un ser querido sin miedo alguno?

Melanny García cuenta con tan solo 23 años de edad y lleva laborando de enfermera desde que tiene 17, gracias a un permiso firmado por sus padres. Cursa 9 semestre de medicina en la Universidad Simón Bolívar, estudia de día y trabaja de noche con turnos de 12 horas seguidas. Hasta la fecha se encuentra laborando en la Clínica de la Costa, dónde se atienden dos pacientes con covid-19 y aunque sus días transcurren de manera monótona en su trabajo, no puede evitar confesar que ahora se encuentra más intranquila que nunca y, al igual que Claudia Castaño, aquellas manos que consideraba tersas y suaves se han vuelto secas y algo ásperas por el uso constante del jabón.

A pesar de que es consciente que en el instante que ingresa a su trabajo corre el riesgo de contagiarse de un largo número de virus y bacterias, sabe que es la única manera en la que podría pagarse sus estudios. Melanny se encuentra en el área de cirugías, lo que significa que está en contacto directo con distintos fluidos durante las operaciones en las que participa, por lo tanto, considera que hay una ventana abierta a que haya podido estar en contacto directo con algún contagiado sin saberlo. Pero mientras que ella cumple con su obligación, su madre, Elcy Margarita de 60 años se encuentra de rodillas orando hasta el cansancio junto a su esposo, Arturo García de 62 años de edad por la salud de su hija y la de su hogar.

“Me he vuelto más orante” afirma Elcy entre risas, a pesar de que siempre se ha considerado una mujer muy creyente. Es por eso que en el instante en que Melanny entra o sale por esa pequeña puerta en la sala de su casa empieza su rutina diaria de oración. Se levanta a las 6 de la mañana y a las 7 ya está preparada para asistir a su eucaristía virtual, a las 12 del medio día reza el primer santo rosario, a la 1 de la tarde se reúne con amigas de la parroquia a hacer plegarias por llamada telefónica, a las 3 llega el momento de la coronilla a la divina misericordia y ya empezando la noche, casi que a las 8, mira las charlas del padre Juan Ávila, el cura que conoce desde que fue el capellán del colegio de su hija y finalmente, para las 9 de la noche ora en pareja con su esposo. Está al tanto que eso podría parecerle una locura a cualquiera que lo supiera, pero es la técnica que hasta la fecha la ha calmado junto a su amado en esos momentos de ansiedad.

Pero Melanny no solo se enfrenta a la proximidad de la pandemia, también le hace cara al reto de la educación virtual en una carrera tan compleja como es la medicina y a veces se encuentra así misma frustrada por la complejidad de las temáticas. En ocasiones, después de que su padre la recoja del trabajo en los días que no tenga pico y plata (para que no tenga salir a coger un bus), llega con los ojos rojos y cansados por la falta de sueño, con el deseo de irse a dormir, sin embargo, le toca empezar a limpiar su uniforme, sacado de la bolsita de color rojo que denota en letras blancas “Clínica de la Costa” y aunque intenta no pensarlo tan seguidamente y busca concentrarse mientras estudia, siente por lapsos de tiempo, como todo ser humano, que el virus puede estar rondando muy cerca de ella y todavía no lo sabe. 

Melanny es consciente que si así lo determina la clínica, tendría que entrar en contacto directo con algún paciente con coronavirus, por lo tanto, ya ha ido comprando de poco en poco los elementos necesarios, si es que alguno presenta complicaciones y necesitara una operación.

 Tanto madre e hija extrañan sus largas conversaciones en las noches, donde compartían como había sido su día y se arregostaban la una a la otra hasta que por lo general, una de las dos se quedaba dormida. “Ahora tan solo quedan palabras en aire” comparte Elcy como un breve resumen de su día a día.

El coronavirus ha obligado al mundo ingeniarse maneras de simular ese contacto humano por otros medios. Sin embargo, muchos se encuentran en sus casas, con los distintos problemas que una cuarentena puede representar, pero sin saber de esas historias de aquellos héroes cuyas vidas se han puesto al borde por el bien de la humanidad y ahora más que nunca siguen siendo dejadas a un lado. Ellos permanecen en silencio, algunos alejados completamente de los suyos y otros con el miedo de ser el túnel de contagio para sus seres más amados. Sin embargo, si ellos no permanecen en calma, nadie más lo hará.

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