Por: Isabella Jaramillo Llano
Un frío escalofriante recorre mi cuerpo, me hace levantarme de un sobresalto de mi cama y me veo rodeada por cuatro gruesas paredes de concreto, sin ninguna ventana visible. La voz de una chica me hace redirigir mi mirada al fondo de la habitación “¿Cómo saldremos de aquí?”.
Por alguna razón, se que la conozco, que no es la primera vez que me hace esa pregunta y que tampoco es la primera que desconozco la respuesta, por más que deseara saberla. Camino hacia una puerta metálica y al empujarla produce un estridente chillido. Frente a mí se materializa un largo pasillo vacío con luces titilantes y me sobrecoge una sensación de incertidumbre. Aunque me domina ese mismo sentimiento, el calor que irradian mis ventanas de sol es lo que me despierta.
Mi habitación no es fría ni oscura. La pandemia me hace extrañar el sol y mi cortina se mantiene abierta. El precio del Kilovatio aumenta obligándome a reducir las horas en las que enciendo el aire acondicionado, tan necesario en una ciudad tropical como Barranquilla.
Es el día cincuenta y cinco del aislamiento obligatorio en Colombia, provocado por el virus del COVID-19. Siento que lo único que hace el encierro mas llevadero es escuchar al presidente declarar los finales de cada cuarentena en las noticias, pero 2 meses se me han hecho eternos, eternos como el pasillo de concreto de mis sueños.
Ya que la monotonía de los mismos días y noches, que parecen domingos, ha aumentado mi tendencia a la curiosidad, me dispuse a descubrir el porque de esas imágenes oníricas perturbadoras. No había mucho más por encontrar en los setenta y cinco metros cuadrados del apartamento que comparto con mi mamá, pero al parecer había territorio sin explorar en mi mente, afectada por el encierro.
Como cualquier millennial recurrí a Google por un posible significado a mis pesadillas, quería ir mas allá de las teorías freudianas, lo extraordinario del contexto actual lo amerita. El significado de los sueños, según la psicología Junguiana, fue la conceptualización que más se acerco a mi experiencia. Para Carl Gustav Jung los sueños son emanaciones simbólicas de nuestras experiencias vitales, y por ende las temáticas de los mismos pueden guardar ciertas similitudes entre persona y persona.
Hay actos y relatos que surgen de manera cotidiana y que se convierten en fuentes de inspiración para las ensoñaciones. Este fenómeno me permitió descifrar el origen de lo que me atormenta en las noches. Tanto las redes sociales como las noticias a las que tanto recurrimos, muchas veces impulsados por el aburrimiento del encierro, se ven inundas por un caudal de información del COVID-19.
Esas son las experiencias diurnas mas recurrentes, un contenido con un tinte bastante apocalíptico, fuente creativa de los sueños en los que siempre me encuentro huyendo de un enemigo desconocido e impredecible, palabras que siempre utilizan para adjetivar al Coronavirus en los noticieros. Espero no ser la única que esta procesando la cuarentena de esta manera.
Gracias a la presencia de esas narrativas en mis sueños pude desmentir la afirmación que tanto predicaba antes del inicio de la cuarentena, el veinticinco de marzo, “no creo verme muy afectada por el aislamiento, a lo mucho engordo”, tras haber despertado más de un día con el corazón acelerado puedo atreverme a catalogar mis palabras como ignorantes. Sin duda la pandemia ha calado hondo en mi inconsciente.
Me ha resultado complejo “redefinir los espacios”. Mi rutina consistía en estar en casa solo en las noches y verme rodeada por esas mismas paredes durante el día, se me hace extraño, incluso me resultan desconocidas, poco familiares. Me he dado cuenta de que debo reestablecer el significado tradicional de “hogar”.
Aunque en muchos diccionarios, se le denomina como el lugar donde vivimos, para mí llega a ser muchos espacios que difieren completamente de un apartamento. Al tener una naturaleza social llego a sentirme más yo en compañía de otros, y siendo hija única, de un núcleo familiar monoparental, las sensaciones de desequilibrio e irritación son de esperar.
A pesar de que mi familia es reducida (solo mi mamá y yo), las experiencias vividas en cuarentena han sido diversas. Contrario a mí, mi mamá siempre se ha descrito como “ermitaña”. Aunque la mayor parte de su día también lo pase por fuera de casa, el espacio que me resulta asfixiante es su único hogar. Dice que disfruta de la seguridad que le brinda. Por consiguiente, el confinamiento obligatorio no le ha representado mayor obstáculo.
La reformulación de los espacios de actividad humana le dio la oportunidad de hacer lo mismo con ella. Una madre soltera y trabajadora, que le gustaba imaginarse en casa cuidando de su hija, ahora aprende a cocinar y disfruta de prepararle el almuerzo. Una diseñadora industrial, que en realidad siempre quiso ser arquitecta, ahora tiene tiempo para hacer un curso de software de diseño 3D.
He tratado de adoptar esa actitud impasible que ha caracterizado el aislamiento de mi mamá “no pienses tanto en lo que extrañas o has dejado de hacer, piensa en las cosas nuevas que vas a disfrutar cuando este mierdero acabe. Te aseguro que todo se te hará mas llevadero”, pero como sucede desde que cumplí 15, cada invitación de mi mamá, mi cerebro “extrañamente”, la traduce en el comportamiento contrario.
En las madrugadas, tras decirme a mi misma que podre seguir disfrutando de la serie de Netflix al día siguiente y me dispongo a dormir, Morfeo se ve interrumpido por recuerdos y arrepentimientos: “¿Por qué rechacé salir a beber con mis amigos ese sábado, para quedarme en casa con mi pareja?”, “Pude haber disfrutado y prolongado aun mas las ultimas veces que tuve sexo con el”. Entonces me quedo dormida tras intentar recrear algunas de esas sensaciones en mi cuerpo.
Aunque no lo parezca, mi intención no ha sido sumirme en el negativismo. En un intento de resurgir de las cenizas, como el Fénix, busqué una manera de salir de mi zona de confort sin dejar la seguridad de mi casa. Como no muchos harían comencé mi primer trabajo, en medio de una pandemia.
Soy agente en un call center de telemarketing, no se si lo hice como consecuencia de hablar únicamente con mi mamá por más de un mes ya que, se convirtió en una actividad que busco evitar, pero esta labor llegó a afectarme más en una semana de lo que lo hizo la cuarentena en dos meses.
Insultos y burlas telefónicas, ocho horas diarias, seis días a la semana, no le resulta ligero a mi alma sensible. Mi consuelo para no renunciar tras tres semanas laborando ha sido el mantra: “para los clientes tampoco ha de ser fácil el encierro, espero estén mas dispuestos cuando esto llegue a su fin”.
Nada es certero estos días, lo único que se es que cuando dejemos de estar infectados hasta el tuétano (de virus y de desesperación) llegara una nueva generación, libre de las deficiencias que nos atormentan como sociedad y dotada con infinidad de nuevas habilidades. Por lo menos me podre jactar de que tengo nueva experiencia laboral, material para redactar guiones o historias fascinantes, inspiradas por mis pesadillas, y un respeto encontrado a los trabajadores de Bancolombia, que me llaman un mínimo de 2 veces por semana a ofrecerme tarjetas de crédito.