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Por: Leydi Perdomo y Yoleidys Moreno. 

En el encuentro académico titulado La mirada del Norte al conflicto y la paz colombiana, las maestrías en Periodismo de la Universidad del Norte-El Heraldo y de la Florida International University (FIU), conversamos con expertos y, a partir de todo lo aprendido en esta semana planteamos estas dos perspectivas. 

Cómo contar esta historia

Para los jóvenes que deciden estudiar Comunicación Social y Periodismo hay una regla de oro, la premisa base que nos inculcan durante toda la carrera: “entiendan la historia para hacer buen periodismo”. Es decir, se vuelve necesario conocer el pasado para contar la actualidad. 

Sin embargo, la primera pregunta que nos planteamos es cómo podemos entender la historia de un país que oscila entre la paz, la guerra y la reconciliación. Lo primero, para entender nuestra historia es mirar los hechos que nos han contado y dudar, porque quizá así no fueron. No podemos caer en el peligro de conocer una sola historia. 

Entender la historia del conflicto armado colombiano implicaría verdaderamente sumergirnos en el corazón de la tierra del olvido. Aquellas regiones donde las personas no saben si el mañana es posible. Si por la noche, mientras todos duermen, se escucharán los sonidos de las armas detonando. O si, en algún momento inesperado, les toque empacar la vida en unas maletas y unirse a la cifra de 8.036.014 de desplazados forzados por el conflicto, según el Registro Único de Víctimas. 

Lo que puede pasar desapercibido para muchos es que, en cada palabra de ese relato están los sueños de un niño que intenta ser niño mientras puede antes de cargar el peso de la violencia a sus espaldas; la mirada de fe de una madre, que con esperanza espera que el hijo que algún día les fue arrebatado, pueda regresar a casa.

Somos periodistas, sí. Pero también humanos. Y es el conflicto y el posacuerdo, uno de los temas que tocan la fibra más humana al ejercer esta profesión en Colombia porque, en el afán de hacer periodismo, también nos topamos con la intención de querer brindar ayuda por el sentimiento de empatía con la persona que comparte su historia a ti y al mundo. Quizá contando la historia ya estamos ayudando en algo: hacer memoria, necesario para sanar, al relatar la verdad que nos permite ser libres. 

Pero, entonces, ¿cómo es que los periodistas jóvenes se atreven a hablar de un conflicto armado que muchos, probablemente, nunca vivieron? la respuesta está en el anhelo de poder hacer memoria, aportar un mínimo granito desde el periodismo. Porque somos todo un país, una Colombia que mantiene esperanza, y es esa esperanza de un mejor presente, es lo que puede unirnos como sociedad. 

¿La paz para quién?

Como yo lo veo, esta es una paz construida para otros. 

Tenía diez años cuando vi por televisión que las FARC y el gobierno colombiano se sentarían en una mesa (literal) a hablar y tratar de concretar “la paz”. La paz significaba para mí, a esa edad, que la guerrilla dejaría las armas. Pasaron cuatro años, ya tenía catorce, cuando se firmó el acuerdo definitivo en La Habana. Pero pasó más tiempo para que pudiera entender la verdadera magnitud de este proceso de paz; tuve que llegar a la universidad para ello. Y concluí que al final los colombianos no alcanzamos a dimensionar ni a entender todo lo que conlleva ese proceso, y es porque tampoco se nos enseña o instruye sobre eso.

Entendí entonces que en esta paz interceden cantidad de actores como acciones, buscando unos beneficios individuales. 

¿Cómo así que la única intención no es solo la paz? No, aquí hay bancadas, hay política, hay intereses internacionales. Aquí se benefician algunos del conflicto mientras otros fingen buenas intenciones para sacar tajada de algún lado. 

Y aquí, sobre todo, incide más el vecino extranjero que el propio colombiano sobre la paz. El vecino estadounidense se ha entrometido antes del conflicto, en el conflicto (Plan Colombia), en el proceso (Paz Colombia) y en el posacuerdo (la lucha antidrogas). Y como yo lo veo, todo se reduce al mismo afán, remarcado desde la Guerra Fría, de extender su poderío a nivel mundial. Controlar, mantener el orden que le conviene.

Entre los años 70 y 80, Centroamérica enfrentaba un periodo de guerras civiles entre gobiernos y paramilitares derechistas, y grupos rebeldes de izquierda o comunistas. Estas guerras eran parte de las consecuencias de la disputa geopolítica y hegemónica de Estados Unidos contra la Unión Soviética. 

Nicaragua, El Salvador, Guatemala y Honduras padecían internamente esa batalla campal financiada por una administración estadounidense que se negaba a favorecer un posible proceso de paz hasta no erradicar cualquier brote de comunismo. Sin embargo, Costa Rica, que era el más exento de violencia, lideró un diálogo entre los presidentes de estos países y gracias a ello se estableció un tratado conocido como Acuerdo de Esquipulas que consiguió el cese de violencia y una mayor democratización en la participación política.

El ex presidente de Costa Rica, Guillermo Solís Rivera contrasta el conflicto armado centroamericano con el colombiano, donde la intervención e influencia estadounidense ha jugado un papel fundamental en la guerra y los posteriores procesos de paz. Centroamérica es un ejemplo claro de que la mayor decisión y acción debe ser tomada por quienes padecen del conflicto, sin esperar lo que opine o haga un extranjero, por más poder que tenga.

Pero en Colombia no pasa así. Aquí si Obama dice que apoya el proceso nosotros nos sentimos orgullosos y empeñados en ello. Pero si Trump se hace el de la vista gorda y solo habla de las drogas, giramos la vista y nos enfocamos en las drogas, porque es lo que él quiere y hay que complacerlo. Colombia es como un borrego, sumido en una deuda eterna con EEUU que lo condena a obedecer y a temer.

¿En realidad están construyendo algo que nos compete a todos y nos quieren hacer partícipes de ello o simplemente es una fachada bonita para buscar compradores e inversionistas?

Esa paz no tiene mucho que ver con mi vecino que perdió el brazo cuando unos guerrilleros entraron a su casa a media noche acusándolo de favorecer a los paramilitares, porque mi vecino ni siquiera se enteró cuando firmaron los acuerdos. La verdadera paz no es para mi papá, que aunque se beneficia de la restitución de tierras, votó al NO en el plebiscito. Porque la paz es más que un proceso donde se entrega dinero o tierras a unas víctimas con la esperanza de compensar el dolor. La paz es más que exterminar con glifosato cultivos de coca y entregar semillas de maíz a los campesinos para que se sostengan. 

Si los mismos colombianos no entendemos todo lo que involucra este proceso, entonces ¿para quién es la paz?

 

Somos una casa periodística universitaria con mirada joven y pensamiento crítico. Funcionamos como un laboratorio de periodismo donde participan estudiantes y docentes de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad del Norte. Nos enfocamos en el desarrollo de narrativas, análisis y coberturas en distintas plataformas integradas, que orientan, informan y abren participación y diálogo sobre la realidad a un nicho de audiencia especial, que es la comunidad educativa de la Universidad del Norte.

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