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Por: Isabella Visbal 

El sonido tan fuerte de las turbinas de los aviones acelerando y frenando la atormentaban. La interrupción era incierta, podía llegar en cualquier momento del día, sin pedir permiso o tocar a la puerta. Pero siempre el ruido que llegaba como truenos en medio de la tormenta, hacía que Nadia, de solo 6 años, tratara de huir.

Su manera de hacerlo era correr hasta llegar a la cama, esconderse debajo de ella y empezar a comerse desesperadamente las uñas. Vivir cerca del aeropuerto es, sin duda, lo que ha determinado sus traumas y comportamientos hasta el día de hoy. 

—Tener una casa aquí no es un sueño— asegura Elba, la madre de Nadia.

—Es una tortura porque allá se respira todo menos paz. Hoy en día, tengo problemas de audición y estoy segura que son producto de los años que viví en ese lugar— Es su respuesta a la llamada telefónica: cuando levanta la bocina y se le oye gritando: ¡No te escucho!

Sin duda, no se trata de cualquier sonido. Es de aquellos a los cuales nunca se logra acostumbrar por más que se escuche repetidas veces. Como la alarma del carro que suena cada vez, que, por equivocación lo tropezamos, o el sonido titilante del monitor médico que anuncia que se ha detenido el corazón del paciente, seguido de las palabras: ¿hora del deceso? 

El trastorno de ansiedad está muy ligado con el estrés postraumático. A lo largo de la historia, los estudios que se han hecho frente a este tema han sido después de desastres naturales como los terremotos, los tsunamis y los huracanes que, tienen un importante impacto negativo sobre la salud mental de las poblaciones afectadas. Los niveles altos de ansiedad se presentan en su máximo esplendor cuando algo desastroso y traumático toca a la puerta. 

Las palpitaciones tan fuertes de tu corazón que quieren gritar, el sudor frío inexplicable, la opresión en el pecho, los pensamientos constantes de preocupación y el temblor de tus manos que anuncia que algo no está bien, es una alerta de que algo en nuestro organismo está por cambiar. Esto es solo un porcentaje de lo que sienten las más de 260 millones de personas que padecen Trastorno de Ansiedad en todo el mundo. 

Aceptar para poder cambiar

Juan José, de 48 años de edad, se niega a aceptar que los síntomas que ha venido experimentado durante gran parte de su vida obedecen a los del Trastorno de Ansiedad. En una ocasión tuvo la oportunidad de encontrarse con el Doctor Felipe Ortuño, viejo amigo de la infancia, y llegaron al punto de la conversación en el cual abordaron su preocupación en la salud mental y sus tratamientos, especialmente en los de Juan José. 

En esta amena conversación, con una taza de café en la mano, Felipe, como le dice de cariño Juan José, le explica a su viejo amigo que los síntomas de dicho trastorno son como una sensación especialmente desagradable. Le aclara que los síntomas se pueden manifestar tanto físicos (palpitaciones, sudoración, temblor, sensación de falta de aire, opresión en el pecho) como psicológicos (miedo, sensación de muerte inminente, extrañeza, irrealidad). 

Juan José recuerda los momentos de su vida cuando los síntomas han aumentado, y es precisamente cuando se ha enfrentado a niveles altos de presión y estrés. 

Estos pueden aumentar a gran escala cuando se trata de situaciones extremas—son las palabras que dice Felipe, mientras sonríe con picardía. 

Nadia ha vivido con esto durante cuarenta años en Barranquilla. Afortunadamente los días de desespero cerca del aeropuerto terminaron. De ese desagradable momento solo quedan recuerdos y los traumas que hasta hoy en día se evidencian en su manera insegura de hablar y caminar. Sin embargo, no ha sido del todo afortunada debido a que, solo a la edad de treinta y tres años le diagnosticaron Trastorno de Ansiedad. Desde ese momento empezó con tratamientos clínicos para mitigar la sensación de angustia con la que cargaba durante todos estos años. 

Existe una ansiedad generalizada, que puede durar todo el día. Esta puede permanecer la mayor parte del día, la mayor parte de la semana, la mayor parte de las semanas. El cuadro se caracteriza por un nivel de ansiedad habitual, prácticamente normal, pero puntualmente durante un tiempo recortado, aparece una intensidad de los síntomas físicos muy elevada, superior al trastorno de ansiedad generalizada y una sensación psicológica de muerte inminente, sensación de que una desgracia puede suceder. Así lo explica el Doctor Felipe Ortuño.

Fuente: NeuroClass 

El avance que ha tenido se desmorona cuando enciende el televisor y en las noticias anuncian cuarentena nacional obligatoria, lo que se traduce en encierro y por supuesto ansiedad. Pero la ansiedad que muy bien conoce ella. 

Convivir con el trastorno

De acuerdo con información de la Organización Mundial de la Salud (OMS) los trastornos de ansiedad son los trastornos mentales más comunes. Se trata de un problema de salud mental que afecta a la capacidad de trabajo y la productividad.

La ansiedad es fisiológica, es un mecanismo normal de respuesta o un sistema de alarma que se activa cuando una persona percibe un peligro o una amenaza, sin embargo, cuando esta trasciende de tal manera que interfiere en la cotidianidad de la persona y en su funcionalidad psicosocial se constituye un trastorno. 

Ciertas experiencias de vida, como acontecimientos traumáticos (pérdidas, separaciones, desilusiones y cambios repentinos sea en el área laboral, sentimental, familiar o social), parecen provocar los trastornos de ansiedad, que si no son tratados y acompañados por un psiquiatra pueden traer consecuencias fatales. 

Combinar este trastorno con el encierro no da un buen resultado. Eran las 6:30 de la tarde, hora donde no es ni muy de día ni tampoco de noche. Viernes, el día más esperado por Nadia, donde termina su jornada laboral con éxitos y aspectos por mejorar. De repente entra una llamada que le desencadena una crisis de ansiedad. 

—Muy buenas tarde Sra. Nadia, le habla Kelly Ortega, asesora de su banco de confianza— con un tono amigablemente amenazador. 

—Buenas tardes señorita, cuénteme qué necesita— responde Nadia, mientras sus manos sudan y se acelera su frecuencia cardiaca. 

—La llamamos a recordarle que usted se encuentra en mora con 3 facturas de su tarjeta de crédito y debe cancelar la deuda lo más pronto posible. De lo contrario, los intereses subirán y sus beneficios se reducirán respectivamente— 

Un silencio incómodo responde a las palabras de Kelly. 

—¿Señora Nadia? ¿Se encuentra ahí? —

—Sí señorita, aquí estoy. Muchas gracias por la información, en los próximos días estaré realizando el pago— intenta responder con seguridad Nadia. 

Nadia cuelga su celular e intenta ponerlo en su escritorio. Su respiración se acelera y empiezan a venir los pensamientos de miedo y angustia a atormentarla. Sabe muy bien que en estos momentos los consejos que le da su psiquiatra para combatir estos síntomas de ansiedad se resumen precisamente en salir y entretenerse con lo que más le gusta: ir al centro comercial y pasear por los locales de ropa y calzado.

Hoy no puede salir y lo que ha utilizado como terapia para combatir su enfermedad se le sale totalmente de las manos. Empieza a caminar intensamente por todo su apartamento. Decide comer lo que le provoca en ese momento: pudín Gala con Pony Malta. Se come 5 de cada uno y cada vez que se come uno más su ansiedad aumenta. Este camino no parece el mejor. 

El día que prometía ser el mejor y más esperado de la semana se convierte en uno de los peores. El viernes se oscurece y se llena de desesperanza y temores. Claro que Nadia ha experimentado otras crisis de ansiedad, ella las conoce muy bien, pero esta es diferente, en esta está encerrada, envuelta de malas noticias y parece que todo juega en su contra. 

Estudios en la Universidad de Chile certifican que existe evidencia científica respecto a que los estados de encierro y cuarentena pueden provocar síntomas ansiosos, postraumáticos, paranoicos, obsesivos, además de confusión e irritabilidad. 

El mundo entero está atravesando por un momento histórico donde el encierro tiene que curar de alguna manera, lo que se creía incurable científicamente. 

Nadia ha completado 7 años combatiendo este trastorno con medicación, terapias psiquiátricas y buscando distintas maneras de distraer la mente. La sudoración fría parece no venir más, las palpitaciones no son tan constantes y los pensamientos de constante temor se disuelven en medio de tanta medicación. Su tratamiento lo comenzó muy tarde, cuando ya se había “acostumbrado” a vivir con el trastorno y pensar que era normal todo lo que experimentaba. 

Parece mentira que el esfuerzo de tantos años pueda verse en riesgo con tan solo una noticia, o más bien, con una medida: el aislamiento, el encierro, la cuarentena. 

Para el 25 de marzo las noches empezaron a cambiar. El sueño no viene en el mismo horario, es más, muchas veces ni siquiera viene. Las rutinas de ejercicio se han modificado y ya no se siente en la capacidad de hacerlo. Las preocupaciones, las noticias, el trabajo en casa, las hijas, la presión y sobre todo el no poder hacer lo que la ayudaba a mantenerse distraída, está intensificando los niveles de ansiedad. 

Las pastillas, las gotas y el estrés emocional de no pasarse ni un minuto más ni un minuto menos de la hora del medicamento, exige un acompañamiento riguroso cuando se trata de combatir esta enfermedad. No tener a alguien que te apoye en el área emocional complica el tratamiento, ya que esto no consiste en una fiebre evidente, manchones en la piel o mucosidad muy fácil de ver. Todo esto ocurre en la mente, cuando empiezan los pensamientos de miedo y pánico, los cuales no podemos identificar con nuestros ojos. 

Nadia es una persona que siempre ha sido exaltada por sus logros académicos. A la edad de 15 años se graduó de I.E.D. Alexander Von Humboldt, una institución para alumnos superdotados en la ciudad de Barranquilla. Inmediatamente empezó a estudiar medicina, se graduó muy joven también. Luego continuó estudiando, esta vez, especializándose como ginecóloga y obstetra. 

Tres días después de cumplir 18 años se casó con Julián, y en los próximos dos años tienen 2 hijas. A pesar de su profesión y de lo mucho que podría saber acerca de la ciencia, nunca identificó que lo que le pasaba era un trastorno mental que debía ser tratado por un especialista en el tema. Posiblemente, por el tabú que existe hacia las enfermedades mentales, tildando de “loco” a cualquier persona que decide ir a un psicólogo o a un psiquiatra, como en varias ocasiones le decían a ella cuando se veía interesada en lo que le sucedía.

Todo empeoró cuando Julián, el exesposo de Nadia, decide irse de su casa. Fue muy traumática su separación, ella no quería, pero él insistió. Vivieron juntos durante 12 años y en una ocasión tenían una fuerte discusión, donde ella le rogaba que fuera sincero y le dijera si existía otra persona, se le arrodilló y con lágrimas en los ojos le suplicaba que no se fuera, que todavía ella lo amaba como la primera vez. 

Él abrió la puerta, le gritó ¡A ti nadie te va a querer nunca!

Me prometiste que nunca me ibas a dejar sola Dijo ella.

Y él se fue sin volver jamás. 

Una vez más, empezó a experimentar la misma sensación de miedo y angustia que sentía cada vez que escuchaba el sonido fuerte de los aviones. La respiración aumentaba a cada segundo, como si se tratara de una montaña rusa subiendo a su pico más alto. El sudor frío en las manos, en la frente y en todo el cuerpo se hacía mas intenso. Y otra vez, lo que nunca falta, los rápidos latidos del corazón a la velocidad de la luz. 

Movida por el dolor y la desesperación, Nadia esa noche se tomó la mitad de un tarro de pastillas que encontró en la alacena y desconocía su procedencia. Otra vez estaba sola y perdida. El llanto era incontenible. Las lágrimas bajaban como cascadas de sus ojos, y la frustración de ver como su hogar se destruía desencadenó la peor crisis de ansiedad que jamás había vivido. En ese momento no se reconocía.  

Estudios del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía de México han demostrado que las mujeres son quienes más sufren de esta enfermedad. El trastorno de ansiedad es más frecuente en las mujeres, tiene relación con eventos estresantes y comorbilidades psiquiátricas, siendo la prevalencia anual en la población de 11,2%. Generalmente, en una casa quien se encarga de velar para que todo se encuentre “en orden” son las mujeres.

Son ellas las obsesionada con cada detalle, la limpieza, la disciplina, las responsabilidades, etc. Esto hace que, consciente o inconscientemente, tengan una carga emocional mucho más alta y provoquen barreras que vienen disfrazadas de trastornos mentales.

Fuente: National Institute of Mental Health

Era domingo por la noche. Como tenían por costumbre, Nadia y su familia (sus dos hijas y su esposo actual), decidieron pedir comida rápida por domicilio. Al momento de recibirla Nadia decide ir por ella. Entonces, el mensajero le estornuda fuertemente en la cara. Ella usaba su tapabocas, por supuesto, pero el temor y los pensamientos de un posible contagio empezaron a construirse en su mente.

Preguntas como: ¿será que me estornudó muy cerca? ¿y si él está contagiado? “yo no me puedo contagiar, mis hijas me necesitan” se repetía constantemente y un pensamiento la llevaba a uno peor. Así tan fácil pueden empezar a provocarse estos pensamientos, síntomas del trastorno de ansiedad. 

Muchas veces se tiende a relacionar el encierro con la soledad. Pero ese pensamiento ha cambiado en los últimos días, cuando se anuncia que el estar encerrados es lo único que puede mantener a salvo a la población de un virus mortal. Pero no todo es tan fácil como se cree, no para las personas que sufren de un trastorno mental que puede empeorar y desencadenar aún más enfermedades mentales cuando es expuesto a presiones, preocupaciones y encierro. 

Se habla en todo el mundo de reinventarse, desde la educación hasta la forma en cómo compramos en los restaurantes, pero se ignora de qué manera se pueden reinventar los tratamientos en contra de la ansiedad. Los científicos le apuntan a la virtualidad, a los grupos de apoyos, redes y los programas especializados que se están ofreciendo debido a lo que se enfrenta con el covid-19. 

Los primeros días encerrada fueron muy duros para ella, además de que llevaba un avance significativo en su tratamiento. Empezó a experimentar algo que jamás había sentido en sus 40 años. Algo llamado ataque de pánico, que se caracteriza por una oleada de miedo intenso y hace parte de uno de los estados a los que puede llevar el trastorno de ansiedad. 

Era el séptimo día de la cuarentena nacional obligatoria, el séptimo día sin salir a la calle, sin ir a sus citas de psicoterapias y sin reunirse con sus padres. Empezaron a venir los pensamientos después de ver el anuncio del Ministerio de Salud que exponía cómo la cifra de contagiados aumentaba considerablemente. El miedo fue aumentando, aún más que el número de contagiados. Todo empieza como un grano de mostaza que parece no estorbar y se convierte en un edificio imposible de derrumbar.

Después de 14 días con esta crisis, de estar noches enteras desveladas, ojeras pronunciadas, días enteros de llantos, perdida y muy angustiada, Nadia parece empezar a escalar los primeros pisos de su recuperación en medio de la pandemia.

Ahora las consultas son virtuales, encontró un grupo de apoyo por internet, en el cual, se siente bastante identificada. Y lo que más le ha funcionado ha sido encontrarse con ella misma. Conocer a la Nadia que supera cualquier crisis, batalla o prueba. La Nadia que siempre ha estado dentro de ella. 

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