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Claudia Núñez, “la gran costurera del barrio”

Claudia Núñez destacada y conocida por tener un corazón de oro. Llenaba de alegría la vida de quienes la conocían con su personalidad tan espontánea y carismática. 

Su ejemplo es de seguir, una madre entregada a su familia que hizo todo por sacarlos adelante hasta el cansancio.

Su vida

Claudia o “Udi”, como todos la llamaban de cariño, vivió prácticamente toda su vida con el “apenas”. Nació el 20 de marzo de 1963, era costurera y en su barrio Nuevo Horizonte, así la reconocían.

Madre soltera de cinco hijos, Lucas (21), Juan Camilo (19), Julieth (18), Alejandro (16) y Sebastián (14), por los cuales trabajaba intensamente. Luchó por tenerlos a todos en el colegio, aunque ella solo llegó hasta quinto de primaria en el colegio Marina Ariza Santiago de Sabanalarga.

Tuvo una infancia dura, luchó con un padre alcohólico que maltrataba a su madre y ella presenciaba estas escenas prácticamente todos los días. 

A pesar de no tener mucho en sus bolsillos, Claudia siempre ayudaba a quien lo necesitara, ya sea con una moneda o haciendo lo que más le gustaba: coser ropa y regalarla a las personas más necesitadas.

Aunque Claudia amaba ser costurera, su sueño siempre fue ir a la universidad y graduarse de abogada, por eso casi todos los días tenía una charla con sus cinco hijos para decirles que pensaran en la importancia de estudiar, superarse, crearse metas y cumplirlas para volverse profesionales y vivir mucho mejor.

Las personas siempre conocieron a Claudia como la “costurera del barrio”, pero lo cierto es que ella no solo se dedicó a esto. Tuvo momentos duros en donde le tocó trabajar en casas para hacer limpieza y ganarse un dinero extra para mantener a sus cinco hijos y que nada les faltara. 

La cuarentena hizo que tuviera que buscar algún trabajo en las calles. Empezó a coser con la tela que le quedaba y salió a las calles a venderla… una decisión fatal.

No tuvo éxito vendiendo la ropa. Sin embargo, nunca abandonó el negocio, al contrario, empezó a vender hielo y bolis, con lo cual le fue mucho mejor económicamente, pero no en salud.

Claudia se contagió de Covid-19 y cayó en cama. Por su estado económico, le fue difícil ir a una clínica y costear los medicamentos… El resto de la historia se cuenta solo, pero volviendo a su gran vida bondadosa y noble, Claudia siempre veló por el bienestar de los suyos.

Desde levantarse a las 4:00 de la madrugada para ubicarse en las calles más transitadas y vender sus productos, hasta regresar a su casa a las 10:00 de la noche cada día dejándoles a sus hijos apenas qué comer. Llegaba para acostarse a dormir y comenzar otro día igual, sin descanso alguno.

La gran costurera fue muy disciplinada desde niña. Su madre, una mujer luchadora y trabajadora, fue quien la enseñó a coser a la edad de ocho años. Siempre fue muy curiosa e inteligente y quería aprender cosas nuevas.

Fue una gran hermana, ayudaba a sus tres hermanos con lo que podía para que ellos pudieran tener una mejor calidad de vida, les preparaba comida o les llevaba uno que otro mercadito. Sus tres hermanos viven en Campeche, corregimiento perteneciente al municipio de Baranoa. Claudia cada dos meses aproximadamente iba a visitarlos para ayudarlos, cuando tenía para los pasajes y el mercadito.

Udi pocas veces se rendía y jamás quiso ver mal a las personas. Un gran hecho que marcó la vida de la gran costurera del barrio y de las personas que la conocieron fue cuando, en uno de sus arduos días de labor, le ofreció trabajo por un día a una de las mujeres que trabajaban en el mismo lugar vendiendo bebidas, llamada Yoan, ya que a ella le habían robado su nevera con las bebidas cuando fue a entregarle uno de sus productos a un señor que iba en un carro y había parqueado lejos de su puesto de trabajo, en ese momento aprovecharon para quitarle su nevera. Al darse cuenta, Claudia le dijo que vendieran juntas los hielos y bolis que ella vendía y que ambas ganarían lo mismo. Yoan regresó a su casa con al menos un poco de sustento para sus hijos y ese acto demostró el gran corazón que Claudia siempre tuvo desde muy niña. 

Desde ese momento, con más razón, el nombre de Claudia Núñez quedó grabado para siempre en los corazones de las personas como “La gran Claudia, costurera del barrio”.

Sus hermanos cuentan grandes anécdotas de ella. Cuando era tan solo una niña, pedía juguetes a su mamá para regalárselos a las niñas menos privilegiadas de su barrio.

Esa madre tan trabajadora siempre tuvo un corazón gigante y siempre irradió luz, esa que empezó a apagarse cuando empezó a presentar signos de Covid y tuvo que alejarse de sus hijos mientras que el mayor de ellos, Lucas, tuvo que atenderla mientras cuidaba también de sus otros hermanos y trabajaba. 

Por fortuna, Udi crió a sus hijos para que se convirtieran en personas que pudieran servirle a la sociedad y desde muy pequeños les enseñó lo básico, como cocinar, hacer limpieza, lavar y enfrentarse a cualquier tipo de trabajo. Sus cinco hijos han pasado por al menos tres trabajos en su vida, todo para salir adelante y ayudar siempre con las cuentas y lo necesario para el hogar.  

Fue un proceso muy duro, en donde la falta de aire era cada vez más y más, la fiebre era tan alta que le produjo fuegos (herpes labial) y la tos ya le tenía su estómago inflamado. Claudia murió al mes de haberse contagiado de Covid, cada día los síntomas eran peores, puesto que ella sufría de asma y lo único que tomaba era ibuprofeno. 

Sus hijos sentían pánico de ir a buscar medicinas que el gobierno les subsidia y preferían quedarse en casa antes de que fueran más contagiados.

Los días estaban contados para ella, pero siempre fue positiva para intentar darle fuerza a sus hijos. 

A principios de julio, Claudia se contagió de Covid y el 6 de agosto falleció, dejando un vacío en sus hijos y las personas que la conocían.“La gran costurera del barrio” es la gran muestra de un corazón grande y bondadoso, corazón y ejemplo que muchas personas deben seguir. Nos enseña que la vida muchas veces no es fácil, pero siempre hay que seguir adelante poniéndole buena cara a los problemas. Ayudar a los demás es de grandes personas, sobre todo si hacemos un gran esfuerzo lleno de amor para hacer feliz a quienes más lo necesitan.

Segunda historia:

Edgar: el legado de creatividad y carisma fallece a sus 59 años

Por: Isabella Cantillo

Nadie sabe con certeza a dónde van los muertos, pero Edgar de Jesús Jiménez Pérez podría estar gozando en lo alto del cielo, donde iban a parar las cometas que de pequeño le gustaba volar. 

El mayor de cuatro hermanos en una familia humilde y que se levantó con pocos recursos, tuvo una educación estricta y casi que sin libertades. En la Murillo con la Carrera 13C, Edgar aprendió a hacer cometas (destreza que aprendió de su madre) con diseños vistosos que llamaban la atención de los vecinos y uno que otro taxista que pasaba por la cuadra. Le pedían tantas que terminó por ingeniárselas hasta que constituyó un pequeño negocio de cometas en la cuadra de su casa. Crear y emprender era lo suyo, o al menos así fue durante su niñez, luego fue la elaboración de patinetas para su uso personal, marcos para jugar futbol con sus amigos, y demás… definitivamente fue un niño inquieto.

No obstante, la vida lo obligó a descansar en contra de su voluntad después de un accidente de moto en el que se fracturó la tibia; todo quedó en pausa, incluyendo los estudios de arquitectura que había iniciado en la Universidad Autónoma del Caribe. Año y medio después, en el 1986, cambió de parecer e inició estudios en contaduría. Trabajaba y estudiaba, desde joven llevó un ritmo de vida algo agitado y ocupado, en su adultez no cambió nada, tuvo hasta dos y tres trabajos simultáneos.

Edgar era un bailarín de primera, una habilidad heredada de sus padres, disfrutaba mucho las reuniones familiares. “El curita” como le decía su padre, aparte de ser buen bailador era también un buen hablador. Edgar hablaba, hablaba y hablaba, a veces ni daba la palabra. Mas el apodo de “curita” no sólo viene de allí, sino de las cantaletas que le daba a su padre, hipertenso y diabético, por no cuidarse bien su salud; porque eso sí, Edgar cuidaba mucho su salud física a pesar de que otros aspectos, como la situación de su primer matrimonio no estuvieran del todo en orden. De ese primer matrimonio nacieron tres hijos, dos varones y una niña con la que tuvo que batallar las puestas de los pañales y tareas aparentemente fáciles cómo bañarla y limpiarla. Su hermana Jenny se ríe recordando aquella frase jocosa que comentó su hermano una vez “nojoda yo ya estaba acostumbrado a limpiar pipí y bolita”.

Su primer matrimonio constituyó una de las partes más complicadas de su vida. Problemas con el bienestar familiar, abogados, y procesos legales, marcaron una época oscura en su vida, pues le tocó asumir el papel de padre y madre. Edgar se hizo cargo de toda la responsabilidad económica. Vivía por sus hijos, los llevaba y acompañaba a las citas médicas, a las vacunaciones, asistía a las reuniones del colegio, y los transportaba donde fuera, un padre presente e incondicional. 

El embarazo de Dora Aparicio, su última pareja, trajo al mundo el 22 de abril del 2020 a una niña. Así, aquellos días de tristeza e incomodidad quedaron en el pasado, Edgar encontró una mujer que lo valoraba, lo atendía y representaba un apoyo para él. Su hermana y demás familiares estaban contentísimos con Dora, dicen que ella es una mujer de casa. Edgar ya tenía quien le preparara la cena, le planchara las camisas, y quien lo escuchara después de un día difícil.

La vida de Edgar fue un pastel de risas y llantos, nunca le faltaron las buenas referencias, consejos, y cumplidos de sus amigos y allegados, sobre todo en el ámbito laboral, y la de sus hermanos por supuesto. No era sino que sus sobrinos o amigos lo llamaran para pedirle un chance y ahí se presentaba, también su virtud de responsabilidad hizo que sus colegas siempre lo buscaran para ordenar sus asuntos financieros, en especial las declaraciones de renta.

En sus últimos años, Edgar atendió y acompañó a su madre quien padece de cáncer. Su hermana Jenny y él se distribuían los asuntos médicos, y quien se encargaba de movilizar donde fuera necesario era él. 

Derrotado por el virus del COVID-19, Edgar partió de este mundo el 19 de julio, fecha de su cumpleaños. Amigos y familiares le dijeron adiós a ese niño del colegio Sevillar del barrio La Cordialidad y al bailarín de cumbia de la reconocida comparsa Cumbión de Oro. “El curita” se fue a los 59 años con muchas anécdotas para recordar y con el saber de un creador de cometas, patinetas y marcos de fútbol.

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