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Por: Valentina Chamorro Ruz

La primera  versión de la Galería del Libro caló hondo en Barranquilla: 4000 asistentes disfrutaron de una programación diversa que contó con figuras literarias de la talla de Carolina Sanín, Octavio Escobar y una cuota local robusta con escritores como Ramón Illán Bacca o Paul Brito, quien acaba de ganar el Premio Distrital de Crónica 2017 y fue uno de los encargados de cerrar el evento con una charla muy interesante.  

Paul Brito no solo se encarga de transportar al lector a través de sus obras: también se preocupa por imprimir una parte de sí mismo en cada uno de sus libros. Así, este barranquillero confirma que el escritor trabaja para sí mismo, pero también para nutrir a su público, teniendo como intención que cada una de sus obras sea autónoma, completa y humana.

En su última obra, El proletariado de los dioses, Brito elabora una serie de crónicas relacionadas directamente con los oficios; en ellas narra desde la vida de un fisicoculturista hasta la de un relojero, pasando por pensionados que, por el contrario, no piensan ya en cargas ni horarios.

Paul ha publicado cuatro libros: Los intrusos, Premio Nacional de Libro de Cuentos UIS, 2007; El ideal de Aquiles, 101 pasos para alcanzar a la tortuga (2010), que acaba de ser reeditado por la editorial Planeta; la novela La muerte del obrero (2014), Primer Finalista Premio Nacional de Novela Corta TEUC, 2008; y El proletariado de los dioses, mencionado antes y único libro de crónicas literarias nominado al Premio Biblioteca de Narrativa Colombiana en el 2016. Actualmente trabaja como editor en la revista Actual.

¿Cómo era Brito de niño?

De niño no leía mucho, pero me gustaban los cómics. Un día encontré una caja llena en la basura y me la llevé para la casa. El que más recuerdo es El último samurái, porque una vez no me gustó cómo terminaba un episodio y me puse yo mismo a escribirlo y dibujarlo. Creo que ahí fue cuando empecé a interesarme por la literatura, pero en realidad lo que más me gustaba era desarmar electrodomésticos; andaba por la casa mirando cómo funcionaban las cosas. Hasta que un día me pidieron que escribiera un cuento de tarea y me pareció que eso reunía todo lo que me gustaba: desarmar y armar artefactos. Sin embargo, volví a mis aparatos eléctricos porque la profesora se interesó más por el trabajo de mi mejor amigo. Sólo retomaría la escritura cuando ya estaba en la universidad.

¿Cómo fue ese contraste entre decidirse por las letras en lugar de ejercer su carrera como ingeniero?

A mitad de carrera redescubrí la escritura, ni siquiera la literatura, porque no era muy buen lector todavía. Recuerdo que mi mamá me leía los libros que me encargaban en el bachillerato. Fui atrevido enviando un cuento a un concurso literario, pues, como dije, nunca había terminado de leer un libro completo. Me gané el certamen y fue como una señal de que debía seguir escribiendo.

Pero seguiste estudiando ingeniería hasta graduarte… 

Aun no veía la literatura como un oficio o como una carrera, sino como un juego, uno muy serio, eso sí. Terminé de estudiar mi carrera y empecé a trabajar enseguida en una empresa de energía solar, para finalmente darme cuenta de que no era lo mismo estudiar ingeniería que desempeñarse en la práctica. A mí me gustaba estudiar las materias, por la parte abstracta y teórica que tiene cualquier carrera, pero a la hora de llevar esos conocimientos al terreno era distinto. En la facultad me dedicaba a investigar e interiorizar el conocimiento, que es justo lo que hace un escritor y un lector: interiorizar el mundo y volverlo una abstracción, una extensión de tu imaginación.

¿Cómo terminó de relacionar ambas disciplinas, entonces? 

Yo creo que un escritor es sobre todo un estudioso. Después de que trabajé seis meses en aquella empresa de energía solar, ya tenía la idea de irme para España. Una vez allá, no podía trabajar enseguida como ingeniero hasta que no homologara el título, eso se demoró bastante; mientras tanto, trabajé en muchas cosas, hasta que fundé un periódico con un amigo y entonces ya no pude parar de escribir.

Foto tomada de La Cháchara

 

¿Quiénes han funcionado como un modelo a seguir para usted?

Cuando comencé a escribir, no tenía un modelo de escritor porque, como te conté, no leía en esos tiempos. La verdad es que no escribía para imitar un modelo de escritor o de persona, simplemente me salía como un torrente incontenible. Luego sí empecé a leer escritores. Por supuesto, me identificaba más con ellos desde el terreno de la creación y no desde su figura pública como escritores. Un ejemplo es Albert Camus: releí El extranjero muchas veces y leí todo lo que encontré de él, porque, al igual que a mí, le gustaba la mitología griega y porque, además de escritor de ficción, era filósofo y a mí siempre me ha gustado la filosofía.

¿Cuál ha sido su peor experiencia como editor?

El peor momento ni siquiera es cuando te toca un libro al que le falta mucho trabajo de edición. No me molesta que sea un texto muy crudo; me incomoda más cuando detrás de esa crudeza no encuentro un talento, no encuentro una sustancia y me toca devolverlo. ¿Cómo le dices a alguien que no funciona su texto? Otra cosa que le sucede al editor es que en un mundo ideal solo estaría comprometido con la calidad de la publicación y con sus principios periodísticos, pero resulta que en un medio de comunicación existen otros intereses, y uno no puede chocar por completo con ellos, entonces eso se convierte en una negociación constante y a veces en un desgaste.

¿Cuál ha sido su peor momento como escritor?

Cuando uno lleva escribiendo un texto bastante tiempo y de pronto se da cuenta de que no sirve. Es frustrante sentir que le has dedicado tanto esfuerzo y pasión a algo que finalmente no cuajó y advertir que has estado engañándote todo el tiempo. Por otra parte, lo más difícil de ser escritor es que cada vez que uno comienza un texto, comienza de cero, no te sirve la experiencia anterior, tienes que aprender a escribir ese libro o ese texto cada vez que te enfrentas de nuevo a la hoja en blanco.

Así como usted le preguntó a uno de los personajes de su obra hacia dónde quería llegar con las pesas, ¿hacia dónde quiere llegar usted con las letras?

Tratar de desarrollar al máximo un grupo de ideas que vengo trabajando desde que comencé a escribir. Todo escritor comienza su carrera cuando ya tiene, por lo menos en un plano intuitivo, una visión propia del mundo. La meta es volver esa visión un mundo autónomo y que ese mundo funcione independiente de uno mismo.

¿Por qué crónicas?

He escrito cuatro libros y los cuatro en géneros distintos. El primero era de cuentos, el segundo de microcuentos, el tercero una novela y este que es de crónicas. Ahora estoy preparando uno de ensayos y terminando una especie de libro de memorias que pretenden configurar una novela. El de crónicas lo escribí porque me tocaba ganarme la vida publicándolas por separado; era una forma de hacer literatura y tener a la vez un sustento. Con un libro únicamente literario es más difícil combinar esos dos intereses.

 ¿Cómo definiría usted el éxito?

El éxito es lo que aparece cuando logras desbordar el vaso, cuando desarrollas al máximo tus talentos y los hacer explotar. Pero el éxito no es un champagne que se rebosa por la espuma sino por el contenido en sí. Muchas veces el éxito se confunde con la espuma y no con la sustancia que alguien bate hasta tocar con ella a los demás.

 ¿Cómo perder el miedo al papel?

La única manera es ensayando, tanteando, llenando ese papel de lo más cercano que tienes. Mi libro de crónicas empezó con cosas que yo conocía de cerca, que me tocaban. Ese es el camino del escritor: comenzar por esos temas e intereses que ya tienes interiorizados. Es simplemente detectarlos. De alguna forma uno viene cultivando algunas afinidades, algunas obsesiones y simplemente se trata de saber cuáles son. A veces uno se pone a escribir sobre lo que no conoce o sobre lo que en realidad no le interesa, y eso solo sirve para desviarse o atrasarse en ese camino hacia el fondo de ti mismo que es la literatura.

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