Por: Sophia Cortés Piñeros
La sociedad nos enseña que los padres son las personas que por naturaleza nos aman y siempre están allí para nosotros, son las figuras en las que un niño más confía. Pero lo que debería ser; o se dice es lo “normal”, si algo puede establecerse como normal en estos tiempos, no es una regla inquebrantable. Al menos, así no lo vivió mi papá.
Jaime Andrés Cortés, mi papá, es un hombre de tez blanca, cabello negro y liso ya casi blanco por la edad, pero aún así sigue viéndose joven, pues aparenta menos de sus 49 años de edad. En sus tardes libres los domingos se sienta en la cama o en la hamaca a leer libros de motivación, con sus gafas puestas y en completo silencio de forma tranquila. Libros que muchas veces nos ofrece a leer a sus hijos, pero que de manera instantánea rechazamos. Ninguno los disfruta, no como él, lee con agrado, su mueble del cuarto está lleno de ellos. Ninguno precisaba el porqué del interés y amor en estos, hasta ahora.
Ustedes le dicen que por qué lee tantos libros de superación. Bueno, allí explican
sobre cómo romper comportamientos que tenía una familia o uno mismo, por eso los
lee, se esfuerza en ser un buen papá. Por eso ha sido tan protector. Él dice “yo puedo
brindarles a mis hijos algo que yo no tuve”. – dice Sandra, su esposa, mi mamá.
Mi abuelo, Don Jaime, a los seis años de casados se separó de mi abuela, Lilia. No pudo lidiar con su esquizofrenia, la cual su hijo mayor heredó más tarde; y se fue a Bogotá, dejando todo atrás, incluso a sus hijos. No lo volvieron a ver hasta que mi abuela los devolvió cuando tenía 11. “Ella sabía dónde trabajaba mi papá, en un almacén de electrodomésticos. Él era vendedor. “Me imagino que vio que él estaba allí trabajando, y desde un restaurante cercano lo llamó. Le dijo que nosotros estábamos en el restaurante, que fuera por nosotros. Cuando él llegó ya mi mamá se había ido”, dice mi papá sonriendo con cierto nerviosismo de aquel recuerdo.
En esa calma, mientras la brisa entra por la ventana, a veces suena su celular desde un número desconocido que contesta sin titubear. Todos los meses desde que tiene 18 años sin falta gira una mensualidad para la manutención de mi abuela. No puede llamarla. No contesta. Siempre cambia de número. Queda en espera a que ella se comunique con él. Las personas que sufren de esquizofrenia y no toman su medicación no dilucidan la realidad de lo imaginario. Habla con él cuando necesita más dinero y para saber cuándo le enviará de nuevo. Otras veces lo insulta. Le dice que tiene secuestrado a Rodolfo, mi tío, hermano mayor de mi papá. Mi tío vive en un asilo donde lo cuidan desde que una vez peleó con mi abuela y terminaron ambos en el hospital. Fue hace ya varios años. La convivencia con ella es difícil. Mi abuela amenaza a mi papá con demandarlo por apartarlo de ella. Él responde a sus fantasías diciendo “sí, mamá”; “está bien”; “yo le aviso”; “si me demanda no le puedo enviar más dinero porque puede afectarme en el trabajo”.
Son las 3 pm. Suena la alarma. Mi papá se levanta a tomarse su medicación. Hace 8 años le detectaron un angioma cavernoso en la parte interior del cerebro. No es degenerativo, es controlable. Le causa lagunas de memoria. “No olvides las pastillas, me vas a chiflar si no te las tomas” dice mi mamá bromeando mientras grita desde la cocina. Se levanta, las toma y sigue con su lectura. En la noche rezamos, y se despide para ir acostarnos con un beso en la frente, “que duermas princess”.
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Sandra Piñeros
Que historia tan bella y edificante. Como romper con una cadena de comportamiento.