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Por: Jean Pierre Mandonett*

Muchos de los jóvenes que aún hoy siguen marchando en contra de la represión de la Policía y el Ejército se han cansado de repetir que a ellos no los representa nadie. Ni el Gobierno, ni ningún político en el Congreso o candidato presidencial. El paro claramente ya tiene vida propia y la solución política quedó secuestrada por la lógica binaria, con el horizonte siempre apuntando hacia las elecciones.

Pero el asunto es que la descentralización de la protesta ha llevado a que los jóvenes no contemplen ningún mecanismo de organización para buscar llevar su descontento a la política pública. Hace tres años muchos de ellos no tenían edad para votar. Una buena parte incluso suele caer en la retórica de que ningún político sirve, el sistema no sirve y el Estado es un órgano represivo administrado por un grupo de burócratas desconectados de la realidad, cuando el verdadero problema no son las instituciones, sino quienes las integran.

Esa falta de organización política de los jóvenes que aseguran no creer en nadie, ha terminado por dejar la solución en las manos del Comité del Paro, compuesto por un grupo de sindicalistas, con agenda política propia y políticas económicas ortodoxas para que en el río revuelto, no le propongan al Gobierno una agenda de negociaciones con ejes comunes a intervenir para atacar el hambre y la falta de empleo en mujeres y jóvenes, que son los sectores más golpeados, sino que proponen prácticamente un plan de gobierno, cuando ellos no fueron elegidos popularmente.

Ese es el gran inconveniente de seguir dándole largas a este Paro. Vamos camino al mismo escenario de 2019.

Las convocatorias por redes dotan la protesta de espontaneidad y diversidad, pero factores como la sobresimplificación de los problemas estructurales del Estado al que son sujetos por parte de algunos influenciadores a los que sólo les interesa aumentar el tráfico y los likes, los ríos de desinformación que corren por Whatsapp y Twitter todos los días (muy poca gente está dispuesta a hacer fact-checking de la información que recibe, más si la misma coincide con sus ideas políticas), el debilitamiento de los partidos, pero más aún, la ausencia de partidos políticos sin democracia interna ni facciones que canalicen institucionalmente los descontentos para evitar que los caudillos se agarren de la coyuntura para reencaucharse de cara a 2022 han hecho que la correlación de fuerzas entre ciudadanía y Gobierno que había permitido hace ocho días retirar la Reforma Tributaria y forzar la salida de Carrasquilla, vaya perdiendo fuerza a medida que el Paro se va quedando sin el apoyo de la opinión.

Hace dos años en Francia se presentó el fenómeno de los Chalecos Amarillos (les Gilets Jaunes). Un movimiento de clase obrera que puso contra las cuerdas al gobierno de Emmanuel Macron, que surgió del descontento muchos trabajadores industriales frente a medidas como el aumento de la gasolina para incentivar el uso de energías renovables. Un síntoma de la dinámica electoral que ha ido adquiriendo la ultra derecha en los países ricos que han padecido los efectos de la globalización. La consigna era que el Gobierno se preocupaba más por evitar el fin del mundo que por ayudar a sus ciudadanos a llegar a fin de mes.

El movimiento fracasó en su intención de convertirse en un partido político, precisamente porque dentro del mismo convergían militantes tanto de la extrema derecha del Front National como de la izquierda del Partido Socialista y la France Insoumise de Jean-Luc Mélénchon (antiguo Partido Comunista). El esfuerzo de más de una decena de semanas terminó siendo un híbrido sin asidero político.

Y el actual Paro, lamentablemente, corre el riesgo de convertirse en la gasolina que necesita Uribe para resucitar electoralmente mientras advierte sobre los “peligros del castrochavismo”.

*El contenido de este artículo corresponde a una opinión personal de su autor, y no constituye ni compromete la posición institucional de la Universidad del Norte ni de ninguna otra de sus instancias.

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