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Por: Ángela María Lobo Jaramillo.

Café Juan Valdez de la Sexta con 70, Bogotá: allí me citó Alberto Salcedo Ramos, el gran cronista de Colombia. Había dejado desparramados en el colchón mis vestidos de lino blanco, intentando encontrar un suéter que no me dejara los hombros desconchados.  Sentada en el taburete de una mesa alta, organizaba mi libretica de cartón, la hoja magullada de papel amarillo con preguntas que después olvidé y mi lapicero: estaba lista para abordar al periodista barranquillero.

Tenía los ojos inquietos y las muñecas de las manos acuchilladas por unas uñas que no se hallaban entre los dedos cuando lo vi, sentado a mis espaldas con el humo de un café americano soplándole la cara. Me senté frente a él, le miré a los ojos y descubrí, entonces, a una persona más formal de lo que uno imaginaría leyendo sus historias de la calle en una hamaca tambaleante por la brisa.

Alberto Salcedo es un pescador de historias con olor a sol, sudor, campo y pueblo. El barranquillero hace parte del grupo Nuevos Cronistas de Indias y ha sido merecedor de numerosos premios nacionales e internacionales de periodismo, que lo distinguen como uno de los mayores cronistas de Latinoamérica. Acorralados ambos por el frío de la capital, él logra transportar la conversación a un rincón de la Costa Caribe, tal como hace en sus escritos con tan bellísima naturalidad.

 


¿En qué momento de su vida y bajo qué situación decide usted que quiere dedicarse al periodismo?

Cuando yo era niño, ya sabía que quería dedicarme a algo relacionado con la escritura. La palabra “periodismo” no aparecía por ningún lado: solo quería escribir. Cuando era adolescente empecé a leer muchos libros, por accidente. Cuando terminé bachillerato, mi papá me dice que cómo voy a estudiar literatura, que era lo que yo quería, porque me iba a morir de hambre. Me trató de decir que estudiara derecho, medicina, incluso me inscribí en arquitectura en la Universidad del Atlántico. El caso es que estuve seis meses sin hacer nada. Fueron seis meses en los que no estudié, me dediqué a otras cosas, trabajé con una tía que vendía pollo y a mí me tocaba partir el pollo congelado. También a escribir. No tenía el conocimiento, pero tenía las ganas. Y, de pronto, mi mamá me dice que si quería estudiar comunicación social ella me apoyaba, y allí empezó todo.


Haciendo un recuento por sus inicios, por sus primeros encuentros con el periodismo ya como oficio,el primer empleo de Alberto Salcedo fue en el periódico El Universal de Cartagena, cuando Alberto Martínez era jefe de redacción. Precisamente el mismo Martínez ha comentado que a Salcedo lo llamaban “primíparo” y  lo “castigaban” encargándole las tareas tediosas que nadie quería, es decir, la sección judicial.


¿Usted cree que esos acercamientos iniciales con temas cercanos a la calle, la gente, los barrios, determinaron esa línea cultural y popular que caracterizan hoy en día su trabajo?

Cuando entré al Universal hice esa página de la crónica roja. Sufría cuando me tocaba hacerla, porque era difícil. Me tocaba llenar una página de muertos y en Cartagena había un bajo índice de homicidios, de violencia. Era terrible que mi trabajo consistiera en reseñar muertes. Era una cosa complicadísima. Pero yo fui papá muy rápido, en esa época ya era papá y necesitaba trabajar. No estaba en una situación en la que pudiera escoger y decir “ese trabajo no me gusta, no lo hago”. Entonces, allí conocí mucho sobre la realidad haciendo ese trabajo en El Universal. Conocí la gente, los barrios, aprendí a medirle el pulso a la ciudad muy rápido porque eso es lo mío: la calle. A eso nunca le he tenido temor.

En 1999 recibe en Madrid el premio de periodismo Rey de España, uno de los más prestigiosos en el campo, por el capítulo “A pie por El Cartucho”, del programa audiovisual de crónicas documentales, “Vida de Barrio”, que usted dirigía, y que además ganó otros premios como el India Catalina. Teniendo en cuenta su éxito con la televisión, ¿por qué no continuó con ella?

 A mí la televisión me gusta, le debo muchas alegrías y satisfacciones, muchos viajes que hice que me permitieron conocer. Allí hice un trabajo durante un tiempo considerable y me sentí bien, pero entre más se extendía ese tiempo, más aplazaba mi sueño de escribir. Yo lo que quería era escribir. La televisión era mejor remunerada, tenía mejores ingresos, pero ahora tengo lo que quiero. No concibo la vida sin hacer lo que me gusta.

¿Qué le ofrece la escritura que lo audiovisual no?

 La escritura fue el sueño que tuve cuando era niño. Cuando estaba pequeño no me imaginaba con una cámara, me imaginaba escribiendo. Entonces, cuando escribo, soy fiel al niño que fui. No descarto la televisión, tal vez más adelante. Lo único que quiero, es que no me exija del tiempo que requiero para escribir. Tengo el deseo de que cuando termine de escribir el libro en el cual estoy trabajando, dedicarle una temporada de televisión. A ver qué pasa.

 ¿Qué tanto aconseja dejarse seducir por esa corazonada, que como escritor se siente en ocasiones con algún suceso o personaje en específico?, ¿Es decir, hasta qué punto es aceptable olvidar todo lo demás para enfocarse en algo en lo que tiene fe, sin importar las repercusiones que eso pueda conllevar?

 A mí me parece que tú eres de la misma familia, porque yo nunca había visto que alguien viajara en avión para entrevistarme. –Risas- Yo creo que uno si quiere algo, si cree en un tema, si uno siente una conexión fuerte, tensa, eléctrica, tiene que dejarlo fluir.

Y en su caso, ¿qué tipo de características generan esa conexión? ¿Qué lo atrae?

 Es difícil de definir, porque muchos temas variados de diferentes tendencias me han llamado. En mi caso, siempre fui testarudo, esa es la verdad. Quizá por defecto, es posible que no se trate de un mérito. A veces me aferro a algo y soy muy terco como para dejarme sacar de allí. Pero, por otro lado, es importante diversificar. A estas alturas he hecho una cantidad de cosa. Si me hubiese dedicado solo a hacer crónicas estuviese debajo de un puente pidiendo limosna. Yo he pasado por muchos malos momentos. Digamos que hay un tipo de trabajo que es para el estómago y otro para el corazón.

¿Cuál fue su fuerza para salir de esos malos momentos?

 La terquedad, creo; y el tener hijos temprano. Luego, cuando uno es padre, empieza a entregar su mejor versión como ser humano. Aflora una persona que puede comprender y tolerar. A veces, los últimos cinco días del mes no teníamos plata. Yo soñaba con escribir, pero nunca me imaginé que algún día me iban a parar bolas. Nunca esperé el paraíso, me bastaba con hacer lo que quería.

Y, ahora que mencionamos nuevamente sus inicios, ¿qué tan cierto es que en El Universal usted tenía una serie de historias falsas de un peleador callejero? Que fue todo creado en aras de cubrir aquellos momentos en los que no había nada que contar.

 Un día yo fui a Soplaviento y encontré a un señor que mordió a otro en el labio. Sacamos una foto

muy grotesca para el periódico, de muy mal gusto. Esa primera historia fue cierta.

Después, precisamente por la angustia de no tener cómo llenar la página porque en ese entonces no pasaba nada, nos veíamos en aprieto y metíamos al negrito mordiendo a alguien otro lado. Esas fueron maldades de los veinte años, no es algo que me represente.

¿Qué le recomienda, entonces, a los jóvenes que están iniciando en este mundo del periodismo?

 Que viajen, que conozcan, que aprendan otro idioma, que estudien otra cosa que no sea periodismo. Es decir, que amplíen sus estudios. Que se pongan a prueba yéndose para otro lado donde les toque asumir la verdad desnuda de que no son nadie, simplemente enfrentarse a lo desconocido; saber que están en un sitio donde no van a tener al papá para que les eche un cable. Mi consejo es que se atrevan a saltar al vacío. El mundo es de la gente intrépida, definitivamente. El periodismo que yo siento cercano a mí es el de los que viajan, no el de los turistas. El turista viaja para conocer lugares, el viajero para conocerse a sí mismo.

¿Qué cualidad considera infalible para un periodista?

La curiosidad. Un periodista debe ser curioso. Yo soy capaz de romper un balín para ver qué tiene por dentro, hay que romper el balín. No me gusta quedarme con la duda, yo meto el pie y sigo averiguando.

¿Qué extraña de la costa?

Todo. De la costa extraño los gritos. Son escenas que me producen un morbo delicioso, como cuando voy por la carretera y veo esas fritangas donde está una matrona peleando, vendiendo frito. Un día yo iba de Barranquilla para Cartagena y en Luruaco había una señora peleando con otra, y me acerqué. Yo necesitaba ver eso. Eran suegra y nuera discutiendo, diciéndose cosas durísimas. De la costa extraño la ropa colgada en la cuerda del patio, la brisa arrastrando un periódico viejo y amarillento, las butifarras de soledad con bollo limpio, los dulces de El Portal de los Dulces de Cartagena, las arepitas de queque del César, el mar de La Guajira. Yo pude haber nacido en cualquiera de los siete departamentos de la costa Caribe.

Alberto, hablando un poco más sobre su trabajo, ¿cuál es su rutina a la hora de escribir?

Cuando tengo que escribir procuro levantarme temprano, después de haber dormido bien. Me baño, me tomo un café y me visto, porque no escribo sucio y sin cambiarme. Para mí es clave estar arreglado como si fuera a hacer una visita importante. Me parecería que si escribo en chancletas es una falta de respeto a mi trabajo. Y a partir de allí me fajo, hasta donde el cerebro alcance. Al día siguiente retomo y me dedico dos o tres horas a reescribir antes de escribir algo nuevo. Yo reescribo mucho, tengo el síndrome de Penélope, que tejía y destejía mientras esperaba a Ulises. En Botellas de Náufrago yo hablo de cómo la palabra texto viene del latín “texere”, que significa tejer. Para mí la escritura es eso, tejer. Uno es un artesano con un hilo y una aguja, y se tejen las palabras hasta encontrar la mejor armonía entre ellas.

¿Y cuál es esa armonía?, ¿Cuál es ese fin al que deben llegar todos sus textos?

En principio, las palabras tienen que ser precisas. Hay muchos sinónimos, pero no todos son precisos para la idea que quieres expresar. Yo escojo las palabras con los oídos, me gusta que suenen bien. El asunto es la forma en que las combinas, es decir, yo no usaría palabras que no podría usar en una charla con mi abuela. Con las palabras que te pertenecen creas la belleza, no con el diccionario. Hay personas que creen que con ir al diccionario y agarrar la palabra “pluscuamperfecto” ya son interesantes. Negativo. Ya tienes esa palabra espantosa, ahora, ¿con qué la vas a tejer?

¿Qué palabras le gustan?

Resonancia, viento, verano. Yo no reemplazaría nunca la palabra “verano” por “estío”. Me parecería terrible. Un día dije que me ufano de tener treinta años de hacer periodismo profesional y nunca haber escrito la palabra alicoramiento. Nunca la escribiría, me parece espantosa. Borracho, simplemente.

¿Cuál es la mejor forma de enfrentarse a una entrevista?

No me gusta ir a encontrar lo que creo se debe encontrar, sino llegar donde esa persona a ver qué encuentro. De otra forma sería forzar la realidad y pretender que esta quepa en el esquema hecho por mí. Yo llego y no tengo ni idea de con qué saldré. Eso lo fui aprendiendo, claro. Incluso me parece una maravilla sentirme perdido y convertir ese extravío en parte de lo que cuento en la historia. Cuando uno hace reportaje o perfil, permanentemente se está enfrentado a encontrarse lo que no se está buscando. Yo he dicho mil veces que el buen periodismo consiste en administrar bien la ignorancia.

¿Cuál es la herramienta en esencia del periodismo?

La pregunta, pero me parece triste que se reduzca a “las preguntas”. Es decir, hay que preguntar oralmente pero también hay que quedarse allí, mirando los elementos del entorno, consultado a más gente. Si la persona hace frito, te comes un frito y ahí te estás respondiendo una de las preguntas que tenías. Es emprender la aventura de hablar con el silencio de las personas, y allí están respondiendo algo también.  Yo creo en un periodismo que vaya más allá de la pregunta esquemática de cuestionario.

 Fragmentos de la entrevista con Alberto Salcedo Ramos.

 

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