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Al tratarse el periodismo de una actividad cultural que se precia de poner por delante la defensa de la verdad, no deja de ser por lo menos un contraste que para lograr su cometido, esté optando, cada vez más, por servirse de la mentira.

Suena extraño, pero es una práctica evidente, aunque no reconocida con el debido orgullo dado que, como puede entenderse, es contraria al postulado medular del periodismo. Y no se trata de sesgos, de información tendenciosa o partidista porque su autor puede esta convencido de que es verdad. Ni siquiera estamos hablando del ‘fake news’, porque, como dice Roberto Herrscher, hablar de “falsas noticias” no es posible ya que la noticia es verdadera por el solo hecho de existir. No. Estamos hablando del uso premeditado, indecoroso y calculado de la mentira como instrumento para atraer audiencias.

Pero primero, una claridad: si bien tanto la mentira, como la falsedad y el error pueden ser tomados como contrarios a la verdad (como antónimos desde la perspectiva del significado de las palabras), preferimos aquí el vocablo“mentira” porque el ejercicio de “mentir” remite a una acción realizada en conciencia de que no es verdad.

Miente, por ejemplo, quien especula: se ve mucho en el deporte, cuando se comparten rumores sobre el traspaso de un futbolista, o sobre “probables” alineaciones. En esto de los cambios de equipo, suele haber dos circunstancias moviéndose tras bambalinas: la influencia de un representante (miles de mecanismos habrá, pero ese es otro asunto), y la certeza del medio de comunicación de que cada vez que mencione al jugador (y sobre todo,  cada vez que las especulaciones apuntan a situaciones anheladas por el hincha) se asegurará visitas largas a su nota. Eso mismo “deseado” se invoca cuando se adelantan supuestas alineaciones. En ambos casos, la realidad termina siendo absolutamente distinta a la esperada. Nada más recordar cómo, según las especulaciones, los grandes clubes de Europa “se peleaban” a James Rodríguez, pero este resultó “regalado” al Everton de Inglaterra.

También se miente con la expectativa no resuelta, con un enunciado que promete una revelación, o una información muy importante que termina o diciendo menos de lo que se espera, o desemboca en una obviedad. Entre las mentiras, esta es muy efectiva, porque se apoya en ir aplazando la revelación mientras se avanza en antecedentes, contextualizaciones y repeticiones. Cuando por fin se llega a lo prometido, no importa si se cumplen o no las expectativas: lo importante es haberse garantizado, vía el manejo de la incógnita, y a caballo de la curiosidad estimulada, varios segundos valiosos de permanencia frente a la nota. De este tipo son los anuncios de que alguien “rompió su silencio” sobre un tema; y esas otras que se anticipan con un “Esto dijo” tal personaje sobre algún aspecto o algún hecho.  

Las expresiones estereotipadas también se usan para mentir. Y son de uso tan habitual que su condición mentirosa es indetectable a primera mirada. Por ejemplo: si el periodista encabeza el reporte de crimen con el tradicional “la comunidad del barrio San José no sale de su asombro”, es claro que miente porque el asombro dura tan solo un instante. Supongamos que el significado de la palabra ha cambiado y que el asombro se sostiene en el tiempo ¿Cómo sabe ese reportero que, 24 horas después, las personas permanecen en tal situación? ¿Hizo alguna encuesta acaso? Otra vez la suposición: si él se asombra (de pronto, ni eso), pues solo es cuestión de proyectar esa conclusión y listo el mensaje mentiroso. En esa misma línea están las expresiones “repudio, estupor, rechazo” y un largo listado de sinónimos. Para resumir, se usan este tipo de expresiones porque parecen obvias, naturales. En otras palabras, se actúa como un cotorro, desde la simple y práctica imitación.

Otra forma de mentir es mencionar una posibilidad que no se descarta. Y se puede considerar mentirosa porque tantea en el terreno de lo posible para abrir un horizonte atractivo de morbo. Es claro que nada es descartable, en principio, cuando arranca una investigación. Si un asesino está huyendo, “no se descarta” que esté en otro país, en un pueblo o en otro, en una cueva del subsuelo o debajo de la cama de un compadre. Ese tal descarte no aporta nada y, más bien, puede abrir un espacio al sesgo, a la especulación y a la suposición libre. Si el reportero le pregunta al vocero de la noticia si ya se descartó que el asesino sea el mecánico y él dice que no, pues anunciarlo así es llevar los ojos de la audiencia contra el mecánico, establecer un prejuicio. Esas exploraciones, como ya parece claro, ubican la verdad en territorios adverbiales, que son el ámbito privativo de las contingencias.

Aquí hemos hablado de cuatro maneras de mentir, pero el número crece si las mezclamos o señalamos algunas verdades a medias. Puede estar mintiendo quien al anunciar la muerte de un cantante vallenato, dice,  primero que “hay luto en la música vallenata “. Y quizás vuelve a mentir cuando ese mismo reportero dice “paz en su tumba” como cierre.  Habría que ver (confirmar) si esa sola muerte cubre con tristeza a todos los colegas y amigos (se volvería verdad, de ser así). También hay que esperar el destino del cuerpo, porque si lo incineran y lanzan las cenizas al mar, pues no hay tumba. Mejor dicho: puede que estas dos expresiones lleguen a ser verdad, pero mientras tanto, son verdades a medias.

Comunicador social-periodista (1986), Magíster en Comunicación (2010), con 34 años de experiencia periodística, 24 de ellos como redactor de planta del diario El Tiempo (y ADN), en Barranquilla (Colombia). Docente de Periodismo en el programa de Comunicación Social (Universidad del Norte) desde 2002.

jfranco@uninorte.edu.co